Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

De Alexandros Avranas hubo por primera vez noticias cuando de forma inesperada obtuvo en 2013 el León de Plata a la mejor dirección en el Festival de Venecia con su segunda película, la sorprendente Miss Violence. Entonces ya se habló de su estilo frío y cortante, de la perturbación que transmiten sus imágenes, de la forma nada oblicua con la que retrata la violencia y también se atisbaba una querencia por abordar núcleos familiares complejos e inesperados. Todo esto queda confirmado con Love me not, película que ha presentado a concurso en la Sección Oficial de San Sebastián y que es, sin duda, una obra destinada a generar polémica y a remover a los espectadores en sus asientos.

En Love me not, Avranas vuelve a trabajar un guion de Kostas Peroulis y al igual que en Miss Violence hablar aquí de la trama supone caer en la trampa continúa del spoiler. Ambos han trazado una trama con pocos puntos de giro, pero todos ellos definitivos. Las secuencias se demoran entre acciones cotidianas y momentos que parecen insignificantes hasta que comienza un crescendo narrativo que se orquesta de manera lenta. Sólo por contextualizar: una pareja contrata a una inmigrante para que ejerza de madre de alquiler y los tres viven en una lujosa villa a las afueras de la capital.

Cruzar la línea de lo que va a pasar desde aquí es sumergirse en un universo retorcido, de pasiones humanas desatadas, juegos de sumisión y chantajes al que Avranas nos obliga a mirar a través de esos planos secuencia estáticos compuestos con gusto y que respiran belleza. Invitan a entrar en la película para luego encontrar el caramelo envenenado que esconden dentro cada uno de ellos. Mientras tanto, el cineasta consigue aprovechar los recursos que tiene dentro de la casa escenario (casi) único de la acción, a través de una puesta en escena que apuesta por la teatralidad y el distanciamiento.

Tiene Love me not algunos referentes entre directores europeos contemporáneos que han afrontado la violencia de esta misma forma tan aséptica. Pero en este caso, a diferencia de lo que ocurría en la metafórica Miss Violence, Avranas se libera del deseo de indagar sobre las raíces históricas o socio-políticas del mal: la violencia aparece inscrita en el espíritu de género de la película, se utiliza para vincular las dimensiones abstracta y física del thriller. El motor es la codicia, como lo es en las novelas de Raymond Chandler o James M. Cain (por eso resuenan ecos renovados de Perdición) o en la serie sobre Mr. Ripley de Patricia Highsmith, con los que sí está verdaderamente emparentada y muy vinculada esta película.

Alexandros Avranas tiene pendiente de estreno (sólo lo ha hecho en EEUU) el largometraje True Crimes (2016), un film de producción estadounidense, adaptación del libro True Crimes-A postmodern murder mystery, de David Grann (autor también de la novela en la que se basa Z. La ciudad perdida) y que cuenta con Jim Carrey y Charlotte Gainsbourg como protagonistas. Sin duda, un director que crea controversia y que firma una película que ha conseguido que algún espectador, además de inquietarse en su asiento, haya optado por no aguantar a ver cómo acababa la película. Y se perdieron un final verdaderamente antológico.