Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

“Prefiero ser la viuda de Juan Mari que tu madre”. “Y yo prefiero ser Juan Mari que su asesino”. Esta conversación se produce en el tercer acto de la nueva película de Icíar Bollaín, que narra la relación de Maixabel Lasa con Ibon Etxezarreta, uno de los terroristas que participó en el atentado que acabó con la vida de su marido, Juan Mari Jáuregui, exgobernador civil de Guipúzcoa. El film de Bollaín, que cambia notablemente de registro tras la comedia La boda de Rosa (2020), arranca con el asesinato del político socialista, que tuvo lugar en Tolosa en el año 2000, a plena luz del día, en un restaurante al que solía acudir con un amigo. La directora evita que la violencia del momento se sitúe en primer plano y prefiere cargar el peso de la narración sobre las derivas que suceden inmediatamente después de este momento de clímax con el que arranca la película, que participa en la Sección Oficial a concurso del Festival de San Sebastián.

Por un lado, la cámara atiende al modo en que Maixabel (Blanca Portillo) recibe la noticia de la muerte de su marido, sola en mitad de una plaza del pueblo, y cómo luego una puerta la separa de sus familiares y amigos en el hospital. La hija, por su parte, se encuentra de excursión para celebrar su cumpleaños y desconoce que dos de sus amigas saben que su padre ha muerto, pero se lo han ocultado. Y también están los terroristas, entre los que se encuentra Ibon (Luis Tosar), que, tras una nerviosa huida en coche y luego caminando por el bosque, acaban celebrando el éxito de su acción brindando con un vaso de vino en la mano. Con estos tres momentos, Bollaín plantea un boceto perfecto de la situación en el País Vasco a comienzos de siglo: entre el silencio, la división y la violencia.

Este conjunto de secuencias de apertura sitúa y presenta a los protagonistas de la historia, pero también sienta las bases de lo que va a ser el tono narrativo de la película, que recurre a la sobriedad incluso en los momentos de mayor tensión dramática y pone el foco en el proceso de transformación que viven en paralelo víctima y terrorista. Una apuesta por la contención que no evita que, en algunos pasajes, el film acabe arrasado por la impactante carga emocional de lo que está contando. Quizá peca de un exceso de subrayados narrativos, de cierta vocación didáctica, pero lo cierto es que la cámara de Bollaín aborda con delicadeza, sin vocación invasora, el tormento interior de cada personaje, así como la soledad en las que se han visto envueltos en vida y en la cárcel. Mediante el montaje paralelo, el espectador acaba por entender cómo Maixabel e Ibon terminaron sentados frente a frente, casi una década después, como parte de los encuentros restaurativos que comenzaron en 2011 a partir de la llamada Vía Nanclares. Una relación que se ha prolongado en el tiempo, como recoge el primer capítulo de la excepcional (por su gran valía histórica) serie documental Eta: el final del silencio (2019), de Alfonso Cortes-Cavanillas y Jon Sistiaga.

El guion de Isa Campo, colaboradora habitual de Isaki Lacuesta, se desdobla entre la asimilación del dolor por parte de Maixabel y el proceso de alejamiento de la violencia (y del odio irracional) por parte de Ibon, unos roles bien definidos por Portillo y Tosar. Es dentro de la cárcel donde se producen los momentos más sugerentes del film, que escapan del férreo modelo didáctico instaurado desde el inicio para plantear la relación entre las diversas facciones de ETA a través de conversaciones, miradas y gestos. Esta atención a la palabra y a la dimensión física del relato también se traslada, con vocación testimonial (por su sustrato de dolorosa realidad), a las conversaciones que Maixabel, implicada en la defensa de las víctimas, comparte con algunos terroristas. Aquí, Bollaín apuesta por un cierto rigor formal, dejando que las palabras reivindiquen su espacio. De esta manera, la directora de Te doy mis ojosconfigura un relato que tiene como vértices narrativos el perdón y la culpa, que son además la vía perfecta para explorar los motivos que llevan al terrorista hacia el arrepentimiento y a la víctima a intentar entender los incomprensibles motivos del asesino.