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Cobertura anticipada del SEFF 2022 en Otros Cines Europa

WHEN THE WAVES ARE GONE | Lav Díaz | Filipinas, Dinamarca, Portugal, Francia | 2022 | 187 min | Sección Oficial

El teniente Hermes Papauran (John Lloyd Cruz) está considerado como el mejor detective e instructor de Manila. Sin embargo, su realidad física y espiritual no condice con ese prestigio. Una psoriasis severa producto del estrés va generando crecientes manchas en su piel y lo convierte en un alma en pena, al punto que ya coquetea con el retiro. En simultáneo, vemos que Primo Macabantay (Ronnie Lazaro) ha salido de prisión luego de purgar 10 años de condena. Inestable, con permanentes arranques de furia y locura, su principal objetivo es vengarse de Hermes, quien alguna vez fue su discípulo en la policía, pero terminó siendo el culpable de todas sus desventuras cuando lo denunció y lo combatió. Todo servido, entonces, para un thriller psicológico sobre el rencor, el odio acumulado y la búsqueda de revancha.

Estamos ante una de las películas más “accesibles” de la carrera de Lav Diaz, no solo por una duración de “apenas” tres horas (casi un corto para los estándares de su filmografía) sino también porque es un exponente bastante más clásico dentro del cine de género. Rodada en blanco y negro, When the Waves Are Gone le dedica bastante tiempo a exponer la psicología de ambos protagonistas (y de un fotógrafo que registra con su cámara todo tipo de casos sádicos y sangrientos), pero también a mostrar el contexto sociopolítico en una sociedad marcada por la violencia, con énfasis en un submundo dominado por la corrupción, el tráfico de drogas, la prostitución, el fanatismo religioso, la decadencia moral y la falta de respeto de los derechos humanos más básicos por parte de las propias fuerzas de seguridad.

Es cierto que cada encuadre, cada plano de Lav Diaz, contiene más cine que la inmensa mayoría de sus colegas del mundo, pero también lo es que When the Waves Are Gone resulta algo más convencional que sus films previos. Más allá de lugares comunes o sorpresas, las cartas del guionista y director quedan expuestas con claridad: el deambular, la degradación, la agonía de Hermes simboliza a (y sintoniza con) la de un país (¿y un mundo?) que él percibe en un alarmante estado de descomposición. Diego Batlle

FOGO FÁTUO | João Pedro Rodrigues | Portugal, Francia | 2022 | 67 min

Sostenida sobre uniones marcadamente eróticas, Fogo-Fátuo del portugués João Pedro Rodrigues debe leerse con espíritu lúdico. Con tono paródico desde el arranque, el autor, que no dirigía un largometraje desde O Ornitólogo, nos introduce en un futurista Portugal alternativo en que la monarquía vuelve a tener su lugar, entendemos que como figura decorativa, porque la república sigue activa. En su lecho de muerte, el rey recuerda su juventud en los tiempos actuales. El joven príncipe, preocupado por la emergencia climática, decide hacerse bombero. Casi toda la cinta gira en torno a su adiestramiento.

Definida en su título inicial como una “fantasía musical” por el propio Rodrigues, hay algunas canciones y bailes, aunque habría sido más preciso llamarla “sueño performático”. No hay una trama que evolucione, sino más bien un conjunto de viñetas de gozosa aproximación queer que intentan componer un retrato crítico de la identidad nacional portuguesa. Con mayor contención, esta dinámica ya estaba presente en el corto O Corpo De Afonso (2013), en el que hacía posar con una pesada espada a un grupo de musculosos hombres sacados de castings en gimnasios, emulando las estatuas del famoso primer monarca de Portugal. En Fogo-Fátuo añade dardos y dispara al pasado imperialista de su nación, al racismo, al calentamiento global, a la pandemia del COVID-19, al catolicismo más rancio, al inmovilismo de las tradiciones –fado incluido– e tutti quanti. Sencillamente es demasiado para 67 minutos, ya que FogoFátuo deviene una broma que, de un modo temerario, confía en su ligereza como virtud. Víctor Paz

PLAN 75 | Chie Hayakawa | Japón, Francia, Filipinas | 2022 | 112 min. | Sección Historias Extraordinarias

El planteo inicial de este debut en el largometraje de la guionista y directora Chie Hayakawa es propio de un film distópico. El gobierno japonés implementa el programa que da título al film, según el cual los mayores de 75 años pueden optar por un suicidio asistido y, a cambio, reciben con anterioridad el equivalente a unos 9.000 dólares para disfrutar de unas vacaciones o alguna otra actividad placentera a modo de despedida de este mundo. No estamos hablando de una obligación sino de una elección (incluso pueden dar marcha atrás en pleno proceso), aunque como para mucha gente sola puede resultar una propuesta aceptable estamos hablando de una suerte de genocidio encubierto (con excelentes modales y en las mejores condiciones, eso sí) en un país en el que los mayores de 65 años constituyen ya el 30% de la población total. En efecto, el eficaz sistema de salud pública, la saludable alimentación, el alto estándar de vida y la tendencia a tener pocos hijos han generado un progresivo envejecimiento de la población nipona y esta película, sin apelar jamás al golpe bajo ni al sensacionalismo (más bien todo lo contrario, apostando por un tono austero, sobrio y riguroso), mete el dedo en la llaga en una problemática que está en el corazón del debate en la sociedad japonesa.

Dentro de una estructura bastante coral (se trata de una expansión de su corto homónimo de 2018), Hayakawa pone en el centro de la escena la historia de Michi (Chieko Baisho, extraordinaria), una mujer de 78 años que todavía trabaja como empleada de limpieza en un hotel. Cuando a ella y a sus compañeras de edades similares las invitan a jubilarse, ella decide que es mejor morir que humillarse. Ingresa entonces al Plan 75 y empieza a conectar cada vez con mayor intimidad con una joven empleada de ese programa que se encarga de supervisar su caso. Pese a que está prohibido encontrarse personalmente, terminan compartiendo un café y luego van juntas al bowling. La cara de felicidad de Michi cuando logra un strike y choca sus manos con sus compañeras nocturnas nos muestra que en ella aún quedan muchas ganas de vivir. La segunda subtrama tiene que ver con la historia de Hiromu (Hayato Isamura), un joven trabajador de la seguridad social que no se acostumbra del todo a la fría burocracia y que entra definitivamente en crisis cuando descubre que su propio tío se ha sumado al Plan 75. La tercera es la menos lograda y solo se entiende desde el lugar de la coproducción: Maria (Stefanie Arianne), una empleada de origen filipino, tiene la ingrata tarea de organizar las pertenencias de quienes han fallecido dentro del programa en cuestión. La tentación cuando encuentra un valioso reloj o un fajo de billetes es irresistible.

Más allá de que no todas las historias tienen la misma profundidad, interés y hallazgos, Plan 75 es en líneas generales una muy buena película, con una impronta muy japonesa (utilizo la palabra “japonesa” como un adjetivo en términos elogiosos) y una sensibilidad, nobleza y gentileza muy especiales para encontrar las contradicciones, las sutilezas y los matices en medio de unas historias muchas veces tan extremas y dolorosas (eutanasia incluida) como las que aquí se narran. Diego Batlle

EL TRIÁNGULO DE LA TRISTEZA Ruben Östlund | Suecia, Francia, Reino Unido, Alemania, Turquía, Grecia | 2022 | 147 min. | Selección EFA

Con su mirada inconformista y punzante, el sueco Ruben Östlund se ha convertido en uno de los enfants terribles del panorama autoral contemporáneo. Junto a cineastas como Yorgos Lanthimos o Michel Franco, y tomando a Michael Haneke como una suerte de guía espiritual, el ganador de la Palma de Oro de Cannes por The Square ha situado en el centro de su cine la denuncia de las miserias de las clases privilegiadas. Dentro de esta liga de fustigadores del “primer mundo”, Östlund comparte con Lanthimos una preferencia por la sátira, lo que convierte su cine en un festín de situaciones ridículas, en las que la burguesía exhibe (y es castigada por) su frivolidad, arrogancia e intolerancia. Para el director de Fuerza mayor, Occidente vive sumido en la fantasía de un pacto basado en la justicia social, y solo hace falta rascar un poco en la cáscara de nuestra civilidad para revelar la violencia sobre la que se sustenta el sistema capitalista.

Para destapar estas tensiones sociales –que tienen como exponente más evidente la idea de la guerra de clases–, Östlund pasa por su scanner paródico las actitudes de aquellos que ostentan el poder, los privilegiados. Así, el triángulo de la tristezatiene como primeros protagonistas a una pareja de modelos que, durante una noche de fiesta, descubre sus primeras desavenencias. Carl (Harris Dickinson) se escuda en la igualdad de género para exigir a su novia que pague una parte de la cena, mientras que Yaya (Charlbi Dean) tiene muy claro que discutir sobre dinero no es nada sexy. La superficialidad de este dúo de atractivos influencers lleva la película hasta su segunda etapa: un crucero de lujo que remite al encierro que vivían los burgueses de El ángel exterminador de Luis Buñuel. En este escenario, Östlund construye una ristra de sus habituales performances patéticas e incómodas, en las que sus criaturas expresan su amoralidad con una desfachatez asombrosa.

El desprecio que Östlund expresa hacia el universo que retrata convierte a sus criaturas en caricaturas risibles. Y cuando se trata de rematar el discurso del film, la única vía posible parece ser el estudio de la cara más traicionera de todos los personajes: europeos o asiáticos, ricos o pobres, apolíneos u obesos. Östlund es democrático en el reparto de su crueldad intolerable: antes que un justiciero, el cineasta sueco es un misántropo. Manu Yáñez

TORI Y LOKITA Jean-Pierre y Luc Dardenne | Francia, Bélgica | 2022 | 88 min. | Selección EFA

A esta altura de sus vidas y sus carreras, con un estilo propio muy reconocido y una mirada sobre el mundo de profundo humanismo y consternación por las profundas diferencias sociales, es imposible pedirles a los hermanos Dardenne que cambien o se renueven. Ya han concebido sus mejores trabajos y que solo queda persistir en el camino de la concientización y la reivindicación de los más desfavorecidos del sistema. En la consideración crítica les ha pasado algo parecido a Ken Loach: muchos ya los miran con desdén, con cierto hartazgo y no poco desprecio. A mí, en cambio, su obra me sigue resultando atinada y en varios aspectos valiosa. No pretendo que me sorprendan, me contento con que me acompañen con sus películas nobles en la reivindicación de la empatía y una mayor justicia.

Vamos, entonces, a Tori y Lokita, que como su título lo indica está protagonizada por dos hermanos de origen africano que intentan sobrevivir en el hostil submundo belga. Lokita tiene 16 años y no consigue que le den los papeles de residencia; Tori, de 12, es un niño entrañable, simpático e inteligente (quizás demasiado entrañable, simpático e inteligente) que sí tiene la documentación en regla porque ha ingresado en carácter de refugiado. Pero él está dispuesto a hacer todo lo que haga falta para ayudar a su hermana. Cuando hablamos de submundo no son solo precarias condiciones de empleo y vivienda, sino de tráfico de drogas, prostitución y hasta trabajo poco menos que esclavo. Si bien ambos tendrán efímeras y ocasionales ayudas y gestos de solidaridad, el entorno es casi siempre sórdido, violento, desgarrador.

El estilo de los Dardenne es tan… dardenniano que no cambia ni un ápice. Planos secuencia con cámara en mano pegada a los personajes y un trabajo minucioso y delicado con los actores, muchos de ellos no profesionales, como el caso de los protagonistas y debutantes absolutos Alban Ukaj y Pablo Schils. ¿Que a estas alturas las películas de los Dardenne son un poco previsibles? Sin dudas, pero están concebidas con enorme tensión, sensibilidad y una mirada sin medias tintas sobre el estado de las cosas que desde este espacio que compartimos. Diego Batlle