Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Antes de analizar Sparta, el nuevo trabajo del austriaco Ulrich Seidl, resulta conveniente hablar de la polémica que se ha generado en torno a la película. Sobre todo, para tratar de desvincularla de lo puramente cinematográfico y que esto no contamine, en la medida de lo posible, el acercamiento crítico al film. El pasado 2 de septiembre, el semanario Der Spiegel publicó un artículo donde se denunciaba la vulneración de derechos de los menores participantes en el rodaje de la película. Además, los padres de los niños aseguraban que no habían sido informados de que Sparta abordaba el tema de la pedofilia. Esto ha traído como consecuencia que la película fuera retirada de la programación del Festival de Toronto y que Seidl haya decidido no acudir a San Sebastián para su presentación. “Me he dado cuenta de que mi presencia en la premiere podría ensombrecer la recepción de la película. Ahora es el momento de que la película hable por sí sola”. Así concluye su comunicado, y es la mejor opción, que la obra hable por sí sola y que, si hay caso, se resuelva en los tribunales. Ahora vamos con Sparta.

El director de Import/Export (2007) se presenta en la Sección Oficial del certamen donostiarra con la segunda parte de un díptico que se inició con Rimini (2022), film que participó este mismo año en la Berlinale y que estaba protagonizado por un cantante melódico que, al tocar fondo, rememoraba sus días de gloria en las salas de fiesta de la localidad italiana. Ahora, en Sparta, el protagonista es su hermano, Ewald, y el punto de partida vuelve a ser la muerte de la madre, aunque la verdadera conexión entre las historias se establece a partir de la figura del padre, interno en una residencia de ancianos con síntomas de demencia. Dicho esto, el periplo de ambos hermanos no podía ser más disímil. El de Edwald le lleva de la Baja Austria a Transilvania, Rumanía, donde le espera una mujer con la que se va a casar. Sin embargo, cuando todo parece listo para el matrimonio, el reservado Edwald abandona el proyecto familiar para embarcarse en la rehabilitación de una escuela abandonada en un pequeño pueblo. Su idea es convertir el viejo edificio en un gimnasio llamado Sparta, donde pretende dar clases gratuitas de judo, convirtiendo a los niños de la comunidad en atletas griegos… y en modelos de sus fotografías. Antes de esto, Seidl, con una gran economía narrativa, hace evidente la nula vida sexual de Edwald con su novia, ilustra la compleja relación entre padre e hijo y, sobre todo, deja patente el interés del protagonista en compartir ‘juegos’ con niños a los que encuentra de forma casual o intencionada.

El cineasta traza el retrato de Edwald con una mirada frontal, que se extiende a su personal trabajo de planificación, compuesto por prolongados y perfectamente ejecutados encuadres fijos. Su forma ácida, incisiva y sórdida de radiografiar la sociedad centroeuropea ha quedado definida perfectamente a lo largo de cuarenta años de carrera, tanto en su faceta como documentalista, con obras cumbre como En el sótano (2014), como a través de la ficción con películas como Días perros (2001). Y ahora, con Sparta, se enfrenta al áspero tema de la pedofilia a través de un personaje atormentado que, bajo un aura apacible (inquietantemente invocada por la magnífica interpretación de Georg Friedrich), esconde un monstruo que lucha por salir y demostrar su voracidad.

Seidl es un cronista esencial de nuestro tiempo, un observador capaz de diseccionar, de cerca y con ánimo implacable, tanto el pozo moral de la supuesta Europa del bienestar como los escasos territorios de resistencia afectiva no contaminados por los fantasmas de la Historia y el capital. En alguna ocasión, el propio Seidl se ha referido a su cine, quién sabe si con ironía, como “pornografía social”. Su método se basa precisamente en dirigir el objetivo de su cámara hacia la abyecto o lo execrable con una naturalidad pasmosa, poniendo a prueba la sensibilidad del espectador. Tampoco le asusta enfrentarse a realidades que suelen quedar al margen de la ficción. En Sparta, se alude a la pervivencia del nazismo, la pederastia, la confrontación entre distintas masculinidades y la perpetuación del patriarcado. ¿El resultado? Una obra rotunda, extrañamente cautivadora y dolorosa. Una nueva muestra de la maestría de Seidl.