(Imagen de cabecera: Small, Slow but Steady, de Shô Miyake)

Mariona Borrull (Valencia)

A menudo empleada de forma automática e irreflexiva, más cerca del marketing que de la observación rigurosa, “joven” es una etiqueta que huele a cerrado. Sin embargo, en la programación del 37º Festival Cinemajove, se percibe un genuino intento por comprender las formas y límites de la juventud. Capitaneaba las secciones paralelas el ciclo La Joven Varda, que celebra la obra primeriza de la cineasta franco-belga e ilustra cómo debemos aupar a les cineastas-termita, en contraposición a los elefantes blancos que, según Manny Farber, acaparan los elogios y el canon. “La Varda” fue joven en edad y en oficio, nadie lo discute. Más arriesgado quizás es reivindicar los grandes éxitos de la generación zillennial como pilares del programa. El ciclo High School 2º Curso reunía películas que Film Twitter lleva tiempo encumbrando como nuevos clásicos –de Clueless (Fuera de onda) a Con amor, Simon– y grandes éxitos de la cinefilia “adulta” ambientados en institutos –La clase, El club de los cinco–. En todo caso, más allá de la elemental construcción de puentes generacionales, Cinemajove prefiere hacer colisionar lo que gusta a la gente joven (el ciclo Los Dioses del Anime) y las formas que considera jóvenes, desde su Competición de webseries, con su lenguaje descarrilado, a su selección de Diamantes en Bruto, formada por obras proclives a la deriva y alérgicas al moralismo (del film que da título a la sección a Frances Ha o Wendy y Lucy). La tensión que surge de emparentar horizontalmente propuestas tan variopintas genera un festival disperso y lleno de ideas… como una primera obra.

Pese a su proceder centrífugo, la programación de Cinemajove confluyó, en dos de las mejores películas de la Competición Oficial, sobre la cuestión de los afectos inesperados y el desapego. Para empezar, Talking About the Weather de Annika Pinske (presentada en la sección Panorama del Festival de Berlín) presenta el falso viaje de redención de una doctoranda de treinta y largos que se ha alejado de cualquier vínculo familiar y afectivo real en pos de una carrera profesional que tampoco la llena. Clara (Anne Schäfer) vive en un mundo urbano de blancos intensos y negros profundos, muy Roy Andersson, donde ninguna conversación fluye y, en general, todo es incómodo o directamente superfluo. El malestar no desaparece cuando Clara vuelve al pueblo de provincias donde creció. Allí le esperan los silencios y las salidas absurdas de tema de una madre resentida por el supuesto abandono de la hija. La incomunicación transforma lo que debía ser un viaje edificante en una concatenación de gags sin gracia, una colección de desatinos emocionales entre personajes con trayectorias asintóticas. Sin embargo, no hay ironía alguna en el guion de Pinske y Johannes Flachmeyer, quienes apuestan por acompañar sin condiciones a la protagonista por un mundo en el que no es, ni se siente, bienvenida. Como en Tenéis que venir a verla de Jonás Trueba, Talking about the Weather canaliza una ternura insospechada a través de las formas fílmicas más delicadas y menos prestigiadas: diálogos y encuadres diáfanos que dibujan, con sutileza, la sombra de un gesto o la estela de una mirada.

“Feature Film About Life” de Dovile Sarutyte.

Talking About the Weather concluye con un comentario sobre el carácter inevitable del distanciamiento en un contexto familiar… y un desapego similar abre la profundamente autobiográfica Feature Film About Life, de la lituana Dovile Sarutyte. Conocemos a Dovile (Agne Misiunaite) en un bar en París, en un viaje con sus amigas de universidad que parecerá nunca haber sucedido cuando ella reciba una llamada comunicándole la muerte de su padre, un tipo fracasado y alcohólico de quien se había alejado. Obligada a organizar el funeral, Dovile se ve forzada a deambular por deslugares mortuorios (la morgue, el tanatorio, el almacén de lápidas) repletos de expertes en sacar tajada: gente esperpéntica, cuyo desenfado contrasta con el hieratismo de la protagonista. Con una herida en el ojo que no llega a curarse nunca y una mueca de desagrado permanente, Dovile es auténtica carne de depresión. No obstante, hay algo de bildungsroman en el fortalecimiento que exige una burocracia que no admite fallos y en la ausencia definitiva de un padre. Esfuerzos que acaban por dar forma a una cierta idea de madurez. El tránsito de la protagonista se combina con fragmentos de vídeos que la familia grabó en un pasado que auguramos feliz. Lejos de la pesadumbre con la que suelen presentarse los “archivos encontrados” en la ficción, Sarutyte utiliza la energía del registro casero para dinamizar la crónica de la organización del funeral, como devolviendo la vida a un mundo grisáceo y que ha sido totalmente desarticulado por el interés económico y la burocracia. Es posible tender un puente entre los rostros alegres de las chicas en París y las caras de familiares y amigues que quedaron grabadas en vídeo y que ya no están aquí. En Feature Film About Life, aprendemos que la “vida” consiste también en abrazar aquellos tiempos y personas que debemos dejar de lado para caminar más deprisa.

Que las prisas son malas consejeras acabamos de comprenderlo gracias a Small, Slow but Steady, de Shô Miyake, que venía de la sección Encounters de la Berlinale y se erigió en la mejor película de Cinemajove. El debut de Miyake es la radiografía de un tiempo que cae con la suavidad de las motas de polvo en un lugar cruzado por rayos de luz. La historia, mínima, nos traslada a los suburbios de Tokio, donde Keiko (Yukino Kishii), joven boxeadora profesional sorda, se entrena en un gimnasio que deviene su casa. Keiko golpea los guantes de su instructor en silencio, construyendo una intricada y veloz coreografía de puñetazos y cambios de pie; todo golpes secos, sin musitar palabra. Mientras tanto, en su despacho, el jefe del gimnasio teje una bufanda de ganchillo. En esta anti-Rocky, no cabe la ambición que devora a les protagonistas, a quienes a penas se confiere una psicología, aunque brillen como gente honrada. Tan apacible como elles, el relato se empapa del espíritu añejo de los minúsculos callejones japoneses, llenos de gatos y antenas destartaladas. La película viene rodada en analógico, fotografiada en los ocres, rojos y azules del atardecer y con créditos en japonés vertical. Hija aventajada de Susurros del corazón de Yoshifumi Kondô, sus paisajes finales, esas afueras de Tokio que aún se mueven a otro paso, maridan sin dificultad con los compases de la Country Road de John Denver. La película, claro, invita a bajar el ritmo y a desestimar el suspense, pero no a relajar la mirada. En un metraje plagado de intertítulos venidos del cine mudo y conversaciones en lenguajes de signos, pero sin subtítulos, debemos estar atentes, “mirar con intención”. Así describe el entrenador a una boxeadora que, por su incapacidad para oír, puede habitar aún un mundo sin ruido, una ciudad más tranquila. Que una película sea capaz de regalarnos un rato para mirar al mundo en calma es algo raro y precioso.