Página web del FICX – Festival Internacional de Cine de Gijón/Xixón (17-25 noviembre).

LAS TIERRAS DEL CIELO | Pablo García Canga | España | 2013 | 83 min.

Las tierras del cielo, la ópera prima de Pablo García Canga, presentada en la sección Un impulso colectivo del D’A Film Festival 2023, empieza con una conversación en la que un hombre le está contando una película a alguien por teléfono. Se trata de una obra del cine clásico japonés. “Te habría gustado”, afirma antes de empezar el relato, pero no escuchamos la respuesta al otro lado, solo un murmullo. Tampoco vemos al que habla. Las imágenes de García Canga recorren una ciudad de noche, y apenas se distinguen los edificios, solo las luces. A medida que la narración avanza y conocemos al otro protagonista –el de la película que se está contando–, la cámara se desplaza por diversos espacios de una casa con jardín. El narrador no escatima en detalles; cuenta hasta cómo es el viento en la película que acaba de ver, un viento que se hermana con la suave brisa veraniega que zarandea los árboles del jardín. La voz dota de un significado poético a unas imágenes aparentemente vacías, como ocurría en La casa Emak Bakia de Oskar Alegria o en el cuarto episodio de la libérrima La Flor de Mariano Llinás. De pronto, la cámara se posa en un espejo, y aparece la persona al teléfono. Se sienta en el suelo y hay un plano tatami de manual, como en el cine de Ozu. Es un plano breve, o quizás solo nos parezca breve, al igual que los escasos dos minutos en los que desconocíamos quién hablaba al teléfono, cuando todo era posible.

García Canga interrumpe el fascinante arranque, lleno de oportunidades y misterio, para indagar en otra incógnita: ¿De qué película están hablando los personajes? Para ello, apuesta por escenas en un solo escenario y con pocos actores. Las conversaciones entre ellos parten ahora del film que han visto, y no solo divagan sobre lo que ocurría en la pantalla o lo que sentían sus personajes, sino en cómo se sentían ellos al verlo, en qué recuerdos les han suscitado las escenas, qué emociones han aflorado. Las tierras del cielo es una obra decididamente romántica en cuanto a la primacía de lo subjetivo sobre lo objetivo. También se antepone en ella un tipo de narrativa enmarcada. Como en Las mil y una noches, a partir del relato inicial (el clásico japonés que vieron en el cine) se van tejiendo otras historias que, justamente dramatizadas, generan la ilusión de una presencia. “¿Eso sale en la película?”, le pregunta un personaje a otro: “No, eso me lo imagino yo”. En la enigmática cinta, un panadero escribe breves poemas sobre lo cotidiano, sobre las migas de pan, sobre sus clientes. Es como Paterson en la obra homónima de Jim Jarmusch. Aunque uno echa en falta más momentos mágicos como el arranque, cabe resaltar el partido que García Canga saca a los contados y estáticos elementos escénicos. La intensidad sentimental del filme, que bordea el artificio sin caer en lo superficial, queda mitigada por los hallazgos que afloran en el trabajo actoral y en la belleza de los diálogos. Jaime Lapaz

FALLEN LEAVES | Aki Kaurismäki | Finlandia, Alemania | 2013 | 81 min.

Si es cierto eso de que un autor consumado es aquel que hace con mínimas variantes siempre la misma película o que cada nuevo film es un episodio más de un único gran largometraje, Aki Kaurismäki podría ser el ejemplo perfecto. Sus trabajos se parecen bastante entre sí, pero eso jamás cansa ni aburre porque cada nuevo capítulo es un reinicio, un reencuentro con personajes entrañables incluso en sus miserias, la reivindicación de antihéroes que saldrán adelante pese a todas las dificultades e infortunios porque en el cine humanista, gentil, amable y austero de Kaurismäki siempre hay lugar para el amor, la redención y el triunfo, aunque sea fugaz, de los perdedores.

En Fallen Leaves nos encontramos con Ansa (Alma Poysti), que trabaja primero como reponedora en un supermercado, luego lavando platos en un bar de mala muerte y finalmente barriendo en una fábrica; y con Holappa (Jussi Vatanen), un alcohólico que es empleado primero en un taller y luego en una obra en construcción. Ambos son extremadamente solitarios, torpes, tímidos, pero se encontrarán en un karaoke (la película es como una rockola con decenas de canciones que suenan de fondo o son cantadas en vivo), irán juntos al cine a ver Los muertos no mueren Jim Jarmusch; y tratarán de unir sus caminos y sus vidas pese a todo y a todos. Aparecen unos pocos amigos, pero en Fallen Leaves solo parece haber lugar para estos dos extraños amantes, que deberán sobreponerse (sobre todo él) a una acumulación de percances, desafíos y gente mala: jefes tiránicos, guardias de seguridad, estafadores.

Kaurismäki no es demasiado sutil a la hora de los homenajes a sus héroes cinéfilos (Bresson, Ozu, Fellini, Godard, Chaplin), pero lo hace con tanto amor que uno le perdona ciertos subrayados; la referencia más interesante es, en verdad, Breve encuentro, film de 1945 dirigido por David Lean. Lo mismo ocurre con su siempre ecléctica selección musical, que en esta oportunidad incluye a Carlos Gardel cantando Arrabal amargo y una larga escena en un bar llamado Buenos Aires.

El look, la estética, las localizaciones, las referencias temporales, los dispositivos electrónicos podrían ser de hace 10, 20 o incluso 30 años atrás. Sin embargo, Kaurismäki decide que sus personajes escuchen por la radio noticias de la invasión rusa a Ucrania, por lo que claramente esta tragicomedia agridulce y con no pocos momentos de humor negro transcurre en nuestros días. No importa demasiado porque el cine de Kaurismäki es atemporal, clásico, imperecedero y Fallen Leaves no hace más que potenciar su privilegiado, fundamental lugar en la historia. Impriman la leyenda. Diego Batlle

LA ESTAFA DEL AMOR | Virginia García del Pino | España | 2023 | 109 min.

A lo largo de su estimulante trayectoria, la barcelonesa Virginia García del Pino ha dejado constancia de su interés por explorar la idea del fuera de campo. En su lúcido y enigmático largometraje El jurado, la cineasta diseccionó los mecanismos de un proceso judicial fijando la mirada en los rostros impávidos de un jurado popular, mientras que el proceder de los abogados, magistrados y testigos, verdaderos “protagonistas” del juicio, quedaba relegado a un denso fuera de campo. Luego, en su magnífico cortometraje Improvisaciones de una ardilla, García del Pino recolectó una serie de imágenes mundanas (o mundanales) procedentes del circo político español, y las sometió al escrutinio, desde el fuera de campo, del filósofo Josep María Esquirol, autor de un monólogo crítico con la vacuidad de los discursos políticos y mediáticos. Ahora, en La estafa del amor, la directora catalana utiliza como MacGuffin la figura de Albert Cavallé, conocido como “el estafador del amor”, quien timó a varias mujeres bajo los cantos de sirena de una pasión romántica y una vida de alto standing. Pero claro, como suele ocurrir en los films de García del Pino, el protagonista se sitúa más allá de los límites del encuadre, un desplazamiento que, en el caso de La estafa del amor, adquiere los tintes de una expulsión en toda regla.

El espacio que, en un documental de corte ortodoxo, habría sido capitalizado por la figura del estafador es ocupado en el film de García del Pino por una heterogénea troupe de personas afectadas por las exigencias, los prejuicios y otros lastres del amor romántico. El grupo conforma una suerte de coro griego que, con ánimo performativo, va desmenuzando, testimonio personal a testimonio personal, el inhóspito universo de las relaciones sexuales y afectivas en la era contemporánea. Desde las butacas de una sala de Cineteca Madrid –donde el film se rodó a lo largo de dos fines de semana–, estas víctimas del ideal romántico comparten sus ilusiones, pesares y angustias al tiempo que reciben el invasivo acompañamiento musical de Maite Arroitajauregi Aranburu y la visita y asesoramiento del antropólogo Jordi Roca, la periodista y escritora Lucía Lijtmaer, y el filósofo Josep María Esquirol.

Por la amplia diversidad de experiencias que recoge La estafa del amor, el film remite al documental Encuesta sobre el amor, en el que Pier Paolo Pasolini diseccionó el imaginario vinculado al amor y el sexo de la ciudadanía italiana en la década de 1960. Sin embargo, el deambular callejero, popular y entrometido de Pasolini contrasta con el gran esfuerzo que invierte García del Pino en construir un espacio seguro para su orfeón de hombres y mujeres convalecientes del amor. En este sentido, el gran bálsamo emocional que ofrece la película llega de la mano de Esquirol, un maestro del saber cotidiano, nada maximalista, quien responde con interrogantes inspiradores a la angustia de algunos de los amateurs. ¿Y si la dependencia que nos abruma o atribula fuese en realidad una condición afortunada, un souvenir de nuestra inclinación natural a comunicarnos, interactuar, convivir? ¿Y si la clave de nuestro bienestar pasara por la práctica de la reflexión, íntima y acompañada, en lugar de por la búsqueda de simples fórmulas curativas? En uno de los varios momentos de luz que protagoniza Esquirol, el filósofo alerta acerca de la mayor de las lacras humanas: el gesto frío, la más pura desafección. Una frialdad que La búsqueda del amor combate con ahínco, proponiendo como antídoto una celebración de la empatía, la concordia y el aprendizaje compartido. Manu Yáñez

EL CIELO ROJO | Christian Petzold | Alemania | 2023 | 103 min.

Y el séptimo día, Christian Petzold nos hizo reír. No entraba en nuestros planes que el cineasta alemán brindara una película que, por momentos, es una comedia. En El cielo rojo, Leon, un joven escritor, pasa unos días en la casa de un amigo en la costa báltica alemana. La idea es que él pueda terminar su manuscrito mientras su compañero prepara un portafolio para una escuela de fotografía. Sin embargo, pronto queda claro que el paraíso de la inspiración no va a ser tal, porque nada sale según lo previsto: el coche se estropea a medio camino, la zona es acechada por un incendio y al llegar a la casa hay una inquilina inesperada, Tanja. En esta discordancia entre las expectativas del remanso de paz y la realidad de la vida en movimiento se encuentra el neurótico Leon.

En El cielo rojo, Petzold se aproxima a la literatura para pensar en la figura del cineasta. Leon está tan pendiente de su proyecto y de sí mismo que no puede ver nada de lo que le rodea. Hay casi una lección de vida en la película de Petzold: la de entender que, incluso en estos momentos de productividad desbocada, además de trabajar, para crear, hay que poder vivir. ¿Puede el escritor crear mirándose apenas el ombligo? ¿No es desde la realidad, desde el gesto de mirar a los otros, que nace el arte? Estas son algunas de las cuestiones que plantea El cielo rojo.

Que el director alemán haya sabido hacernos reír no debería sorprendernos. El suyo siempre ha sido un cine de género, atravesado por los fantasmas de Gespenster, el melodrama de sus historias románticas y la temporalidad espectral de En tránsito. En El cielo rojo, la comedia habita la película pero que no la posee. El film tampoco rechaza el misterio o incluso la tragedia, y en su parte final cae con los dos pies al suelo del drama. Aunque este cambio en el tono pueda parecer abrupto, a lo largo de la película hay una amenaza en ciernes. Respecto al misterio, es magistral, por ejemplo, la manera en que el cineasta deja entrever por primera vez la figura de Tanja. Tras una noche de convivencia bajo el mismo techo, Leon al fin ve a la mujer, la espía callado, y con él nosotros y el propio Petzold. Ella está interpretada por Paula Beer, una actriz cuya presencia protagónica en el cine de Petzold desde En tránsito parece ser una continuación de la de Nina Hoss en sus primeras películas. Por su parte, el austríaco Thomas Schubert contribuye decisivamente a la construcción de Leon, ese tipo odioso pero cómico en su desesperación. 

El cielo rojo puede parecer ligera, y Petzold un cineasta que no necesita esforzarse. Nada de esto es necesariamente cierto. La película es algo más compleja de lo que aparenta, solo que Petzold consigue que todo parezca fácil. Leon está tan metido en su mundo, que ni siquiera comprende de dónde emerge la referencia a Heinrich Heine que hacen sus amigos. Heine es el poeta más importante en lengua alemana de la primera mitad del siglo XIX. Se nutre de lo romántico, pero va poco a poco hacia cierto realismo y tiende mucho a la sencillez y a la musicalidad, dos características que bien podrían definir al propio Petzold. Su poema Der Esra se publicó en el volumen Romanzero. Es muy breve y sutil, son cuatro estrofas sin rima, pero con una métrica fija. Narra el amor desdichado de un esclavo por una princesa y los personajes de El cielo rojo lo recitan con delicadeza. Violeta Kovacsics

UN SOL RADIANT | Mònica Cambra y Ariadna Fortuny | España | 2023 | 79 min.

Un sol radiant, codirigida por Mònica Cambra y Ariadna Fortuny, proyecto colaborativo surgido tras un trabajo de final de grado. La película narra un apocalipsis asumido, sin estridencias: nadie puede salvar el mundo. La singularidad de la propuesta surge de la imbricación de su vertiente fantástica con un coming-of-age naturalista y rural –un registro habitual en el cine catalán del último lustro, de La vida sense la Sara Amat a La inocència, pasando por Libertad y Les Perseides–. ¿Pero cómo centrar una película en el acceso a la edad adulta de un personaje, Mila, que no llegará a alcanzarla? Sin recurrir al drama intimista y filosófico (como hiciera Lars Von Trier en Melancolía), ni a la sátira cínica (Camille Griffith en Silent Night), ni a la buddy movie (Edgard Wright en The World’s End), Cambra y Fortuny apuestan por un apocalipsis de las pequeñas cosas. La gestión racional e irracional de la certeza de una muerte inminente es llevada con una aparente y digna calma, que se propaga por placeres vitales aparentemente intrascendentes (bañarse en el mar, hacerse un tatuaje, fumar). Y la tristeza por no poder vivir esas cosas nunca jamás choca con una naturaleza que parece más viva que nunca: el viento sopla como queriendo decir algo, los pájaros más que cantar parecen chillar. La elección de Laia Artigas para el papel protagonista, en su segunda aparición en un largometraje tras su descubrimiento en Estiu 1993 de Carla Simón, película de la que bebe sin complejos Un sol radiant, resulta todo un acierto por su virtuosismo para comunicar emociones a través de silencios. Jaime Lapaz