El caso de esta película es un claro ejemplo de cómo aquellas obras que abordan temas espinosos desde puntos de vista no consensuales, reconocidos, oficiales, se ven abocadas a la ignominia, el olvido, o lo que es peor, la condescendencia. La primera película del actor Aitor Merino es una película sobre ETA, sí, pero sobre todo, es una película sobre una amistad por encima de todo. Por encima, incluso, de diferencias políticas irresolubles, de posiciones vitales y éticas contrapuestas y casi incompatibles. Asier y Aitor eran amigos de pequeños. La vida les separó. Uno acabó de actor, otro ingresó en ETA. Tras un año en la clandestinidad, Asier es detenido. Durante los 8 años en que Asier está encarcelado en una prisión francesa, Aitor siente la incomprensión que despierta en su círculo de amigos en Madrid el hecho de que su otro amigo pertenezca a ETA. ¿Cómo hacerles entender qué pudo llevarle a tomar una decisión que para el propio Aitor es difícil de asimilar? En cuanto Asier es liberado, Aitor toma una cámara con la intención de hacer una película en la que tratará de compartir su experiencia con el público y, a través de sus propias contradicciones, plantear interrogantes. Como escribió Fran Gayo en el catálogo del BAFICI, donde sí pudo verse la película: “Que nadie les diga lo contrario: más allá de cualquier otra interpretación, Asier Y yo es la crónica de una amistad inquebrantable (…) y a partir de ese momento (la detención de Asier) la amistad pasa a ser un sentimiento conflictivo y un prisma deformante a través del que tratar de comprender la realidad íntima, y también la realidad histórica y política del entorno”.

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