Violeta Kovacsics (Festival de Berlín)

Y el séptimo día, Christian Petzold nos hizo reír. No entraba en nuestros planes que el cineasta alemán brindara una película que, por momentos, es una comedia. En Roter Himmel, Leon, un joven escritor, pasa unos días en la casa de un amigo en la costa báltica alemana. La idea es que él pueda terminar su manuscrito mientras su compañero prepara un portafolio para una escuela de fotografía. Sin embargo, pronto queda claro que el paraíso de la inspiración no va a ser tal, porque nada sale según lo previsto: el coche se estropea a medio camino, la zona es acechada por un incendio y al llegar a la casa hay una inquilina inesperada, Tanja. En esta discordancia entre las expectativas del remanso de paz y la realidad de la vida en movimiento se encuentra el neurótico Leon.

Ya van varias películas en esta Berlinale que abordan la cuestión de la creación, como Le grand chariot de Philippe Garrel o In Water de Hong Sang-soo. Si la película de Garrel usa el teatro para hablar del cine, la de Petzold hace lo propio con la literatura para pensar en la figura del cineasta. Leon está tan pendiente de su proyecto y de sí mismo, que no puede ver nada de lo que le rodea. Hay casi una lección de vida en la película de Petzold: la de entender que, incluso en estos momentos de productividad desbocada, además de trabajar, para crear, hay que poder vivir. ¿Puede el escritor crear mirándose apenas el ombligo? ¿No es desde la realidad, desde el gesto de mirar a los otros, que nace el arte? Estas son algunas de las cuestiones que plantea Roter Himmel.

Que el director alemán haya sabido hacernos reír no debería sorprendernos. El suyo siempre ha sido un cine de género, atravesado por los fantasmas de Gespenster, el melodrama de sus historias románticas y la temporalidad espectral de En tránsito. En Roter Himmel, la comedia habita la película pero que no la posee. El film tampoco rechaza el misterio o incluso la tragedia, y en su parte final cae con los dos pies al suelo del drama. Aunque este cambio en el tono pueda parecer abrupto, a lo largo de la película hay una amenaza en ciernes. Respecto al misterio, es magistral, por ejemplo, la manera en que el cineasta deja entrever por primera vez la figura de Tanja. Tras una noche de convivencia bajo el mismo techo, Leon al fin ve a la mujer, la espía callado, y con él nosotros y el propio Petzold. Ella está interpretada por Paula Beer, una actriz cuya presencia protagónica en el cine de Petzold desde En tránsito parece ser una continuación de la de Nina Hoss en sus primeras películas. Por su parte, el austríaco Thomas Schubert contribuye decisivamente a la construcción de Leon, ese tipo odioso pero cómico en su desesperación. 

Petzold es un cineasta único a la hora de plantear la sugerencia, lo que se intuye. En Roter Himmel, se da sobre todo a través del sonido, de lo que se escucha, pero permanece en fuera de campo, como los aviones de los bomberos o los encuentros sexuales de Tanja. Está lo que se escucha pero no se ve, y también lo que se observa pero no se siente, como las conversaciones ajenas que Leon contempla a lo lejos, imaginando suspicazmente que los demás conspiran contra él. 

La película se aferra al punto de vista de su amargado protagonista, reacio a cualquier ruido, a cualquier incomodidad o simplemente a la felicidad de los otros, pues esto parece ser lo que verdaderamente molesta a Leon. A través de esta decisión, la película se entrega a las tensiones creativas de su personaje. La fragilidad de Leon no le permite soportar ni la más mínima crítica de lo que está escribiendo, pero él no duda en atizar verbalmente a su amigo cuando este encuentra por fin un motivo para su serie de fotos. Su ensimismamiento no le deja darse cuenta ni de los conocimientos ni de los deseos ajenos.

Roter Himmel puede parecer ligera, y Petzold, un cineasta que no necesita esforzarse. Nada de esto es necesariamente cierto. Roter Himmel es una película algo más compleja de lo que aparenta, solo que Petzold consigue que todo parezca fácil. Leon está tan metido en su mundo, que ni siquiera comprende de dónde emerge la referencia a Heinrich Heine que hacen sus amigos. Heine es el poeta más importante en lengua alemana de la primera mitad del siglo XIX. Se nutre de lo romántico, pero va poco a poco hacia cierto realismo y tiende mucho a la sencillez y a la musicalidad, dos características que bien podrían definir al propio Petzold. Su poema Der Esra se publicó en el volumen Romanzero. Es muy breve y sutil, son cuatro estrofas sin rima, pero con una métrica fija. Narra el amor desdichado de un esclavo por una princesa y los personajes de Roter Himmel lo recitan con delicadeza.

En la anterior crónica de la Berlinale, hablábamos sobre Angela Schanelec, su hermetismo y la poética de su puesta en escena. Roter Himmel tiene algo de opuesto en su concepción de película lúdica. Schanelec, Petzold y Christoph Hochhäusler son tres de los cineastas alemanes con película en la Sección Oficial que surgieron de aquel movimiento llamado la Escuela de Berlín. Sin duda, y a falta de ver la película de Hochhäusler, cada uno se ha reafirmado en sus idearios. Ahora bien, en Roter Himmel hay algo de los rasgos de aquella “escuela”, sobre todo el escenario vacacional y las tensiones relacionales.