Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Con una personalidad formal eminentemente austera y un universo temático que apunta a la confección de vibrantes retazos de vida, Šarūnas Bartas se ha convertido en uno de los directores de referencia del cine europeo de las últimas tres décadas, una presencia habitual en los grandes festivales del continente. A pesar de ello, solo una de sus películas, Peace to Us in Our Dreams (2015), ha tenido distribución comercial en nuestro país. Ahora, su última obra, In the Dusk, que llega avalada por el “sello Cannes 2020”, concursa en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián.

Al igual que ocurría en Frost (2017), el nuevo film de Bartas transcurre en un escenario posbélico, aunque en este caso, y por primera vez en su trayectoria, el cineasta lituano decide lanzar una mirada al pasado, a la primera mitad del siglo XX. No es la única variación que introduce In the Dusk en el sugerente imaginario del cineasta lituano. Los silencios vuelven a tener un peso importante en el film pero, como ocurría en los dos trabajos anteriores de Bartas, la palabra adquiere un peso notorio, rompiendo con el voto de silencio que marcó la obra iniciática del autor de Freedom. Se diría que las palabras han dejado de “parasitar” las imágenes de Bartas y ambas conviven ahora en armonía.

In the Dusk sitúa al espectador en la Lituania ocupada por el ejército soviético, justo después de la II Guerra Mundial. En un contexto de miseria, hambruna y de violenta represión política, un joven, que vive junto a una granja, aislado en el campo, debe afrontar varias batallas existenciales. Su familia sufre un proceso de desintegración, con el padre perseguido por el ejército debido a una acusación de colaboracionismo. Y él mismo comienza a descubrir la verdadera dimensión de la maldad humana y la podredumbre moral cuando entra en contacto con un grupo de partisanos que sobreviven por la zona.

Los paisajes y el rostro de los actores, en buena parte no profesionales, siguen siendo la materia prima que Bartas moldea con paciencia para dar forma a su obra. Los paisajes, de una belleza desaforada, trascienden la condición de interludios preciosistas y devienen signos dramáticos tan relevantes como las palabras. De un modo similar, los rostros de los protagonistas, marcados por el dolor, la ira y el sufrimiento, aparecen cargados de una expresividad resonante.

En el apartado estético, In the Dusk parece una película impulsada por las grandes corrientes de la historia de la pintura: el paisajismo del siglo XIX para los planos generales en exteriores, y el retrato barroco para los rostros. Cada secuencia, sobre todo las que exploran el espacio doméstico, funciona como un prodigio de precisión compositiva. Un recital de elegancia que alcanza altas cotas de emotividad gracias al vínculo personal del cineasta con sus materiales. Y es que, en In the Dusk, Bartas se inspira en las historias que escuchaba, de niño, en casa a sus abuelos. Historias de un país encarcelado, maniatado, que el cineasta invoca con la intensidad de su mirada sobria y punzante.