Página web de la Seminci – Semana Internacional de Cine de Valladolid

MÚSICA | Angela Schanelec | Alemania, Francia, Serbia | 2023 | 108 minutos.

Al comienzo de Music, la nueva película de Angela Schanelec, el paisaje ocupa el grueso del plano, como si fuera un cuadro. Sobre esa composición, y gracias al trabajo de puesta en escena, las acciones se irán presentando de manera fragmentaria, esquiva, aunque es posible reconstruir lo que sucede: un hombre ensangrentado es detenido, y un bebé es rescatado de este árido lugar. Luego pasarán los años, y ese chico crecerá, marcado por aquella tragedia fundacional. Como ocurría en Estaba en casa, pero…, en Music, Schanelec propone más preguntas que respuestas, aunque los enigmas se pueden ir resolviendo mediante pequeños detalles. ¿Dónde estamos? En Grecia, la cuna de la tragedia. ¿Y cuándo? Primero, en un momento en que todavía no existe la moneda unificada, quizá en los años ochenta o noventa; y luego en 2006, porque en un momento escuchamos los goles de Italia en las semifinales del Mundial de aquel año.

No todo en Music es un secreto, por mucho que la puesta en escena elíptica insista en ello. El nuevo trabajo de la veterana cineasta alemana, emblema de la Escuela de Berlín, no solo hace alarde de un despliegue escénico de gran belleza, sino que deslumbra por su modo audaz de revelar narrativamente el paso del tiempo. Los personajes envejecen, pero los actores permanecen igual. He aquí una idea curiosa, que incide en el misterio que la película plantea sin que la directora tenga la más mínima intención de desvelar nada desde la evidencia. Schanelec no afloja. No concede. Es más, cuando la película se vuelve algo explicativa (solo un poco), la propuesta pierde fuelle.

La música, que abunda en el tramo final, pretende dotar de emoción a una película que, durante buena parte de su metraje, bloquea esta posibilidad. Music no es un jeroglífico (en el fondo, la partitura es claramente la de una tragedia), sino una obra hermética. Apenas corre el aire, aunque entre líneas se entrevén las relaciones de los personajes: un hombre abandona a su hijo, y el chico crece y es detenido tras un homicidio que nos remite al mito de Edipo. En el reformatorio, o en la cárcel, o en el extraño lugar donde es recluido (¿habrá quizá algo en la rareza del lugar del universo de Yorgos Lanthimos?), él conoce a una mujer, y tiempo después los dos tendrán una hija. La tragedia, sin embargo, no les abandona. Music explora el universo de las relaciones familiares, la transmisión de padres a hijos, pero no desde lo afectivo, sino desde la distancia que ofrece una puesta en escena quirúrgica. Violeta Kovacsics

EL RAPTO | Marco Bellocchio | Italia, Francia, Alemania |2023 | 135 minutos.

El extraordinario director de Sangre de mi sangre, La hora de la religión y Bella Addormentata –por mencionar algunos de los envites de Marco Bellocchio contra el estamento eclesiástico– viaja a mediados del siglo XIX para reconstruir una historia real sobre el fanatismo religioso, con un niño (luego adolescente) como trofeo de guerra. En 1857, el matrimonio de burgueses judíos conformado por Momolo Mortara (Fausto Russo Alesi) y Marianna (Barbara Ronchi) cría a sus ocho hijos en condiciones económicas bastante holgadas en la ciudad de Ferrara. Sin embargo, una noche golpean a la puerta unos funcionarios escoltados por la policía, quienes les informan que uno de los chicos, Edgardo, de apenas seis años, fue en determinado momento bautizado en secreto y que, por lo tanto, es católico y debe ser trasladado a un seminario que está bajo la supervisión directa del Papa. De allí, lo del “secuestro” al que alude el título.

Con su habitual maestría narrativa y potencia dramática, Bellocchio va exponiendo muchas veces a través del montaje paralelo la dinámica dentro de la Iglesia, donde Edgardo se convierte en el favorito y en una suerte de obsesión para el Papa Pío IX (un algo exagerado Paolo Pierobon), mientras la familia inicia una odisea para reclamar la devolución con el apoyo de algunos referentes de la comunidad judía y luego con un movimiento social que llevó a algunos líderes eclesiásticos a juicio y terminó con varios levantamientos violentos y revueltas sangrientas que llevarían en 1861 al Risorgimento, la unificación de Italia como estado secular.

Impecable en su reconstrucción de época, en la documentación y variedad de detalles que aporte, El raptopendula entre lo íntimo y lo religioso, político y judicial con una víctima principal: un niño tironeado y manipulado por fuerzas que se lo disputan como para demostrar su poder y su capacidad de sometimiento. El director –formado dentro del catolicismo– cuestiona sin tapujos los excesos y abusos de la Iglesia como institución autoritaria y puede que por momentos esa denuncia resulte demasiado obvia, pero a sus 83 años Bellocchio sigue dando rienda suelta a una enjundia y una contundencia en el manejo de todas las herramientas del cine (incluida una banda sonora premeditadamente ampulosa con orquesta de cuerdas y campanadas) que lo sostienen como uno de los mejores cineastas italianos de las últimas seis décadas. Diego Batlle

LA IMATGE PERMANENT | Laura Ferrés | España, Francia | 2023 | 94 minutos.

Lo profetiza el título de la película, pero una cosa es anunciar el anhelo de pensar las imágenes y otra bien diferente convertir ese deseo en realidad. Por fortuna para los espectadores de La imatge permanent, Laura Ferrés cumple con su osado propósito en la ópera prima más deslumbrante surgida del cine español en años. A medio camino entre el film narrativo, con visos de saga familiar, y la pieza conceptual, el debut en el largometraje de la cineasta barcelonesa invita a la construcción de una constelación de imágenes, a la manera de Aby Warburg. La película traza diferentes itinerarios posibles, pero para atisbar su horizonte de significación teórica vale la pena quedarse con tres de sus imágenes capitales: 1) La recreación ficcional de una vieja fotografía (analógica) en la que una madre y una hija comparten encuadre con el fantasma del padre, desaparecido durante la Guerra Civil. 2) Un collage de spots publicitarios (analógicos y digitales) en los que diferentes líderes políticos, de Felipe González a Pedro Sánchez, vacían de significado el concepto de “cambio”. Y 3) Un morphing (digital) que encadena, como en el videoclip de Black or White de Michael Jackson, un conjunto de rostros, esta vez creados por Inteligencia Artificial. El modo en que Ferrés transita, con audacia y emoción, desde las imágenes del pasado, cargadas de memoria y verdad, hasta unas imágenes del presente desprovistas de referente, “aura” o ideología merece constar desde ya como una singular proeza cinematográfica.

Embriagada del espíritu de la modernidad fílmica, Ferrés integra en su sólida propuesta estética –marcada por el distanciamiento, el plano fijo y la centralidad compositiva– algunas fugas memorables. Basta mencionar el momento en el que un grupo de mujeres, en el escenario de la posguerra española, ahuyenta la tristeza y el dolor cantando al unísono desde los márgenes de un sombrío plano general: una suerte de tableau vivant que bien podría haber firmado Terence Davies. Todo parece listo para un festín de memoria doliente, pero entonces, sin previo aviso, una amplia composición en la que sobresalen una línea de alta tensión eléctrica y un tren de alta velocidad resquebraja el marco histórico del relato (¡como en Martin Eden de Pietro Marcello!). Y el shock estético-temporal no termina ahí, ya que el viaje al presente llega acompañado de un salto mortal desde el drama lorquiano hasta la sorna impávida del post-humor. Así, la segunda parte del film estará coprotagonizada por una responsable de castings de una compañía publicitaria que no da pie con bola a la hora de hallar rostros comunes para el spot de una formación política afín al “izquierdismo monopracticante”.

Bajo la calma chicha de La imatge permanent bulle una tormenta de heterodoxia fílmica, desesperación y lucha de clases, que encuentra su expresión en los testimonios de inmigrantes que pueblan y dignifican el extrarradio barcelonés. A la postre, lo que se propone la cineasta es explorar con honestidad el papel que puede cumplir la imagen en la recuperación de la memoria histórica y en el intento de vivir un presente algo menos confuso, un poco más humano. Así, siguiendo la estela de cineastas como el matrimonio Straub-Huillet o el portugués Pedro Costa, Ferrés asume que el artificio puede ser su mejor aliado en el encuentro fílmico (y político) con lo real. El problema es que este encuentro entre cine y vida resulta especialmente complicado en un tiempo en el que la realidad parece haber capitulado ante la avalancha cotidiana de imágenes triviales e inocuas. Quizá por eso La imatge permanent se presenta aguijonada por dislocaciones entre imagen y sonido, o por expresiones enfáticas del fuera de campo. Sin embargo, la realidad, en ocasiones, se revuelve contra el artificio y los testimonios documentales (de inmigrantes, de no actores) interpelan al espectador de manera frontal, diáfana, dando cuenta, por el camino, de la mirada honda y franca de Ferrés. Manu Yáñez

EL VIEJO ROBLE | Ken Loach | Reino Unido, Francia, Bélgica | 2023 | 113 minutos.

Es 2016, las casas de un pueblo del noreste de Inglaterra que supo ser combativo con sus huelgas mineras valen muy poco (8.000 libras, cuando en los años de esplendor costaban más de 50.000). Las propiedades están siendo compradas de forma online por unos especulativos fondos de inversión con sede en Chipre, pero también son ocupadas por refugiados sirios que escapan de la sangrienta guerra civil en su país. A parte de la depauperada población local no le gusta nada que los servicios sociales les otorguen todo tipo de ayudas a estos inmigrantes cuando ellos mismos están padeciendo una situación económica bastante crítica. Los conflictos y enfrentamientos no tardan en comenzar, pero también surgen personajes más solidarios y afables con los recién llegados.

Uno de ellos es Tommy Joe Ballantyne (Dave Turner), dueño del único pub que es el corazón del pueblo y da título al film, quien iniciará una cruzada para la confraternidad entre esos dos extremos dominados por el resentimiento y el odio. La otra protagonista es Yara (Ebla Mari), una inteligente y energética fotógrafa siria que habla inglés a la perfección y empezará a servir como nexo entre ingleses y sirios.

Durante la primera mitad, el guion de Paul Laverty –habitual colaborador de Loach– funciona bastante bien con su tono tragicómico, su simpatía y un pintoresquismo, pero en la segunda parte surgen los golpes bajos y las redenciones algo caprichosas. Se trata de una vuelta del bienvenido humanismo de Loach (doble ganador de la Palma de Oro), pero abordado con recursos demasiado obvios y manidos. Diego Batlle

THE BEAST (LA BÊTE) | Bertrand Bonello | Francia, Canadá | 2023 | 146 minutos.

La bête continúa, de alguna manera, la deriva comenzada en Coma, la película que Bertrand Bonello dedicó a la pandemia de Covid, entre otras cuestiones. Es que, aun cuando su nueva película es menos experimental que la precedente, se advierte la necesidad del director de seguir pensando en los cambios que en nuestras vidas ha generado el avance tecnológico. Bonello sigue meditando acerca de cómo han mutado las relaciones humanas y, en este caso, el objeto de reflexión es la inteligencia artificial. En un futuro cercano el director imagina un mundo en el que la IA reina y las emociones son una amenaza. La protagonista, Gabrielle (Léa Seydoux) debe purificar su ADN para adaptarse y eso la lleva a un recorrido por sus vidas pasadas. De la ciencia ficción al melodrama, descubrimos que a través del tiempo siempre ha estado unida a Louis (George Mckay).

Sin cargar las tintas, abriendo posibilidades y teorías antes que imponiendo respuestas, el director se acerca también al misterio y al terror, con premoniciones y admoniciones inquietantes. Como siempre en su obra lo formal se adapta a su búsqueda y, en este caso, imagen y sonido nos llevan hacia un viaje siempre sorprendente. La película, excesiva y proteica, puede tener alguna meseta, pero es tanto lo que propone que uno no puede sino agradecer su mirada arriesgada y profunda. Léa Seydoux habita estos mundos con una presencia y convicción que en el caso de su compañero parece menos natural. Pero Bonello no sólo está pensando en la actualidad, sino que su indagación abarca al propio cine. Desde la primera secuencia en la que Gabrielle tiene que interpretar, sola, sobre un fondo verde, el terror que le provoca la aparición de un monstruo que no vemos, el fuera de campo es el lugar de “la bestia” cuya amenazante presencia/ausencia recorre toda la trama. Las elipsis se encadenan misteriosa y poéticamente en una sucesión de secuencias en diversos tiempos que por momentos no sabemos si se tratan de flashbacks o flashforwards. Así encuentra su rumbo una de las mejores películas vistas en el pasado Festival de Venecia. Fernando E. Juan Lima