Víctor Esquirol (Huelva)

A estas alturas del calendario, en que la (sobre)carga festivalera duele un poco más debido al cansancio acumulado, me es inevitable pensar que el trabajo, más que dignificarnos, más que canalizar nuestras pasiones, puede ser también un vehículo que nos conduce a la alienación. A un aislamiento que nos separa de los seres queridos, incluso de quienes realmente somos. Sigo en el 47º Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, dando las gracias por ello, y preguntándome si mi vida tiene sentido más allá de la cobertura de estos certámenes… dudando aún más después de chocar con uno de sus largometrajes de la Sección Oficial. Se titula 9, y está dirigido por los “rookies” Martín Barrenechea y Nicolás Branca, dupla uruguaya que nos trae el que bien podría considerarse como un evangelio apócrifo de uno de los futbolistas actualmente más emblemáticos de la nación charrúa. La acción (o la falta de ella) nos encierra en una moderna mansión que debe servir como refugio para un chico y su padre. El primero, como se ha dicho, es uno de los deportistas con más proyección del “deporte rey”; el segundo es, aparte del progenitor, el representante de tan prometedora estrella.

Entre las cuatro inmensas y acristaladas paredes de esta construcción levantada a muchos kilómetros de distancia del mundo real, se concentra la calma tensa de esas tensiones latentes, pero que no acaban de estallar. Porque a nadie le interesa entrar en conflicto, porque todo el mundo lo teme… porque de concretarse, se podría desvanecer el sueño. ¿Pero cuál? El de ese gran salto a una de las grandes ligas. El chaval, reservado y encerrado en su propia tormenta, ha despuntado en el campeonato nacional portugués, y por esto acaba de recibir una suculenta oferta de uno de los clubs históricos de la Premier League. En un momento dado, alguien cubre las lámparas de una sala con camisetas rojas, y por supuesto, una luz “red” baña todo el escenario. Y por si todavía quedasen dudas, se desvela el motivo de este retiro: resulta que, a las puertas de ese fichaje que catapultará su carrera, al chico se le han cruzado los cables en el terreno de juego. Una carrera ha llevado a un roce, y este a un insulto, y este a un golpe malintencionado, y este a una entrada totalmente desproporcionada… ¿y a un mordisco, tal vez? El accidente queda bajo secreto de elipsis, de modo que toca fiarse de la versión de los hechos que nos llega ya con la sangre más fría. El protagonista de esta historia, forzado por las circunstancias, se dirige a una cámara para pedir perdón no solo al damnificado, sino también a sus potenciales compradores. Especialmente a sus potenciales compradores.

Porque de lo que se trata aquí es de que no baje el valor (monetario) del 9, de ese killer del área que lo mismo debe romper la línea defensiva del equipo rival, como el sentido común en el mercado de fichajes. Porque esto no es una persona, es una inversión. Dando su particular versión del impasse más peliagudo de la carrera de Luis Suárez, Barrenechea y Branca ofrecen también un descorazonador retrato del momento histórico en el que se encuentra un deporte que parece estar gestionado por gente a la que no le gusta este deporte. 9 es, al fin y al cabo, una película de fútbol sin apenas fútbol (en pantalla). El juego en permanente fuera de juego, o fuera de campo. El verde del césped se ve solo en una pachanga que no tiene nada de amistosa, y en videojuegos que reproducen, de manera muy fría, un mundo igualmente empeñado en instalarse en lo gélido. Sí se ve, por contra, el verde de unos cromas que supuestamente van a llenar de color y fantasía digital una serie de anuncios que, a la práctica, se descubren como el objetivo final de la carrera de este Luis Suárez sobre el que pesa la amenaza de convertirse en el nuevo Jackson Martínez (recordemos, el llamado a sustituir el vacío que dejó Radamel Falcao en el Atlético de Madrid… que no tardó ni un año en salir expedido a la liga china).

A todo esto, la puesta en escena bascula constantemente entre lo estático y lo dinámico. En este segundo estadio, priman los seguimientos de personaje con el cogote como único centro de gravedad posible. En el primero, manda la frialdad de unos planos fijos tomados desde la distancia, en los que la cámara ha sido meticulosamente colocada para que los elementos del escenario se erijan en barreras insalvables que separen a unos personajes que, por si todo esto fuera poco, en muchos momentos quedan reducidos a la condición de tristes sombras, debido al también muy calculado trabajo de iluminación. De fondo, resuena el vacío que deja la ausencia total de banda sonora. No hay emoción, mucho menos pasión, teórico combustible de un deporte que, ya se ve, no es más que otro sucio negocio. Una máquina de hacer dinero que, como tal, deshumaniza. Los únicos resquicios de calor que propone 9 se encuentran lejos de la tiránica influencia de un trabajo empleado como herramienta de sometimiento. El juego desnaturalizado, pervertido; el hogar convertido en jaula de oro, el privilegio retratado como una roja directa. El semblante reprimido de Enzo Vogrincic, un volcán que ha estallado y que volverá a explotar en cualquier momento, como perfecta encarnación del drama de tener que malvivir en la abundancia; trabajando en aquello que da felicidad a quien celebra los goles, no necesariamente a quien los marca.