Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Laurent Cantet es un incisivo analista de la sociedad en la que vivimos. En ocasiones decide posicionarse del lado de sus protagonistas, como en La clase (2008), con la que obtuvo la Palma de Oro en Cannes, mientras que otras veces toma distancia para, sin llegar a juzgar, no ofrecer posibilidad de redención a sus criaturas, como ocurría en El empleo del tiempo (2001) y vuelve a pasar en Arthur Rambo, film que concursa en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián. Así, el cineasta francés reafirma, una vez más, su talento como narrador, su inmensa capacidad para encontrar la verdad en cada encuadre y su oficio a la hora de dirigir actores, en un soberbio trabajo que destapa la locura en la que está envuelta nuestra sociedad.

El protagonista de la película es Karim D., un joven escritor de origen argelino que ha visto cómo su libro de autoficción titulado Desembarco, basado en la experiencia de su madre como emigrante intentado llegar a Francia, se ha convertido en un éxito de ventas. Además, es un defensor los derechos sociales y tiene su propio espacio de entrevistas en Internet. Tras participar en un programa de televisión de máxima audiencia, y recibir una oferta para hacer una adaptación al cine de su novela, se convierte en trending topic porque vuelven a la actualidad una serie de tweets que escribió tiempo atrás, cuando era un adolescente, en una cuenta que llegó a acumular 200.000 seguidores. Los mensajes son antisemitas, homófobos, racistas, incitan a la violencia machista o festejan los atentados terroristas y los firmaba como Arthur Rambo.

Cuando su editorial le pide explicaciones, él se defiende argumentando que todo su entorno conocía su pasado antes de publicar el libro y que se trataba de un proyecto artístico, con el que pretendía trabajar sobre los límites y desenmascarar la doble moral de la sociedad. Hasta ese momento, Cantet conduce al espectador por el sendero de la crítica hacia la industria cultural, y en especial a un mundo editorial repleto de egos, en un arranque que parece apuntar hacia algo muy parecido a lo que Ruben Östlund proponía en The Square (2017). Pero tras una reveladora secuencia durante una fiesta en las oficinas de su editorial, los jefes de esta deciden expulsar de su reino al nuevo príncipe recién llegado. Y es en su camino hacia el destierro donde Cantet fija el foco de la historia.

El film disecciona el modo en que el protagonista, desconcertado, es repudiado al mismo tiempo por la sociedad burguesa que lo idolatraba y por las personas de su entorno más íntimo, que lo admiraban por haber sido capaz de salir de la banlieue (un barrio de la periferia) a golpe de talento. Durante un lapso de apenas 24 horas, mucha gente pregunta a Karim D., incluidos su madre y su hermano, por los motivos que le llevaron a publicar esos tweets. Pero en ningún momento lo hace el propio Cantet, que no pretende cuestionarle, sino situar a los espectadores frente a la tesitura moral de exigir explicaciones… hasta que tomamos consciencia de la forma en la que nosotros mismos solemos actuar en las redes.

El director de Recursos humanos (1999) hace gala de su habitual pulcritud narrativa, desprovista de alardes, con la cámara siempre pendiente de los rostros y los cuerpos de sus actores. En este caso, cuenta, además, con la complicidad de Rabah Nait Oufella, al que se ha podido ver en films como Crudo (2016), que con su genial interpretación –marcada por la capacidad para cambiar de registro en el interior de una sola toma– es capaz de transmitir todas las dudas que asolan al personaje de Karim D. en el descenso a su particular infierno social. Un vehículo perfecto para que Cantet redondeé una película plenamente contemporánea, pero que seguramente seguirá teniendo vigencia en el futuro.