El protagonista de Berberian Sound Studio es un ingeniero que viaja a Italia, al estudio del título, para encargarse de la mezcla de sonido de la última película de un director italiano. En este sentido, Berberian Sound Studio es una película que no podría existir sin el giallo pero donde curiosamente el giallo está prácticamente siempre fuera de campo. No sólo eso: cuando está dentro, está por los rincones. Se trata de un ejemplo fascinante de metacine, pero en realidad aquí lo que más importa es el meta como tal, no porque la película no sea cine (lo es, y del bueno) sino porque está construida a partir de recodos, de esquinas, de fronteras. Al igual que haría en The Duke of Burgundy, su siguiente película, Peter Strickland juega a pasar de un lado a otro de la frontera pero si bien en aquella se permitía el placer de reposar a cada uno de los lados, aquí juega con el movimiento continuo, uno que hace que finalmente el control de pasaportes se desvanezca porque lo que importa no es el llegar a uno u otro lado, sino simplemente el hecho de vivir el tránsito. Berberian sound studio no usa la narración en tres actos más que como ancla; aquí el timón está en los elementos cinematográficos que construyen ese relato. Se trata, en definitiva, de una película donde el nombre está por debajo del adjetivo. ER

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