Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Sin llegar a la rotundidad de algunos de sus primeros trabajos, como Shara (2005) o El bosque del luto (2007), Naomi Kawase recupera en True Mothers algo de pulso respecto a sus erráticos últimos films. Lo hace con una historia a propósito de la maternidad, un tema central en su filmografía, y recurriendo a los rasgos estilísticos habituales de su cine, aunque lo hace con un sentido mucho más utilitario que antaño. True Mothers, con la que la japonesa regresa a la Sección Oficial de San Sebastián un año después de presentar la desaforada y fallida Viaje a Nara (2019), narra la doble peripecia de una pareja que decide iniciar un proceso de adopción y de la madre del bebé, una joven de 14 años. Kawase articula la narración alternando el tiempo presente –cuando el niño adoptado ya está con sus padres, ha crecido y va a la guardería– con momentos del pasado. Para ello utiliza cuatro flashbacks en los que cuenta la historia de los tres protagonistas hasta llegar al momento actual. La apuesta por esta disposición temporal –que hace primar el tiempo pretérito sobre el presente– resulta uno de los aciertos del film. La prolongada duración de los flashbacks, perfectamente encajados por el trabajo de guion, depara un instrumento estructural perfecto para la historia que quiere contar.

La narración en presente tiene como eje central la llegada a la casa del matrimonio de una mujer que afirma ser la madre biológica. Un suceso que lleva a Kawase a viajar hasta el pasado de sus personajes, logrando la parte más inspirada de su película cuando se ocupa de la madre adolescente. Esta chica, profundamente enamorada de su novio y todavía con una personalidad de niña, emprende un viaje que la lleva desde las aulas de su colegio a un isla cercana a Hiroshima, donde se encuentra un centro en el que otras jóvenes esperan el momento de dar a luz y entregar en adopción a sus recién nacidos. El lugar está pensado para cuidar de las chicas durante su embarazo, pero en el caso de la protagonista también es la forma que encuentran los padres para mitigar el deshonor de su hija.

Durante esta parte del film, Kawase juega con la estética de la home movie (como ya hacía en su ópera prima, Suzaku), aunque sin llegar a cambiar el formato de imagen, y ahí se percibe una necesidad de explicar de un modo detallado el funcionamiento de este tipo de lugares, dando cuenta de la realidad de unas jóvenes que por voluntad propia o por necesidad se van a separar de sus recién nacidos. La cineasta vuelve a valerse de un registro verista cuando los padres adoptivos acuden a una reunión para conocer el funcionamiento de un centro de adopción y allí escuchan testimonios de otras personas que ya han pasado por su misma situación.

Esta forma de diseccionar el proceso de adopción –atendiendo a la realidad de todas las partes implicadas– testimonia la vocación humanista de True Mothers. A su vez, supone una aproximación novedosa al tema de la maternidad dentro una filmografía, la de Kawase, que ha abordado la cuestión desde múltiples perspectivas, incluido el momento del parto en el documental Genpin (2010). A pesar de todos estos valores, True Mothers no termina de alzarse como un gran film por culpa de ciertos tics estilísticos característicos de la obra de Kawase: planos detalle que resaltan la carga emotiva de ciertos gestos, una partitura de piano y violines de aliento marcadamente sentimentalista o la presencia constante de la naturaleza y la luz como elementos metafóricos. Lastres expresivos que limitan el alcance de una película que permite recordar, que no reencontrar, la mejor versión de Kawase.