Los bautizos en la etnia gitana evangelista no se realizan durante los primeros meses de vida de un neonato, sino cuando el cristiano ya ha alcanzado la edad adulta y dispone de plena conciencia para cumplir sus promesas religiosas. Con esa tradición como trasfondo, Clan salvaje, el segundo largometraje de Jean-Charles Hue, describe la víspera de la ceremonia del bautizo de Jason (Jason François), un yeniche de los suburbios parisinos que se plantea dar el gran paso tras cumplir dieciocho años. La tarde previa a la ceremonia parece tranquila: el protagonista y los miembros de su indisoluble clan familiar –su hermano mediano Mickäel (Mickaël Dauber) y su primo Möise (Möise Dorkel)– encienden hogueras, cazan conejos, atraviesan el campo en motocicleta cargados con rifles o compiten por el título del mejor levantador de pesas. Sin embargo, la inesperada llegada del primogénito a la comunidad, tras pasar quince años en prisión por matar a un policía, convierte la preparación de Jason para encomendarse a Dios en otro tipo viaje de iniciación.

Antes de la aparición del hermano mayor, interpretado por Fréderic Dorkel, Clan Salvaje construye toda una iconografía de lo marginal, próxima al imaginario que desplegara Bruno Dumont en La vida de Jesús. A pesar de la precariedad imperante, los tres jóvenes protagonistas viven una plácida existencia pueblerina, ajena a las preocupaciones del mundo adulto de la gran ciudad. No obstante, esa atmósfera apacible se ve devastada por la súbita irrupción de Fréderick, un carismático actor no profesional, habitual del cine de Hue –ya protagonizó el debut del director, La BM du Seigneur, inédito en España–. En sus dos largometrajes, Hue propone un acercamiento al universo delictivo de los yeniches a partir de la puesta en escena de trágicos episodios que, aunque son fruto de la imaginación del autor, exponen un notorio sustrato real. En este sentido, Clan Salvaje explora las formas del thriller criminal hundiendo sus raíces en el trasfondo documental.

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Planteada como un estudio antropológico, Clan salvaje, premio a la Mejor Película en el Festival de Turín, penetra en los cimientos de la comunidad gitana a través del combate ético entre la bondad del hermano menor y el modelo delictivo del hermano salvaje, que ajeno a todo arrepentimiento pretende arrastrar al clan a su terreno. Saboreando las primeras horas de libertad tras su salida de la cárcel, Fréderic se deja llevar por la adrenalina y el alcohol, y propone a sus familiares que le ayuden a dar un gran golpe: el robo de un cargamento de cobre en el que todos aceptan participar a pesar de las previsibles y devastadoras consecuencias. La situación hace pensar en The Selfish Giant de Clio Barnard, donde unos niños también eran conducidos al mal camino a causa del contrabando de cobre. A su manera, Clan Salvaje pone en escena una disputa entre el Bien y el Mal previa al acto sagrado de un bautizo, una lucha donde se sintetizan los rasgos de una etnia gitana que malvive en el Norte de Francia: su pobreza, los trapicheos, la salida delictiva de los jóvenes, los sermones de los mayores, las supersticiones, la presencia del evangelio en todos los diálogos, las discusiones sobre mestizaje o la jerga gitana que el autor homenajea en el título original del filme.

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