Manu Yáñez (Festival de Gijón)

Contra la impostura, la demagogia y la espectacularización de la política a manos de los medios de comunicación, el cortometraje Improvisaciones de una ardilla ofrece un diálogo franco y reflexivo entre unas imágenes filmadas por la cineasta Virginia García del Pino y unas palabras pronunciadas por el filósofo Josep Maria Esquirol. Las imágenes, estructuradas en tres bloques temáticos (en color y blanco-negro), proceden de una investigación realizada por García del Pino en torno a la figura de Alberto Garzón, aunque el retrato del coordinador general de Izquierda Unida queda descartado en favor de una mirada de conjunto al contraplano del circo político: de las miradas encendidas de los asistentes a asambleas cívicas hasta la trastienda de los periodistas que cubren la actividad en el parlamento español. Este carrusel de estampas contra-políticas posee tal fuerza crítica –concretada en el gesto elemental de mirar en dirección opuesta a la mayoría– que podría haber conformado una suculenta película muda, en un registro observacional próximo al de obra colectivas como Campanya, producido por el Máster de Documental Creativo de la UAB, o Propaganda, de los chilenos MAFI. Sin embargo, pese a la vigencia autónoma de las imágenes, cabe decir que el monólogo de Josep Maria Esquirol es de todo menos anecdótico, sobrante.

Diseccionando con asombrosa naturalidad tanto la forma como el fondo de las imágenes, Esquirol –“ardilla” en castellano (de ahí el título del corto)– despliega su pensamiento político de manera tan deslavazada como coherente. Las imágenes van proponiendo nuevos ámbitos de discusión y el filósofo responde a las sugerencias de sentido con agilidad. De hecho, por cada imagen, Esquirol parece proponer una tesis: la idea de que “la verdadera emoción es, hoy en día, ajena a la política”; la “pantallización del mundo” y la pérdida de fuerza del acto presencial; el “dominio de nadie” o la inoperancia de un poder anónimo que esquiva sistemáticamente la toma de responsabilidad; la banalidad del “reino de la actualidad”; “el mundo del simulacro” y la necesidad de los medios de comunicación de magnificar la importancia de lo insustancial; o las dos caras del concepto de “mercado”, entendido como la nobleza del intercambio generoso o como su deformación en un contexto de consumismo desaforado.

A la postre, la reflexión de Esquirol que interactúa de forma más provechosa con el dispositivo diseñado por García del Pino es aquella que denuncia la vacuidad de la retórica política contemporánea: el arte de no decir nada, o de sostener de manera cínica dos posturas contrarias al unísono. Una retórica propulsada por el “directo” infinito de unos medios de comunicación que necesitan imperiosamente nuevo “material” con el que desechar el inmediato anterior. Una dinámica perversa que los políticos abordan midiendo al milímetro cada gesto y palabra, participando del simulacro global. Para desactivar esta noción de cálculo, la directora obliga al filósofo a improvisar su comentario de las imágenes, activando un flujo de consciencia tentativo y cargado de honestidad. Un discurso que, en el tercer bloque de esta película de 27 minutos, se va desprendiendo del seguimiento de las imágenes para formular sus alegatos más profundos: en favor de la humildad y del “poder” como verbo, y en contra de la arrogancia y de la corrupción del “poder” como sustantivo. La vida en sociedad “no es fácil”, admite Esquirol, para designar a la comunidad como actor político supremo. “Todo es política” afirma Esquirol en un momento revelador, confirmando la relevancia del escepticismo y el compromiso social que comparten las imágenes y palabras de Improvisaciones de una ardilla.