Gonzalo de Pedro Amatria (Festival de Cannes)

La Quincena de Realizadores estrenó ayer, dentro de sus dos programas de cortometrajes, el último trabajo del cineasta colombiano, afincado en París, Camilo Restrepo, una suerte de continuación a modo de espejo-reflejo deformado e invertido de su anterior cortometraje, galardonado en la última edición del Festival de Locarno, Cilaos (2016). Si aquel trabajo retrataba la historia de una hija, interpretada por la cantante de La Reunión Christine Salem, que buscaba a su padre muerto, en este caso es un padre, interpretado por uno de los vecinos de Restrepo y el músico percusionista guineano Mhoamed Bangoura, quien busca a su hija brutalmente asesinada, en una historia entre el deseo de venganza y el de justicia. Para entender en toda su dimensión el cine de Restrepo, dotado de una potencia y una energía desbordante, que no procede (solamente) de los cuerpos, los movimientos y las músicas de sus protagonistas, no hay que perder de vista que –de forma explícita hasta La impresión de una guerra (2015)– su cine había abordado de forma directa las condiciones históricas de la violencia en Colombia, además de sus secuelas y heridas. El díptico formado por Cilaos y La bouche, en apariencia, escapa a ese discurso sobre su país natal, para girar a un retrato político de inmigrantes africanos, cuyos cuerpos y danzas son portadores también de condiciones históricas de violencia post-colonial. Así, aunque de forma directa no estén hablando de Colombia, hay un vínculo nada casual que une estos dos últimos trabajos con el que había sido el centro temático de su obra hasta ahora: la vida en condiciones de violencia. “La guerra es siempre”, dijo Agustín Garcia Calvo, dejando claro que hay una violencia constante que se ejerce desde el poder hacia los oprimidos, una guerra eterna, sorda e invisible que es la que Restrepo retrata de forma más o menos alegórica, usando las canciones, los rostros desafiantes, los bailes casi extáticos, los ritmos hipnóticos con los que conjurar la injusticia.

En un Festival de Cannes que, a tenor de todas las críticas, se ha caracterizado por una especial saña, insistiendo en un cine que se pretende importante y se arroja legitimidad y presencia abordando de forma cruel e inmisericorde los temas más crudos de nuestro presente, sin preguntarse por las condiciones de representación ni la legitimidad, el cine de Camilo Restrepo aparece como una suerte de isla de libertad, como un gesto punk de reinvención y subversión. Realizado en los márgenes del sistema (solo tras su segunda victoria en Locarno parece que Restrepo está accediendo a unas condiciones muy precarias de producción, sin dejar de ser lo que él mismo llama un “cineasta de domingo”), La bouche es una película que aborda lo colectivo, lo popular, lo tradicional, rascando en tradiciones y memorias compartidas (aunque parezcan lejanas a su propia historia como colombiano) para reinventarlas y dotar a los desheredados, a los irrepresentables, a los muertos, zombis en vida, de una vía de liberación. Frente a esas películas que fagocitan los dramas para retorcerlos y someter a los espectadores a una tortura estética de dudosa moral, el cine de Restrepo, y La bouche como su más reciente ejemplo, y quizás el más liberador, es un cine revolucionario en las formas porque lo es en el fondo, proponiendo, siempre de forma elíptica, casi carnal, una revuelta que, como ha dicho el crítico Pedro Adrián Zuluaga: “va del arte a la vida”.

Tanto Cilaos como La bouche son películas sobre herencias y vínculos de sangre, vínculos rotos que las propias películas tratan de recomponer, en el caso de La bouche, a través de unos movimientos de cámara, inéditos en el cine de Restrepo hasta ahora, que vinculan espacios y tiempos, al tiempo que dibujan un no-lugar en el que esos cuerpos pueden liberarse, cargarse de energía para mirar desafiantes a los espectadores. Sin hablar de narrativa en sentido estricto, la trama de La bouche, ese padre que busca a su hija, se construye a través de las canciones, de los sonidos, prestando especial atención a una construcción entre intuitiva y matemática de los tiempos, los sonidos, las voces y las miradas. Si hay algo que el cine de Restrepo devuelve a sus protagonistas, y también a nosotros, es la generosidad y el respeto por lo filmado y por los espectadores. Junto con la constante investigación sobre las potencias inexploradas de lo audio-visual, La bouche, como los anteriores trabajos de Restrepo, es ante todo un gesto de amor. Porque ese es el verdadero camino de la revuelta.