Gonzalo de Pedro Amatria

En 1997, Patricio Guzmán volvió a su país natal, Chile, tras muchos años de exilio, huyendo de la dictadura de Augusto Pinochet, y rodó una película que muestra como pocas los complejos mecanismos de diálogo con la memoria personal y colectiva de los pueblos sometidos a sucesos traumáticos. En La memoria obstinada, Guzmán, proyectaba La batalla de Chile (1973), especialmente la parte dedicada al golpe de estado de 1971 que acabó con el proyecto socialista y democrático de Salvador Allende, a diversos colectivos chilenos. Y filmaba las reacciones que provocaba esa confrontación brutal con un pasado reciente y negado, enterrado, asesinado. Las imágenes del pasado servían como detonante para activar los mecanismos de la memoria, demostrando que el pasado no es sino una dimensión más del presente.

Patricio Guzmán, que ha filmado de forma obstinada las distintas caras del olvido y la memoria (que no son sino la misma cosa), es famoso también por una frase que podría ser el punto de partida de Allende mi abuelo Allende, la primera película de la nieta del presidente, Marcia Tambutti Allende: “Un país sin cine documental es como una familia sin álbumes de fotos”. Es justamente la ausencia de un álbum de fotos familiar de la familia del presidente que prefirió suicidarse antes que fallar al pueblo que le había elegido, el detonante de esta película: en ella, su directora se enfrenta al tabú familiar a la hora de hablar, de forma íntima, sobre la figura de su abuelo, incontestable en lo político. Reuniendo a toda su familia, viuda del presidente incluida, la realizadora inicia una doble búsqueda: por un lado, trata de reconstruir los álbumes que los militares robaron de la casa familiar, y que a día de hoy siguen sin aparecer, y por otro trata de encontrar las razones íntimas, y colectivas, del silencio familiar en torno a esa figura a la que todos adoran, pero de la que nadie habla. A través del dispositivo más sencillo posible, las entrevistas y la confrontación ante las imágenes, la película va reconstruyendo las heridas familiares, y, con la figura de Allende en el centro, viaja mucho más allá (no en vano “Allende” significa también “más allá de algo”), hasta el centro del dolor, representado por esa anciana que afirma haber perdido de pronto la visión cuando se enfrenta a una imagen de su propio pasado.