Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

La directora argentina Anahí Berneri es una habitual del Festival de San Sebastián: la presentación de Alanis significa su tercera participación en el certamen donostiarra. Hace diez años, obtuvo el Premio FIPRESCI con Encarnación y repitió concurso con Aire libre (2014), siempre centrando su mirada en temas conflictivos, que provocan al espectador, y con esa forma de narrar en la que la inteligencia se impone al virtuosismo. En este caso, Berneri fija su mirada (literalmente) en la mujer que da título al film: una joven de 25 años, madre soltera, que ejerce la prostitución junto a su “tía” en una casa particular de un barrio de Buenos Aires, hasta el día que las autoridades y el casero deciden desahuciarlas y dejarlas en la calle.

La primera secuencia del film se cierra como si fuera una declaración de principios: vemos como Sofía Gala Castiglione (repleta de registros y magnética en pantalla) se asea en la intimidad de un baño desconchado, para estar lista tras trabajar y poder dar de mamar a su pequeño. Un plano fijo de más de un minuto, en el que la cámara se ancla al suelo, dirigiendo la atención del espectador hacia la protagonista y ahorrándole cualquier tipo de detalle superfluo. Así, en realidad, narra Berneri toda la película, orquestándola a través de planos fijos interiores –sólo interrumpidos por alguna salida al exterior donde el nervio rompe ese estatismo–, que captan la realidad y que supuran verdad, igual que las paredes de los escenarios escupen desconchones de pintura y las mantas de las camas lucen rotos propiciados por el uso de años y años.

La película supura un naturalismo apasionado, que funciona perfectamente como un posicionamiento moral ante la prostitución: la directora no cuestiona, porque en ningún momento es su intención, simplemente narra la historia de una mujer (y de sus circunstancias) atrapada por su pasado y enfrentada a su futuro. Con todas las de perder de su parte. Recuerda la joven Alanis a esa niña Rosetta con la que los belgas Dardenne ganaron la Palma de Oro en 1999, que se empeñaba en levantarse cada vez que alguien le ponía la zancadilla y que se encaraba con su peor mueca frente a las adversidades. Basta cambiar Lieja por Buenos Aires y ver cómo el personaje ha crecido. La película de Beneri es una de esas obras que se muestran pequeñas en su disposición narrativa, pero que esconden dentro una gran (y modesta, en el sentido positivo del término) obra. Una inteligente reflexión a propósito de la pérdida de la inocencia y de la imposibilidad de volver a recuperarla.