Víctor Esquirol (Festival La Inesperada)

La pandemia del coronavirus parece haber desplazado la emergencia climática a un segundo plano. Sin embargo, la amenaza de una catástrofe sigue acechando, como testimonia el documental Icemeltland Park, mediometraje “concebido y editado” por la italiana afincada en Londres Liliana Colombo, que ahora llega a la sección Atómica del festival barcelonés La Inesperada de cine de lo real. El film, como sugieren los títulos de crédito finales, funciona como un collage de imágenes disponibles en Internet, sobre todo en las redes sociales: un cine de “copiar y pegar”. Así, Colombo nos lleva hasta el extremo suroccidental de Argentina, ante uno de los mayores espectáculos de la naturaleza. Crujen las colosales paredes de hielo azul del Perito Moreno, y la inmensa estructura del glaciar empieza a ceder. De repente, un bloque de este gigante congelado se desprende y cae al océano, el agua se pulveriza y, tras la cámara, estalla una explosión de júbilo. Un grupo de personas comenta la jugada: “¡La espera ha valido la pena!”, exclama uno. Otro le da razón. Y todos se felicitan por la suerte de estar ahí… hasta que, en un abrir y cerrar de ojos, los aplausos y vítores se transforman en gritos de alarma y espanto.

Cuando se le daba por “muerto”, el gargantuesco bloque de hielo vuelve a hacer acto de presencia. Supera la línea de la superficie marina y mueve una masa de agua que se convierte rápidamente en una ola que avanza implacable hacia la cámara. La escena recuerda al genial punto de partida de Fuerza mayor de Ruben Östlund, donde unas detonaciones “controladas” en una pista de esquí generaban una avalancha que ponía en jaque, de forma cruelmente cómica, la comodidad una familia burguesa –por cierto, la escena se convirtió en un fenómeno viral en Internet, al confundirse con una grabación real–. Por su parte, en Icemeltland Park, no hay dudas respecto a la veracidad de unas imágenes que se ordenan en un montaje clarividentemente irónico, en el que Colombo arremete contra la sociedad de consumo al invocar los mecanismos de la promoción corporativa. Mientras la ola del agonizante Perito Moreno se abalanza sobre la cámara, la pantalla entra en pánico (como sucedía en Frem, impresionante ensayo-glitch ecologista a manos de Viera Cákanyová) y se traslada a la otra punta del mundo, en busca de nuevas pruebas de la crisis climática.

Unas franjas horizontales nos descubren el horror vivido en el sudeste asiático, donde un grupo de insensatos se juega la vida al grabar, desde primerísima línea de costa, la llegada de un tsunami. El efecto mariposa revolotea con furia destructiva, solapando espacios hermanados por la tragedia: una catástrofe natural en la que muy fácilmente se puede detectar la huella del hombre. Ahora la narración queda suspendida en la observación de una serie de fotos tomadas por satélite en las que queda patente que mientras el ser humano avanza, el planeta retrocede. De vuelta a los glaciares, el film se fija en el John Hopkins, en Alaska, aunque poco importa conocer la ubicación exacta: visitar el paródico y siniestro parque de atracciones de Icemeltland Park implica dar vueltas en el desesperante infierno de la repetición. Al fin y al cabo, los vídeos seleccionados por Colombo se definen por la misma paradoja cruel: están concebidos para inmortalizar un instante, pero este no hace más que delatar un inexorable proceso de muerte. Es la desaparición de un hábitat, de un paisaje… del mundo tal y cómo lo conocimos.

En el dispositivo satírico de Icemeltland Park, unos anuncios de “empresas patrocinadoras” se cuelan periódicamente en el metraje. La invasión del contenido esponsorizado deja su huella, aunque lo hace privada de las imágenes de unos spots reducidos aquí a una serie de textos explicativos. Porque la muerte de nuestro planeta, que desde luego será filmada y retwitteada, está financiada por el gran capital, pero también por la imprescindible complicidad de un espectador que no puede (o no quiere) saber qué está consumiendo en realidad.