Júlia Gaitano i Mendizabal (L’Alternativa, Barcelona)

A estas alturas, no cabe duda de que vivimos tiempos extraordinarios. Aunque se haya convertido en el perenne y repetitivo tema de conversación y, como tal, pueda llegar a cansarnos oír hablar de ello a todas horas, esta resulta una afirmación difícilmente discutible. La vida, inesperadamente paralizada durante meses. Nosotras, sumidas en un hiato de confusión y encierro. Y, gobernando nuestras vidas, la pausa que nadie había pedido pero que, sin saber cómo, ahí estaba. Ineludible. Con ella, claro, sobrevino la imposibilidad de encuentros sociales, eventos culturales, cualquier producción artística que requiriera salir del domicilio e interactuar con burbujas ajenas… El festival L’Alternativa, una de las citas más estimulantes para el cine independiente en Barcelona y a nivel nacional, tuvo un aspecto peculiar en su edición de 2020. Inscrito en un tímido paso intermedio, entre incipientes medidas de apertura pero sobre todo entre toques de queda y restricciones de aforo. Es por eso que, un año después, en la presente edición del certamen, resulta verdaderamente emocionante poder reanudar la asistencia a salas, los visionados en pantalla grande y la convergencia entre cineastas y cinéfilos.

Para Guillermo G. Peydró, como les ocurrió a tantos otros creadores, la pandemia fue sinónimo de proyectos paralizados, empeños que quedaban en un extraño limbo. En el caso del cineasta e historiador madrileño, una posible película sobre la figura del Quijote, un concepto que llevaba tiempo investigando fruto de su curiosidad y admiración tanto por la figura ficcional como por Cervantes. Sin embargo, lejos de la frustración, Peydró tuvo una brillante intuición: quizás en el desconcierto provocado por la pandemia era posible entrever la locura del viejo hidalgo de Cervantes. A lo mejor, esos días de encierro, caos y reflexión podían estimular la creación de una pieza fílmica de intenciones similares a las originales. Sin tener muy claro hacia dónde le llevaría su instinto, Peydró empezó a filmar, a preguntarse cosas y a establecer conexiones, mientras parecía que el mundo tal y como lo conocíamos se iba desmoronando a su alrededor. Lo que tenía que ser una obra sobre Don Quijote toma ahora la forma de un diario de cuarentena, que a su vez le sirve para preguntarse hasta qué punto puede seguir considerándose de actualidad la obra de Cervantes.

“El retablo de las maravillas…” de Guillermo G. Peydro.

Los apuntes (a estas alturas, ya un género cinematográfico en sí mismos) que conforman El retablo de las maravillas. Apuntes para una película sobre el Quijote devienen la propia película y nos muestran una vez más el poder de adaptación tanto de los creadores como del medio. El audiovisual ofrece las herramientas y la libertad necesarias para llevar adelante un proyecto interrumpido por una imperante imposición de realidad. Hacia el inicio, Peydró se pregunta hasta qué punto afectará la pandemia a la forma de escribir o filmar. En el momento en que se lo plantea, e incluso ahora, mientras escribo este texto, falta una distancia suficiente para ofrecer una respuesta cerrada. Sí la hay, no obstante, en relación a las circunstancias parecidas que le tocaron vivir a Cervantes. Peydró saca a colación el terrible brote de peste atlántica o su encierro en prisión. Condiciones que no solamente no detuvieron su producción literaria sino que podrían considerarse alimento para algunas de las ocurrencias que el escritor incluyó en sus obras. Peydró se suma a ese ímpetu creativo y ofrece un retablo de materiales mezclados para poder empezar a responder su propia pregunta. Así, hace dialogar una pantalla de ordenador con una tirada de cartas cervantinas, un directo de Instagram de Godard con la indiscreta filmación callejera desde una ventana. Se permite introducir un sensorial fragmento experimental a modo de interludio, a través del cual genera imágenes mentales, sueño y pesadilla a la vez. Juega con la música, con el ritmo de la voz, con la luz y el poder del montaje.

Es en ese todo disperso de mesurada miscelánea, perfectamente hilado por una reflexiva voz en off, dónde reside la fortaleza de la pieza. Uno de los elementos más valiosos de El retablo de las maravillas… es su sentido del humor, siempre sutil. Lo hallamos en los intertítulos caligrafiados que estructuran la pieza, que tanto nos acercan a la época del novelista de Alcalá de Henares, al tiempo que llevan la cuenta de los cuarenta primeros días del confinamiento. El humor también florece gracias a la irrupción de la cotidianidad de la mano del bebé de Peydró que, inadvertido de la complejidad del discurso que se está llevando a cabo, interactúa con los objetos y la puesta en escena con enorme ternura e inocencia. Quizás es que las maravillas de las que habla el título no son más que esa cotidianidad, la comodidad de la cual permite que el cineasta mire hacia fuera para interrogarse sobre posibles puntos de convergencia entre la situación actual y la que le ofrece la figura del Quijote.

“Fantasia” de Aitor Merino.

Si la mirada de Peydró toma ese sentido expansivo, desde el hogar propio hacia el mundo, la del donostiarra Aitor Merino recorre el camino contrario en Fantasía. El film del director vasco también es una suerte de diario, aunque con una marcada intención de álbum familiar. El foco se pone en el paso del tiempo y los estragos que éste causa en los seres queridos. Mucho más cercano a los retratados, la intención de Merino es crear un documento audiovisual a modo de testamento filmado. Una imagen que perdure en el tiempo y permita recordar a través de ella, preservando aquellos a los que ama y, a su vez, a sí mismo, aquí reducido a una mirada que empuña una cámara de vídeo. Sus protagonistas, como Peydró confinado en medio de Madrid, también existen en espacios cerrados. Sea en el hogar de infancia o en un crucero celebratorio, los envejecidos progenitores y su (ya no tan joven) hermana tienen encuentros y desencuentros inmortalizados por el director. El Festival de Cine Independiente de Barcelona es un escenario muy productivo a la hora de generar puentes y conexiones entre obras, pues a menudo se pueden encontrar impulsos similares entre creadores que dan pie, sin embargo, a obras muy distintas. Como pasaba con El retablo de las maravillas…, también Fantasía surge de una intuición presente que lleva al cineasta a dejar un registro de algo que algún día (sin ir más lejos, el mismo día en el que se ve en el marco de L’Alternativa) será pasado.