Manu Yáñez (Festival Punto de Vista)

Hay películas que arrebatan, que nos trastocan y al mismo tiempo amplían nuestra visión del mundo, que dan un sentido profundo a ese gesto gozoso que significa vivir un festival. La película de “mi” Punto de Vista 2019 ha sido Black Pond de Jessica Sarah Rinland, un viaje de coordenadas temporales difusas hasta unas tierras comunales en el sur de Inglaterra, donde los miembros de una Sociedad de Historia Natural se abocan al conocimiento exhaustivo de la flora y la fauna del lugar. Una tarea que estos enamorados de la naturaleza abrazan con una meticulosidad extraordinaria, la misma atención al detalle que Rinland emplea en la captura, con su cámara de 16mm, de los métodos y observaciones de unos personajes cuyo rango de competencias parece tan amplio como su infinita curiosidad. Nada escapa al interés de estos devoradores de saber, que contagian al espectador la emoción de cada nuevo descubrimiento. Con una mezcla de esa euforia propia de la infancia y la serenidad que suele llegar con la madurez, estos infatigables aprendices de todo reaccionan con unos sonoros “aaah!” ante la aparición de cada nueva especie de hongo, o ante la visita inesperada de insectos convocados por las luces de una expedición nocturna. Como si estuviese hablando de los propios espectadores de la película, uno de los protagonistas afirma, exultante, “es increíble la cantidad de cosas que se siente atraídas por la luz”.

En uno de los gestos más llamativos de esta película de 43 minutos, de apariencia discreta y alcance monumental, Rinland decide reducir al mínimo los planos en los que se divisan los rostros de los personajes. El catálogo visual de Black Pond está plenamente centrado en el trabajo manual: el manejo de linternas, receptáculos para muestras, tijeras, cintas métricas y otros aparatos de medición. Además, cuando es necesario, son las manos de los protagonistas las que entran en contacto privilegiado con la naturaleza: los insectos recorren sus manos con la misma calma con la que se pasean por el suelo terroso o por las cortezas resinosas de los árboles; en una secuencia asombrosa, los científicos estudian la morfología de unos murciélagos mientras los sostienen con delicadeza en sus manos. Nada se singulariza en esta película que fija su horizonte en lo universal: las manos de uno son las manos de todos. Un poderoso sentido de comunidad, de humanidad en marcha, que se ve fortalecido por las alusiones a la noción de responsabilidad colectiva –uno de los temas principales del film es la transformación del paisaje a causa de la acción humana– y a una fuerte consciencia de un pasado común.

Dando pleno sentido al uso de la filmación en celuloide, Black Pond incide en los rudimentarios pero efectivos medios con los que cuentan los protagonistas. La tecnología digital clama por su ausencia: cuando llega la hora de consultar el nombre de una especie animal o vegetal, se echa mano de un libro de botánica o entomología, y las viejas fotografías en blanco y negro con la que se recuerdan otros tiempos y estaciones (la película es estival, las fotografías, invernales) son, por supuesto, analógicas. Rinland flirtea con la nostalgia pero que la acaban trascendiendo gracias a la fuerza simbólica de algunas imágenes, como aquella en la que un personaje utiliza unos libros para apoyar sus rodillas sobre el suelo. El conocimiento científico devenido sostén vital.

En Black Pond, la sabiduría acumulada durante siglos de investigación científica toma forma a través de la voz en off de un hombre mayor, que acompaña unas imágenes que apuntan a una permanente búsqueda de corroboraciones empíricas: táctiles, olfativas, sonoras. Cada detalle lleva a una apreciación fascinada sobre la realidad actual del medio natural, cada gesto revela toda una historia de los métodos científicos. Más cerca del cientifismo que del trascendalismo, más interesada por lo figurativo que por la abstracción, más apegada al respecto y amor contenido en los gestos de sus personajes que a una espiritualidad desencarnada, Reynald imagina con Black Pond la posibilidad de filmar una historia de la civilización a través del encuentro maravillado y utópico entre el ser humano y la naturaleza.