Víctor Esquirol (Festival de Locarno)

Como sucede con otros grandes autores del cine contemporáneo, cuesta mucho analizar una película del documentalista Nikolaus Geyrhalter tratándola como una pieza autónoma, desgajada del conjunto de su obra. Por supuesto, Matter Out of Place (presentada en el Concorso Internazionale del Festival de Locarno de 2022) no marca una excepción a la regla. Sus casi dos horas de metraje deben comprenderse como la prolongación de uno de los corpus fílmicos más compactos, coherentes y estimulantes de la no-ficción moderna. Aunque, como sucede con cada nueva película de Frederick Wiseman, Matter Out of Place no debe considerarse como “una más de este director”. Es necesario ampliar el foco para vislumbrar no una “big” sino la “huge picture”. Dicho esto, lo nuevo de Geyrhalter arranca con una toma paisajística majestuosa, encerrada de lado a lado por unas montañas que dibujan un valle nevado. Unos pocos minutos después, otro plano fijo, más cercano a un río que antes se intuía a lo lejos, nos descubre que lo que parecía agua helada es en realidad un manto interminable de basura. El autor austríaco sigue pues alimentando la obsesión que está definiendo su carrera: documentar la nociva huella que la actividad humana deja en el planeta.

Si antes fijó su mirada en los grandes movimientos de tierra provocados por la mano del hombre (Earth), o en edificaciones a las que, con el paso del tiempo, les tocó conformarse con el estatus de ruinas (Homo Sapiens), ahora Geyrhalter pone el objetivo en el concepto que pone título a la propuesta: ‘Matter Out of Place’, o “MOOP”, en referencia a “cualquier objeto o impacto no originado por el propio entorno natural”, como señalan unos títulos iniciales. A partir de ahí, fiel a su método, el austríaco construye sus tesis mediante tomas, la mayoría estáticas, que van revelando la realidad de los escenarios visitados. Con Geyrhalter, sobran las palabras; prima siempre una actitud observacional cuya silente elocuencia consigue eludir el dogmatismo. Para captar nuestro impacto en el medio ambiente, el cineasta vienés pasa constantemente de la escala micro a la macro (y de la macro a la micro), como harían en su momento Godfrey Reggio (Koyaanisqatsi, Powaqqatsi, Naqoypatsi) o su colaborador Ron Fricke (Chronos, Baraka, Samsara). Pero si en aquellas “arcas de la humanidad”, la narración se vivía con el frenesí del time lapse y con el “vértigo existencial” (Errol Morris dixit) de las partituras de Philip Glass, aquí tanto el espacio como el tiempo se plasman con una naturalidad que choca de forma alarmante contra la violencia de la agresión humana.

Sucede lo mismo en todas partes: en Suiza, en Albania, en el Nepal, en Austria, en Grecia, en los Estados Unidos. Puntos geográficos hermanados por la enfermedad de la degradación. Playas, lagos, campos, montañas, fondos marinos y otras maravillas de la naturaleza suplantadas por los residuos desbocados de una actividad humana proyectada a un punto de no-retorno quizá ya sobrepasado. En el retrato de ecosistemas desbordados hasta la aniquilación, Geyrhalter invoca esa desazón ecologista que ha alimentado –sobre todo desde que Al Gore y Davis Guggenheim dieran el pistoletazo de salida con el anuncio de aquella “verdad incómoda”– incontables documentales apocalípticos sobre el cambio climático. Aunque Matter Out of Place se separa del alarmismo de dichos productos señalando que hay vida después de lo que muchos han marcado como el fin. La película, de hecho, se mueve constantemente por un “más allá” de la sociedad de consumo que remite al terror que la Pixar –consciente o no de su rol en el calamitoso estado de las cosas– perfiló en el impecable primer acto de WALL·E y en el legendario amago de final traumático de Toy Story 3.

Sobre el papel, aquel electrodoméstico que compraste hará un par de años se da oficialmente por “muerto” cuando te deshaces de él, aunque en realidad el malévolo ciclo del consumo sin fin no termina ahí. Por suerte, el cine tiene la capacidad de permitirnos ver aquello que no quieren que veamos, despertando nuestra vergüenza o la esperanza en un futuro común –he aquí un momento tan bueno como cualquier otro para reivindicar que uno de los pasajes más ignorados de Drive My Car (aquel en el que Hidetoshi Nishijima y Tôko Miura visitaban una planta de procesamiento de residuos) era también uno de los más importantes a la hora de dar forma a la utopía social que delineaba el film de Ryûsuke Hamaguchi–.

Con Geyrhalter, a la reconfortante sensación de que, a pesar de todo, el engranaje de lo humano sigue carburando, se llega a través de una suerte de purgatorio. Puede que, como ironizaba Steven Soderbergh en Sexo, mentiras y cintas de vídeo, ninguna persona puede hacer nada para “limpiar” el desaguisado que hemos causado, de modo que cualquier solución tiene que superar las proporciones humanas. Es aquí cuando Matter Out of Place abraza una escala abismal, incorporando imágenes y sonidos que parecen salidos de un relato de ciencia-ficción, o directamente de una space opera. Un camión colgado de un teleférico, el chispazo que pone en marcha un proceso de combustión masivo, una máquina trituradora que bien podrían ser las fauces de un monstruo llegado de otra galaxia… Nuestras obras hacen temblar, pues nos han llevado a callejones sin salida y a puertas de escape igualmente provenientes de otra dimensión.