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EL CAMÍ MÉS LLARG PER TORNAR A CASA. Sergi Pérez. 85 min. España (2014). Con Borja Espinosa, Miki Esparbé, María Ribera, Pol López.

Sin apenas diálogos y con la omnipresencia enigmática del fuera de campo, la sobrecogedora ópera prima de Sergi Pérez narra una historia de superación cuya temática y tratamiento convierten su visionado en una experiencia de difícil digestión. El camí més llarg per tornar a casa es un oscuro torbellino emocional, un maravilloso y humano tour de force que describe el atávico deseo de evasión que experimenta un viudo durante las primeras veinticuatro horas del luto. Pese a la crudeza del relato, el largometraje consigue eludir la vertiente más lacrimógena del melodrama gracias a la trivialidad de su argumento, basado en una anécdota tan cotidiana como dejarse las llaves dentro de casa –le ocurre al protagonista cuando sale a urgencias con el perro de la difunta–. Abatido y encolerizado, viéndose forzado a abandonar su Torre de Marfil para salvar a otro ser vivo, Joel (Borja Espinosa) recorre toda Barcelona con el animal muriendo en sus brazos.

A diferencia de lo que ocurría en Wendy y Lucy de Kelly Reichardt, el perro se erige aquí en un obstáculo para el impulso autodestructivo del protagonista. Por otra parte, el film da cuenta de la convención social que impide mostrar el mínimo signo de dolor en público: las únicas vías que encuentra el protagonista para manifestar su desconsuelo son las primitivas pulsiones del sexo y la violencia. A la postre, y pese a su dramatismo, El camí més llarg… consigue albergar en su relato un halo de esperanza: en su peripatética odisea, nuestro Ulises particular deberá aprender a avistar su propia Ítaca. Carlota Moseguí

FAVULA. Raúl Perrone. 80 min. Argentina(2014). Con Lucía Ozan, Nix Noise, Aleli Sueldo, Sara Navarro.
Con más de 30 películas realizadas, Raúl Perrone es algo así como el patriarca de lo que a finales de los años 90 se conoció como el Nuevo Cine Argentino. Sin embargo, mientras decenas de directores más jóvenes y con menos medios viajan por festivales de todo el mundo, Perrone rara vez sale de su Ituzaingó, donde suele desarrollar tres películas por año. Sin embargo, con Favula, ese espíritu algo “provincial” parece empezar a cambiar: el film tuvo su estreno mundial en Festival de Locarno. En una línea similar –si se quiere aún más radical– que la anterior P3nd3j05, Favula es una película que apuesta por una experimentación que recupera elementos del cine mudo: el blanco y negro, los “fotogramas” gastados, los intertítulos, las imágenes superpuestas. Es como si Perrone quisiera “dialogar” con Georges Méliès, Carl T. Dreyer o el primer Fritz Lang.

Además, Favula es, como su título lo indica, una fábula, pero deformada, una tragedia que transcurre en un bosque encantado sobre una bruja codiciosa y una bella joven forzada a prostituirse. Una historia marcada por despertares sexuales, dinámicas perversas y leyendas con tigres (las comparaciones con Apichatpong Weerasethakul o Raya Martin son inevitables). Pero, más allá de las filiaciones e influencias, Perrone sigue con su guerra particular, en la que busca, prueba, experimenta, se arriesga y, en la mayoría de los casos, sale airoso. En Favula, Perrone reflexiona sobre las diferencias de clase, el erotismo, la ambición y la degradación con dureza y, al mismo tiempo, con lirismo. Bienvenidas sean, pues, las apuestas y los logros de un director cada vez más prolífico, pero no por eso menos interesante. Diego Batlle

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LAS ALTAS PRESIONES. Ángel Santos. 95 minutos. España (2014). Con Andrés Gertrúdix, Itsaso Arana, Diana Gómez, Juan Blanco.

La premisa argumental del segundo largometraje de Ángel Santos nos presenta a un joven que pasea por la ruinas de su propia memoria buscando localizaciones para filmar una película. Una idea algo crepuscular –que hace pensar en el cine de Wim Wenders de mediados de los 70– que se materializa en un film melancólico, frágil, cuya delicada sensibilidad encuentra acomodo en el desconcierto de su protagonista (Andrés Gertrúdix). Se trata de restaurar el recuerdo, rescatar el pasado ante un cierto derrumbe del presente, una crisis personal que resuena en un contexto social, el de la España actual, que no oculta su malestar. Santos afronta este reto apoyándose en las estrategias de gente como Abbas Kiarostami (que llena la realidad de reflejos) o Naomi Kawase (que llena el presente de recuerdos): su mirada parece todavía en estado de formación, sus alas a medio desplegar.

Las altas presiones tiene una secuencia deslumbrante –una doble panorámica circular en el corazón de un concierto privado– que derrocha toda la energía que retiene el resto del film. La herencia de Philipp Garrel o Jean Eustache lucha por emerger en una película que se hace fuerte en sus líneas de fuga, en sus rupturas narrativas y en la obstinada observación de su enigmático protagonista. Hay algo que no acaba de funcionar en el trabajo de Gertrúdix: la película le presupone un magnetismo que no termina de cuajar del todo. Su media sonrisa promete más de lo que ofrece su ensimismamiento. En todo caso, su condición de observador lacónico –en torno al cual revolotean satélites de juventud y amargura– le inmuniza contra las leyes de la dramaturgia tradicional. Hay que seguir la trayectoria de Ángel Santos. La altitud de su cine no ha hecho más que empezar a revelarse. Manu Yáñez

LES COMBATTANTS. Thomas Cailley. 98 min. Francia (2014). Con Kévin Azaïs, Adèle Haenel, Antoine Laurent, Brigitte Roüan.

Construida para el asombro del espectador, esta película presentada en la Quincena de Realizadores de Cannes avanza acumulando giros, cambios de escenario, de tono e incluso de género. La historia comienza presentando una versión mutante de la comedia de guerra de sexos, en la que la chica (una intensa Adèle Haenel) adopta el rol más agresivo y dominante: una sublimación militarista de fiera a la que diera vida en varias ocasiones Katharine Hepburn. Pero cuando el romance parece que va a cuajar, la película nos traslada al territorio de la comedia de reclutas para luego adentrarse en la odisea survival de tintes apocalípticos. Les combattants formaría un buen programa doble con Turistas (Sightseers), aunque Thomas Cailley no es tan diestro como Ben Weathley en el cruce genérico y en el quiebro de cintura narrativo.

En conjunto, Les combattants parece una especie de Amélie filmada por Claire Denis, con su encantadora pareja de bichos raros, pero también con una serie de inquietantes rituales violentos que remiten a Beau Travail. A la postre, uno tiene la impresión de que a Cailley le interesan más las piruetas formales y narrativas que la integridad y vivacidad de sus personajes, que se descubren atrapados en el envolvente, rockero y un tanto intrascendente combate que despliega el film. Manu Yáñez

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LOS EXILIADOS ROMÁNTICOS. Jonás Trueba. 70 min. España (2015). Con Vito Sanz, Renata Antonante, Francesco Carril, Isabelle Stoffel, Luis E. Parés.

Tercera película de este joven realizador madrileño, última generación, por el momento, de una familia de cineastas sobre la que se estructura parte de la historia del cine español reciente. Si su padre, Fernando Trueba, arrancó en el cine más independiente para terminar siendo una pieza clave de cierta industria madrileña, su hijo Jonás parece seguir, hasta el momento al menos, el camino contrario, quizás el signo de los tiempos: después de una primera película, Todas las canciones hablan de mí, realizada en el seno de la industria, estrenó Los ilusos, un retrato generacional que se ha convertido en una de las películas centrales de eso que se ha venido en llamar “otro cine español”, sea lo que sea, e independientemente de si existe o no, realizada de forma completamente autónoma y sin apoyos oficiales.

Esa es la misma senda que continúa con su tercera película, Los exiliados románticos, que supone un paso más en el proceso de liberación de su director: renunciando al rodaje en 16mm de su segunda película, y con muchos menos medios, si cabe, Jonás Trueba encuentra el camino de la ligereza. O la libertad a través de las limitaciones. La película cuenta el viaje veraniego de un trío de amigos que deciden lanzarse a la carretera para resolver sus problemas sentimentales. Poco importa si lo conseguirán o no, porque el cine de Trueba no se fija en las tramas, sino que, como la vida que cada vez se respira más entre sus imágenes, es incompleto, inacabado, fragmentario, y la felicidad no está en las resoluciones sino en el camino y sus canciones. Con un espectacular tema de Tulsa como eje central de la película, Los exiliados románticos es una película generosa, celebratoria de las cosas que hacen la vida mejor, con la melancolía de un verano que se escapa pero con la alegría de que vendrán otros veranos, otras canciones, los mismos amigos con los que rodar y vivir. Gonzalo de Pedro Amatria

TALLER CAPUCHOC, Carlo Padial. 84 min. España (2014). Con Miguel Noguera, Xavi Daura, Raquel Salvador, Josep Seguí.

No resulta fácil ser sintético al pensar y escribir sobre Taller Capuchoc, el nuevo atentado metacinematográfico de Carlo Padial. Con sus loops narrativos, sus reflujos oníricos y su principio de dispersión, esta incendiaria tragicomedia surrealista formula una extraña teoría del caos en la que la forma parece boicotear al contenido. El experimento no sorprenderá a los afortunados conocedores de Mi loco Erasmus, la anterior película de Padial: auténtico film-manifiesto sobre el desconcierto que impera en la vanguardia del audiovisual contemporáneo. En Taller Capuchoc, satirizando las neurosis de un escritor (interpretado por Miguel Noguera) y las miserias del gremio literario, Padial vuelve a desplegar una serie de pautas de la modernidad fílmica –la autorreflexividad, la fragmentación, la figura del proyecto fracasado, la incontinencia intertextual– y las pone a deambulan entre el vacío posmoderno y la angustia existencialista. Puede que el andamiaje literario de la película se imponga a la iconoclasia fílmica –las referencias a Borges, Cortazar o Kafka cuajan mejor que el delirio audiovisual–, pero aún así la senda abierta por Mi loco Erasmus sigue viva en este nuevo himno al low-cost. Manu Yáñez

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THE KINDERGARDEN TEACHER. Navad Lapid. 120 min. Israel, Francia (2014). Con Sarit Larry, Avi Shnaidman, Lior Raz, Gilad ben David.

Como suele ocurrir cuando uno se lanza a mirar el mundo a través de los ojos de un niño, el segundo largometraje del israelí Navad Lapid nos obliga a liberarnos de nuestros prejuicios. Con una cámara flotante que deambula por una clase de parvulario, Lapid nos acerca a dos de los grandes misterios de la experiencia humana: la infancia y el gesto poético. Esta es la historia de una maestra cuyos enormes esfuerzos por escribir poesía se ven desarmados por los espontáneos arrebatos líricos que experimenta uno de sus alumnos de 5 años. ¿Cuán difícil es ser un poeta en el mundo actual? Esa es la crucial pregunta a la que intenta dar respuesta la deslumbrante The Kindergarten Teacher.

La magia impenetrable de los poemas que recita el pequeño protagonista –versos que escribió de niño el propio Lapid– contrasta de forma perturbadora con postales cotidianas del Israel actual: la clase parvulario cantando a los héroes de la patria (puro adoctrinamiento); los ecos compartidos por los lemas políticos y los cánticos de los ultras del fútbol; la brutal indiferencia de un padre que no quiere ver a su hijo contaminado por la pulsión artística. El director de Policía en Israel nos acerca a este inquietante mapa de la grandeza y la banalidad con una puesta en escena tan extraña como inmersiva. The Kindergarten Teacher debe ser vista, sentida y pensada. Toda una invitación a desaprender lo que hay de sobrante en nuestro mundo para luego reconectar con una cierta belleza esencial. Manu Yáñez

CORN ISLAND. George Ovashvili. 100 min. Georgia, Francia, Alemania, Kazajistán (2014). Con Roelof Jan Minneboo, George Ovashvili, Nugzar Shataidze.

Con sus imponentes estampas en formato panorámico y su preciosista aproximación a la naturaleza, Corn Island nos lleva a una realidad desconocida, exótica: en un paraje remoto de la república autónoma de Abjasia, un anciano decide instalarse y cultivar maíz en un pequeño islote formado por las rocas y el limo que arrastra la corriente del río Enguri. El georgiano George Ovashvili utiliza esta mínima premisa argumental para elaborar una historia en la que resuenan algunos temas universales y otros coyunturales. La idílica coexistencia del anciano con la naturaleza se ve amenaza por la aparición de unos soldados que revelan las tensiones militares que proliferan en la zona. La aparición de la nieta permite que Ovashvili evoque el tránsito de la infancia a la edad adulta, así como el nacimiento del deseo amoroso y sexual. De forma progresiva, el lirismo de la película se va tornando más afectado y cada nuevo “tema” (sobre todo la idea del ciclo natural y su reflejo en la vida y la muerte) añade un nuevo grado de simplicidad al conjunto. Al final, una película que apuntaba hacia el cine de Robert Flaherty o a Dersu Uzala (El cazador) de Kurosawa, termina cayendo en el simbolismo algo manido del cine de Kim Ki-duk. Manu Yáñez