Página web del Festival de Sevilla (8-16 noviembre)

SYNONYMES. Nadav Lapid. 123 minutos. Francia, Israel, Alemania (2019). Con Tom Mercier, Quentin Dolmaire, Louise Chevillotte.

En su primera noche en París, el joven Yoav (Tom Mercier) descubre que la decisión de hacer las maletas y abandonar de mala manera su Israel natal será correspondida con una beligerancia similar por parte de su nuevo entorno. Después de meterse en un piso abandonado, un desconocido aprovecha su primer despiste para dejarle sin nada. Literalmente desnudo. Cuando vemos a Yoav tapándose los genitales mientras baja por las escaleras, advertimos que no deberíamos tomarnos al pie de la letra las imágenes. Primera invitación a salir de la literalidad y abrazar lo metafórico. Que, a posteriori, Yoav acepte su condición de personaje (casi cartoon) al mostrar una fidelidad casi religiosa a su indumentaria (pensemos, por ejemplo, en la emblemática gabardina de Monsieur Hulot) resulta otra pista significativa.

Synonymes es una película de marcado carácter autobiográfico, pero Nadav Lapid (autor de la flamante La profesora de parvulario) se enfrenta a sus propias vivencias con la actitud del paciente que se estira en el diván. Así, el ejercicio memorístico remite a Vals con Bashir, experimento de Ari Folman para consigo mismo, en el que los recuerdos documentales se mezclaban y confundían con las pesadillas animadas. Era aquella película una audaz conjunción de formas de entender el cine, algo que Lapid lleva al extremo al abrazar una plena libertad expresiva. Justamente la que su álter ego busca con desesperación. Tanto, que llega a considerar su nacionalidad como una enfermedad a la que debe aplicarse una terapia de shock. Avergonzado por su origen israelí –un país que a su entender, ha confundido el amor propio con el odio a los demás; el orgullo con la provocación–, el hombre decide apostarlo todo a la triple promesa francesa de igualdad, fraternidad y la tan cacareada libertad.

Synonymes surge del desarraigo, de la pérdida de una identidad que exige ser sustituida por otra. La película se articula a través de la invocación de los recuerdos del protagonista: historias de argumento y naturaleza imprevisibles. Dicho de otra manera, Synonymes se construye como una suerte de collage visual-memorístico donde Lapid emula al mejor Nanni Moretti. La narración luce como una amalgama de momentos que se vivieron, que se desearía haber vivido y que se están viviendo. Y es que Lapid no se conforma con parir un diario autobiográfico, sino que aspira a hablar en plural gracias a la universalidad de sus temas y a la importancia geopolítica de un escenario que deviene personaje. La Marsellesa se canta descompasadamente, con acento vietnamita; se suceden las carreras en el metro con sirenas de fondo; y el laicismo se destapa como otra religión con posibles derivaciones fanáticas. Francia, ese melting pot, como vanguardia de Europa; como banco de pruebas de un mundo que debe mostrarse responsable ante su obligación casi moral de acoger, y de entender que todo ser humano es sinónimo del que está a su lado. Víctor Esquirol

LIBERTÉ. Albert Serra. 132 minutos. Francia, Portugal, España (2019). Con Helmut Berger, Marc Susini, Iliana Zabeth.

En la noche casi eterna de Liberté –nueva cima radical en la trayectoria de Albert Serra–, el deseo y la sexualidad devienen tanto pulsiones liberadoras como fuerzas democratizadoras. Poco importa la edad, el género, la altura, el peso, la jerarquía social o la orientación sexual de los personajes. Todos son bienvenidos a la orgía sin fin que pone en escena, con arrojo sublime, el director de Honor de cavalleria. La fiesta empieza durante un atardecer de finales del siglo XVIII, con el fin del reinado de Luis XV como vago telón de fondo. El libertinaje ha caído en desgracia como modus vivendi y sus últimos y decadentes defensores (de nuevo la decadencia, hilo conductor del corpus albertserriano) deambulan por los bosques buscando el amparo de algún noble que les suministre doncellas y jóvenes con los que seguir poniendo en práctica su inacabable repertorio de parafilias.

En cuanto cae la noche, el bosque se enciende, y no solo con la delicada iluminación artificial que capturan las cámaras digitales del director de fotografía Artur Tort. La pasiones se desatan y comienza una fiesta erotómana que los montadores de la película (Ariadna Ribas, Tort y el propio Serra) hilvanan en un tránsito de lo sugerido a lo explícito. Tras los prolegómenos del atardecer, la noche se inicia con una clase magistral de fueras de campo, con la cámara centrándose en los voyeurs, los que miran, que se entregan al arte del cruising con la debida pausa y cautela, de manera siempre ritualizada. Además de un estudio acerca del impulso transgresor del deseo, Liberté funciona como un lúdico y majestuoso tratado sobre las miradas cruzadas que estructuran el lenguaje del cine: las miradas anhelantes que se dedican unos libertinos a otros, pero sobre todo el deseo de ver más que surge en el espectador cuando se le coarta la visión.

En la premisa de Liberté y en varios diálogos de los libertinos –personajes sin apenas trasfondo psicológico–, es posible rastrear los pilares filosóficos del Marqués de Sade. Sin embargo, a diferencia de las brutales maquinaciones no consentidas de Sade, los encuentros que pone en escena Serra son mayormente festines sexuales amorales pero compartidos. Los personajes que deciden ser ultrajados experimentan igual o más placer que los ofensores. Un juego de carambolas lascivas que Serra estructura de manera fragmentaria y elíptica. En uno de los pocos y geniales diálogos del film, un hombre ya mayor le espeta a uno joven que el libertinaje requiere de un proceso de aprendizaje. Un camino hacia la comprensión de una vida sin límites no tan diferente al que experimenta el espectador de Liberté, en su apreciación de un cine liberado de yugos dramatúrgicos. Manu Yáñez

LITTLE JOE. Jessica Hausner. 105 minutos. Austria, Reino Unido, Alemania (2019). Con Emily Beecham, Ben Whishaw, Kerry Fox.

En lo que podría verse como un cruce entre La pequeña tienda de los horrores y La invasión de los ladrones de cuerpos, Little Joe cuenta la historia de una empleada de una compañía de ingeniería biológica (Emily Beecham) que se dedica a “cosechar” plantas perfeccionadas genéticamente. Su nueva y estelar creación es una flor que, a cambio de unos delicados cuidados, garantiza la felicidad de su propietario. Un proyecto que ocupa todo el tiempo de la protagonista y que acabará trastocando su relación con su hijo pequeño, Joe (Kit Connor). Planteada como una meditación sobre la alienación moderna –y aportando una mirada crítica sobre los límites éticos de la manipulación genética–, Little Joe emplea el género de la ciencia ficción para reflexionar sobre ámbitos tan primitivos como sociales del comportamiento humano, desde el instinto de supervivencia hasta el deseo de reproducción, pasando por la incomodidad de descubrirse separado de la comunidad. ¿Qué nos dice sobre nuestro mundo una película en la que una flor despierta más anhelos, emociones y cuidados que cualquiera de los personajes humanos? Hausner presenta este universo desalmado, de colores fríos, a través de una puesta en escena que, lógicamente, se decanta hacia un distanciamiento gélido, hacia las composiciones diáfanas en las que los (pocos) personajes parecen esquivar el contacto físico, personal, emocional.

Sobre este inquietante escenario, Hausner compone una celebración del potencial enigmático del cine fantástico a través de la exploración de las dialécticas de lo posible y lo extraordinario, lo lógico y lo irracional. Un verdadero tour de forcé de extrañamiento y ambigüedad, Little Joe lleva al extremo la posible doble lectura de la trama: una que aceptaría las coordenadas fantásticas del relato y otra que apuntaría a la interpretación racional de los acontecimientos. Estamos ante una nueva muestra del juego que llevaron hasta lo sublime films como Suspense de Jack Clayton o El protegido de M. Night Shyamalan, entre tantos otros. Es a través de este despliegue de dobles lecturas, de relatos paralelos, de imágenes polisémicas, que Little Joe enriquece su turbador retrato de un mundo vaciado de humanidad, un mundo espeluznantemente parecido al nuestro. Manu Yáñez

LONGA NOITE. Eloy Enciso. 93 minutos. España (2019). Con Celsa Araujo, Misha Bies Golas, Nuria Lestegás, Suso Meilan, Manuel Pumares, Verónica Quintana.

Siete años después del estreno de Arraianos, Eloy Enciso vuelve a rondar los rincones olvidados de la geografía gallega, esta vez para arrojar luz sobre unos episodios que el tiempo ha querido enterrar de mala manera. Y es que, con Longa noite, el cineasta de Meira se desprende un tanto del interés etnográfico para ganar en carga política. No en vano, el propio título del film nos remite a un sombrío período histórico que, en la España actual, parece generar tanto extrañamiento como incomodidad. Hablamos (habla Enciso) del franquismo, esa noche de treinta años, esa herida mal cauterizada. Un hombre vuelve a su pueblo natal, convirtiéndose así en una especie de hilo conductor entre historias humanas inevitablemente marcadas por el contexto sociopolítico.

Estamos en Galicia, en unos años en los que la luz no tiene permitido moverse con libertad. Advertimos esto cuando, tras escuchar las quejas de dos mendigos que intentan ejercer su “profesión” con orgullo y dignidad, uno de ellos muestra su recaudación del día: un puñado de moneadas seguramente ajenas a la memoria de las nuevas generaciones. Al poco rato, por si todavía quedaban dudas, los dos mendigos se enfrentan a un obrero que está construyendo una prisión para un régimen totalitario. A partir de ahí, Enciso va invocando el recuerdo de victorias y derrotas pasadas que marcan los complejos, inseguridades y (crueles) vanidades del presente. Se trata de romper el tabú del ayer para conocer mejor el ahora. Para ello, el director y guionista echa mano de una fértil materia prima intelectual (textos de Max Aub, Luís Seoane o Ramón de Valenzuela) con la que moldear un proceso memorístico encarnado en un elenco de actores semiprofesionales.

La narración, dividida en tres episodios, nos habla del pánico sostenido, el exilio forzado y el encierro injusto. Lo hace, principalmente, a través de monólogos travestidos de diálogos. En bares, autobuses y casas de campo se encuentran personas que intercambian, a través de la palabra, sus respectivas vivencias, de las que se derivan claras consecuencias. Lo hacen en la soledad de un primer plano en el que solo cabe su semblante. La única comunicación posible se efectúa a través del corte de montaje entre planos de rostros que nunca llegan a compartir pantalla. Como si cada uno estuviera solo, atrincherado, en sus pensamientos; como si éstos fueran irreconciliables con los de la persona que está a pocos centímetros de distancia. Esta compilación de duelos interpersonales  se resuelve en un último acto de fuga hacia una naturaleza aparentemente inaccesible, pero que al mismo tiempo parece ser el último refugio de unas voces que no deben caer en el olvido. Víctor Esquirol

ABOUT ENDLESSNESS. Roy Andersson. 78 minutos. Suecia, Alemania, Noruega (2019). Con Bengt Bergius, Marie Burman, Amanda Davies.

El sueco Roy Andersson es uno de esos creadores atrapados en su firme, petrificada, interpretación del mundo: una visión en la que los seres humanos aparecen como figuras pálidas y desesperadas, carcomidas por la soledad y el vacío existencial, aprisionadas en el circo deshumanizador de las sociedades “modernas”. En la Suecia de apagados colores pastel de Andersson impera la frustración y el rencor, los rituales de servilismo impuestos por el capitalismo y una barbarie soterrada que emerge a la superficie en cuanto se rasca el fino caparazón del civismo y el decoroso. A este universo desolador y sorprendentemente humorístico regresa Andersson en About Endlessness (algo así como Sobre la perpetuidad), su vuelta a la gran pantalla tras Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia.

About Endlessness resulta devastadora sin caer en la crueldad, emocionante pero nunca sentimentalista, ambiciosa pero alérgica a la grandilocuencia. De hecho, con sus apenas 76 minutos, lo nuevo de Andersson se ajusta a una escala más minimalista que sus anteriores incursiones en el retrato social más artificioso. Eso sí, permanecen los planos secuencia estáticos (menos extensos que en otras ocasiones), las arquitecturas de cartón piedra y la estructura de collage, donde cada viñeta funciona como un mini-relato autónomo y como una pieza inamovible del fresco fragmentario. Un puzle en el que cada pieza y cada personaje vale tanto como los demás, una idea que adquiere su sentido radical cuando la escena de un hombre que agrede a su mujer en público se encadena, minutos después, con una inquietante visita al búnker en el que Hitler encontró su final.

Aunque no todo es oscuridad en las estampas melancólicas de About Endlessness. En una de las escenas más memorables, un chico le explica a una amiga (¿su compañera?) su personal interpretación de las leyes de la termodinámica, formulando una romántica filosofía de la ciencia poblada por frutas y verduras enamoradizas. Y algo parecido ocurre en otra secuencia en la que un chico queda paralizado ante la presencia de una chica que cuida con tesón del bienestar de una planta. La juventud inspira en Andresson toda la ternura que no encuentra en la vida adulta y la vejez, cuando sus personajes se entregan a una suerte de danza de la hostilidad, la incomunicación y el desconcierto. Manu Yáñez