Página web del Sitges – Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya.

FLUX GOURMET | Peter Strickland | Reino Unido, Hungría, Estados Unidos | 2022 | 111 min.

El inglés Peter Strickland tiene mejores y peores películas, pero en toda su filmografía (que hasta aquí está conformada por Katalin Varga, Berberian Sound Studio, The Duke of Burgundy e In Fabric) se percibe una permanente apuesta al riesgo, la audacia, la experimentación e incluso a una cierta deformidad e incomodidad. Flux Gourmet no es una excepción. En su interés por explorar terrenos cada vez más pantanosos y excéntricos, Strickland corre el riesgo de convertirse en un autor dominado por sus compulsiones y arbitrariedades. Algo de eso hay en Flux Gourmet, una tragicomedia en la que combina delirantes performances, elementos gastronómicos, las batallas de egos entre artistas y los malestares gastrointestinales. El resultado es un film sin miedo al ridículo y con unas cuantas escenas marcadas por la exageración y el patetismo.

Más allá de la ya habitual estilización y el despliegue visual del que suele hacer gala Strickland, Flux Gourmetes una abrumadora y poco sutil mixtura de escatalogía (¡la mierda y el chocolate!, los pedos), constante uso de la voz en off (en alemán y griego) y personajes bastante poco empáticos e incluso a veces despreciables en el marco de una residencia de tres semanas en el Sonic Catering Institute.

El generoso elenco multinacional (Asa Butterfield, Gwendoline Christie, Ariane Labed, Fatma Mohamed, Makis Papdimitriou y Richard Bremmer) se somete a los caprichos del director, que propone un tono cercano al cine griego de Yorgos Lanthimos, Panos H. Khoutras o Athina Rachel Tsangari, filma una colonoscopía como si fuera una performance artística (muy similar a lo que Cronenberg propone en Crimes of the Future), algo de Suspiria y hasta un explícito homenaje a Irma Vep (el serial clásico y la película/serie de Olivier Assayas). Diego Batlle

CORTEN! | Michel Hazanavicius | Francia, Reino Unido, Japón | 2022 | 111 min.

En su nuevo trabajo, planteado como un híbrido de comedia de terror gore y de sátira del mundo del cine, Hazanavicius realiza un remake de la frenética e inspirada película japonesa de 2017 One Cut of The Deadde Shinichirô Ueda, en la que el rodaje de un film de terror de bajo presupuesto se veía golpeado por el estallido de una invasión zombi. El film de Ueda bebía de una fértil tradición de comedias que han sabido exaltar la pasión cinéfila que suele alentar el trabajo de los cineastas de serie B… o Z: películas como la romántica Ed Wood de Tim Burton o la salvaje Why Don’t You Play in Hell de Sion Sono. Por su parte, Hazanavicius no renuncia a todo ese legado de obras que han presentado el arte cinematográfico como el fruto de vocaciones incendiarias, un arte capaz de consumir a sus practicantes mientras los eleva a las alturas de la creación.

El destino de Corten! se juega en su relación con la película original, de la que toma prestada su estructura de rompecabezas temporal. El extraño y surrealista arranque del film –en el que un rodaje aparece trufado de anomalías y arritmias– abre una serie de interrogantes a los que la historia irá dando respuesta a golpe de flashbacks y flash forwards reveladores. En cierto sentido, la apuesta de Hazanavicius resulta un tanto mimética respecto al trabajo de Ueda. Por momentos, Corten! corre el riesgo de erigirse en una relectura elemental de One Cut of the Dead; sin embargo, el cineasta francés sabe sacarse de la manga un giro argumental que abre las puertas a un peculiar diálogo intercultural. Así, desde el principio, llama la atención el hecho de que unos actores franceses (con Romain Duris y Bérénice Bejo a la cabeza) den vida a personajes con nombres japoneses. Así, la relación entre los universos francés y japonés pone de manifiesto el interés de Hazanavicius por la realización de obras de carácter híbrido e impuro: su saga de OSS 117 funcionaba como una parodia afrancesada del universo de James Bond, mientras que The Artist convertía a una estrella del cine francés (Jean Dujardin) en el portavoz de la memoria del cine mudo de Hollywood.

A la postre, Corten! brilla gracias a su festejo de la dimensión artesanal de la creación cinematográfica, que muestra su cara más rudimentaria e imaginativa gracias a una alegre colección de decapitaciones, miembros cercenados y otros gestos escatológicos. También cabe destacar la celebración del carácter colectivo de la praxis fílmica, una vertiente del film que, puntualmente, se viste de drama familiar e intergeneracional. Todas estas cuestiones, además del trabajo con una narrativa metafílmica (a la manera de la obra teatral Por delante y por detrás de Michael Frayn), ya estaban perfectamente delineadas en ‘One Cut of the Dead’, algo que no desmerece los esfuerzos que hace Hazanavicius por trazar con brío una película asentada en las imágenes de raigambre trash y en una comicidad de carácter popular. Manu Yáñez

AFTER YANG | Kogonada | Estados Unidos | 2021 | 96 min.

El nuevo largometraje de Kogonada se apoya en alguna de las virtudes de su anterior trabajo (la sorprendente Columbus, un remanso de calma y trascendencia clasiscista en medio del ruido y el frenesí de nuestros tiempos), pero al mismo tiempo evidencia un salto de ambición; la adopción de unos riesgos que amenazan con desestabilizar su fórmula. No en vano a esta particular pieza de ciencia ficción le pasa lo mismo que al mencionado robot: es un calculadísimo organismo cuyo diseño está pensado para embelesar a quien lo mire y lo escuche, pero al mismo tiempo verlo en acción deja al descubierto algunos momentos de mal funcionamiento.

Kogonada se la juega apostando por la hibridación de géneros, y acierta encontrando momentos de thriller detectivesto en los que un padre de familia (un Colin Farrel muy en la línea hierática de sus colaboraciones con Yorgos Lanthimos) se sumerge en las memorias de Yang, un techno-sapiens averiado con el que su hija y otras personas han establecido una relación profundamente afectuosa. El director y guionista de origen coreano usa este escenario para zambullirse en las profundidades insondables de la identidad (como persona, claro, pero también como individuo dentro de marcos familiares o raciales). En este sentido, AfterYang luce especialmente cuando medita sobre el modo en que construimos el relato de nuestras vidas, de manera tentativa, cruzando perspectivas. Una misma situación se nos presenta primero con un plano general estabilizado con un trípode, y después con el nervio de la cámara al hombro. Del mismo modo, la frase que al principio decía un personaje, al rato es reproducida, exactamente igual, por otro. Jugando con el montaje y el lenguaje cinematográfico, Kogonada difumina la ya de por sí fina línea que separa a los hechos (¿palpables?) de las interpretaciones más dubitativas.

Kogonada navega por las incertidumbres de la era tecnológica: la que ha empezado ahora; la que tal vez desemboque en el mundo de After Yang. Un viaje cuya línea de meta podría explicarse a partir de algunas de las tesis o profecías que Don Hertzfeldt ha ido plasmando en la apabullante trilogía World of Tomorrow, pero que también se empeña en destacar (y ahí está el problema) por un empaque estético que amenaza con comerse al contenido. El equilibrio que Columbus lucía en este sentido se pierde aquí en pos de un ensimismamiento característico de cierto indie moderno. Son las luces y las sombras de la sci-fi presentada a base de postales hipsters (no en vano, el proyecto está apadrinado por el sello A24). La ya característica filia de Kogonada por mimar la composición de cada uno de sus encuadres toma aquí la forma de un interiorismo feng shui. Víctor Esquirol

LA MONTAGNE | Thomas Salvador | Francia | 2022 | 115 min.

El debut en el largometraje de ficción de Thomas Salvador fue en 2014 con Vincent n’a pas d’écailles. Estrenada en el Festival de San Sebastián, proponía una relectura del universo de los superhéroes a través de un hombre cuya fuerza y reflejos se multiplicaban al entrar en contacto con el agua. Con el objetivo de aprovechar esa particular característica, se mudaba a una región llena de ríos y lagos para preservar su tranquilidad. Ocho años después, Salvador repite su doble rol de protagonista y director de La montagne, además del de coguionista. No es la única similitud entre una y otra. Primero, porque se trata de una película que abraza con fuerza una vertiente fantástica inscrita en un mundo ficcional a priori muy parecido al “real”. Segundo, por la presencia de un personaje central silencioso y por momentos impenetrable que solo parece buscar su lugar en el mundo, un espacio para vivir en paz consigo mismo.

Ese personaje se llama Pierre y es un parisino cuarentón en viaje de negocios en una región montañosa de Francia cercana a la frontera con Suiza y Alemania. Que el negocio no salga del todo bien es la gota que parece colmar el vaso interno de Pierre, quien a último momento baja del tren que debía llevarlo de vuelta a su hogar para quedarse allí aun cuando pierda el trabajo y su ausencia genere preocupación en su familia. La fascinación de Pierre por su entorno se traduce en la compra de una tienda de campaña, vestimenta acorde y demás neceseres imprescindibles para incursionar en el montañismo. No es descabellado imaginar que, antes que el montañismo, a Pierre le interesa la soledad, la sensación de deriva producto de haberse despojado de una vida con agenda cargada. Una deriva que Salvador, en su rol de director, acompaña mediante las largas secuencias de caminatas por la nieve que respiran un notable aire de ensueño liberatorio.

Pero las montañas no están hechas solo de rocas, como demuestra esa suerte de ciempiés brillante que surge de entre los escombros de un derrumbe. Qué ocurre de allí en adelante es algo que no conviene revelar. Solo puede decirse que la película ingresa en un terreno onírico, casi metafísico, que podrá desconcertar a más de un espectador desprevenido, pero que refuerza el carácter hipnótico de una película tan anómala como impredecible. Diego Batlle

PEQUEÑA FLOR | Santiago Mitre | Francia, Argentina, España, Bélgica | 2022 | 98 min.

En su nueva película, el director de La cordillera y Argentina, 1985 propone una transposición muy libre de la novela homónima que en 2015 publicó Iosi Havilio, una comedia negrísima, absurda, deforme, algo anárquica y decididamente salvaje. Todo empieza con un parto domiciliario. Quien da a luz a una bebé es Lucie (Vimala Pons) y quien trata de asistirla es José, su compañero rosarino (el uruguayo Daniel Hendler). La niña irá creciendo en una pequeña ciudad francesa, José –que es dibujante– se queda sin trabajo, y encima se resiste a hablar francés dilatando así la posibilidad de integrarse, mientras que a Lucie no le queda más remedio que aceptar un trabajo en el diario local. Así, nuestro perfecto antihéroe quedará en el hogar al cuidado de la pequeña Antonia.

Un día José va a casa de un vecino a pedir una pala prestada para trabajar el jardín. Quien lo recibe es Jean-Claude (Melvil Poupaud), un dandy amante del jazz que lo invita a tomar costosos vinos y hablar de la vida. José siente una creciente incomodidad y luego –un poco a propósito, un poco de forma accidental– termina clavándole la pala en la garganta. Bañado en sangre, el protagonista intenta sobrellevar el impacto de lo sucedido hasta que al día siguiente se reencuentra con un Jean-Claude vivito y coleando, al que irá asesinando una y otra vez de las más diversas maneras. Y este es solo el planteamiento inicial de una película que en verdad son varias: un drama sobre una pareja en crisis por las diferencias de personalidad y de origen (Lucie es una mujer impulsiva y avasallante; José, un tipo bastante conformista y con ciertos rasgos depresivos), una comedia de rematrimonio, una mirada crítica a la responsabilidades de la paternidad/maternidad y una sátira negra con elementos fantásticos, no exenta de perversiones y personajes excéntricos.

Las múltiples referencias al jazz (con Sidney Bechet y su Petite fleur a la cabeza) no son gratuitas. La película, elíptica, inasible, derivativa, tiene algo de espíritu jazzero y esa cualidad de imprevisiblidad termina por momentos conspirando contra la empatía y complicidad del espectador. Los personajes secundarios que van apareciendo no terminan de funcionar del todo, desde una suerte de psicólogo y gurú catalán-francés llamado Bruno (Sergi López) hasta la vecina Agnès (la mítica Françoise Lebrun, totalmente desaprovechada). Desde el off literario a cargo de la “víctima” Jean-Claude hasta varios números musicales y de baile, pasando por citas cinéfilas bastante obvias (sí, la escena de la ducha de Psicosis incluida) y explosiones gore, Pequeña flor resulta una película recargada, provocadora, incómoda, sin miedo al ridículo y al qué dirán. Para bien y para mal, es un golpe en la mesa de un cineasta como Mitre, que cuestiona los mandatos del buen autor festivalero, dócil, sumiso y previsible. Diego Batlle