Otra alegría de la siempre imprevisible (e incomprensible) cartelera española: la llegada, nada más y nada menos que con cuatro años de retraso, de una de las películas de terror más singulares de los últimos años, que toma como eje central el trabajo sonoro de un estudio de serie B en la Italia de los años 70 del pasado siglo. Un trabajo espeluznante sobre el poder del sonido como manipulador, como guía, como camino de tortura, que termina por ser una reflexión metacinematográfica disfrazada de película de terror. O lo contrario. Carlos Reviriego, en su crítica de El Cultural, presentaba así la película: “La historia del técnico de sonido inglés Gilderoy que, en los años setenta, viaja a Italia para encerrarse en unos estudios de postproducción de cine giallo (…) se abisma en una paranoica y metafísica reflexión sobre el artificio del cine , en una sofocante parábola sobre el horror del sexo, la violencia y el satanismo que no se ve, pero se escucha”.

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