Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Cuando todavía está pendiente el estreno en España de Los hermosos días de Aranjuez (2016), la adaptación que ha realizado Wim Wenders de la obra teatral homónima de Peter Handke, el cineasta alemán ha sido elegido por el Festival de San Sebastián para inaugurar su 56ª edición con Inmersión (Submergence), donde el autor de París, Texas (1984) opta por preservar hasta el extremo las raíces literarias del texto original de J.M. Ledgard. Un relato partido en dos, en el que emergen dos narradores. Una pareja que, tras conocerse por casualidad y pasar unos días en un bucólico hotel de la costa atlántica francesa, se separa. Pero antes se jura amor eterno.

Ella (Alicia Vikander) se dirige al fondo del mar: es una científica especializada en las profundidades abisales; mientras que él (James McAvoy) retoma su labor de espía y acaba secuestrado por un grupo de yihadistas en Somalia. Wenders fue un director que disfrutaba trabajando a partir de las palabras, de los diálogos, y esto siempre lo desarrolló al mismo tiempo que gestaba imágenes icónicas, a la par que de inmensa belleza, en algunas de sus obras claves como Cielo sobre Berlín (1987) o El amigo americano (1977), distantes en su estilo, pero hermanadas por la vocación de transcender. Pero las huellas de ese director que fue ya se han borrado. Lleva un tiempo apostando por la teatralidad (en el mal sentido) y amoldando su narrativa simplemente a la trama.

En este caso, vuelve a pecar de literario, abusando de la voz interior, de los pasajes planteados como un diario por parte de los personajes y, sobre todo, retuerce la retórica al convertir cada diálogo en una apuesta por elevar la intensidad intelectual prescindiendo de la emoción. La coartada de la investigación de la protagonista femenina a propósito de la vida en el fondo del mar, mientras que su amante pone en riesgo la suya frente al terror, es una metáfora demasiado evidente como para estirarla durante todo el metraje. Sobre todo, teniendo en cuenta que la posible química entre la pareja protagonista no se atisba bajo ningún pretexto. El cine ‘ultra-narrativo’ de Wenders, y su tendencia a puntualizar y justificar cada secuencia (y si no, ahí tiene la banda sonora), le lleva a atracar en el muelle del academicismo. En sus últimos trabajos documentales, entre los que se incluye la notable Pina (2011), esta tendencia funcionaba. En la ficción, remite a tiempos pretéritos y otro tipo de cine ya ampliamente superado.