Página web del Festival Internacional de Cine de Gijón (15-23 de noviembre).

NE CROYEZ SURTOUT PAS QUE JE HURLE (JUST DON’T THINK I’LL SCREAM). Frank Beauvais. 75 minutos. Francia (2019).

Ne croyez surtout pas que je hurle se presenta como un video-diario personal comprendido entre abril y octubre de 2016. Medio año aproximado en el que el mundo del autor, Frank Beauvais, pareció dirigirse hacia el mismísimo Apocalipsis. Instalado en Alsacia, Beauvais tuvo que enfrentarse a la ruptura con su pareja sentimental, a la inminente muerte de su padre, a un cambio de hogar forzoso y, por supuesto, a una Francia en estado de pánico tras los ataques terroristas perpetrados tanto en su capital como en Niza. En este periodo, todos los estímulos del exterior percutían violentamente en un interior ya de por sí atormentado. Un frente chocó contra otro y creó vientos huracanados que cristalizaron en 400 películas que se convirtieron en unidad de medida de tiempo y de estado emocional. 400 sesiones en las que Beauvais se protegió del dolor… y lo alimentó. Para capear el temporal, el hombre huyó a una velocidad aproximada de cuatro cintas al día, convirtiendo las pantallas de su televisor y ordenador en una ventana de escape que, al final, se confirmó como espejo. El cine como herramienta auto-fustigadora, como refugio y como prisión.

Como resultado de tanta destrucción, se creó una película… compuesta por otras películas. Ne croyez surtout… se construye a partir de micro-clips correspondientes a aquellas 400 experiencias fílmicas. Recordemos que el año pasado Guy Maddin, Evan Johnson y Galen Johnson estrenaron The Green Fog, video-collage de films ambientados en San Francisco cuya suma debía recordarnos la herencia imperecedera del Vértigo de Alfred Hitchcock. Aunque el título que guarda un mayor parentesco con Ne croyez surtout… sería Stand By for Tape Back-up, donde Ross Sutherland solapaba en una vieja cinta VHS grabaciones de El Príncipe de Bel-Air o Tiburón, entre otras muchas, resucitando recuerdos propios y desajustándolos para hablar de nuestros deformados modos vida. En el caso del film que nos ocupa, un título como El cielo os pertenece, de Jean Grémillon, sirve para despedir a una figura paterna despreciable, pero inevitablemente entrañable. Y aún faltan 399 películas. Con el tono abatido pero lúcido de Josh Fox y el sentido poético (entre humanista y misántropo) de Don Hertzfeldt, Beauvois da con un texto digno del Mariano Llinás más inspirado. Un aullido fílmico de formas literarias, plasmación de un drama personal que, en realidad, era depresión colectiva. Víctor Esquirol

DIE KINDER DER TOTEN. Kelly Copper y Pavol Liska. 90 minutos. Austria (2019). Con Georg Beyer, Lukas Eigl, Greta Kostka.

Tratándose de una producción de Ulrich Seidl que lleva a la pantalla The Children of the Dead, la novela de Elfriede Jelinek (La pianista), sorprende que Die Kinder der Toten sea una película cargada de humor; y lo cierto es que éste no es particularmente cruel. El film, dirigido a cuatro manos por la estadounidense Kelly Copper y el eslovaco Pavol Liska, parte efectivamente de la idea de los muertos vivos; idea que, al situarse en la Estiria austríaca, es el territorio perfecto para volver sobre el pasado nazi. Así, jugando con imágenes filmadas en Súper 8, los tiempos se cruzan y los límites también. Adoptando las formas del cine silente, escuchamos el sonido ambiente pero no las voces de los protagonistas, cuyas líneas de diálogo descubrimos en intertítulos. Actores no profesionales y formatos diversos dan a la película una textura que dialoga con las filmaciones caseras y el cine de serie B, lo que cuadra perfectamente con el acercamiento a un pasado oscuro y al género.

Muertos que reviven, momentos musicales, un autobús de turistas holandeses (muy identificables por sus inconfundibles pelucas rubias), todo puede ser materia de humor en el que el bajo presupuesto en modo alguno se confunde con una lógica amateur. Formal y temáticamente, Die Kinder der Toten está poblada de hallazgos que trascienden los límites, que sorprenden y, efectivamente, funcionan en el terreno del humor. Sólo para dar un ejemplo, el juego de palabras entre Styria (Estiria) y Syria (Siria), abre las puertas para un sinnúmero de salvajes, incorrectas pero muy pertinentes pinceladas sobre la migración, discriminación y unas cuantos e hipócritas lugares comunes ligados con estos temas. En fin, que hay que atreverse a reír con un “colectivo de poetas sirios que pasan hambre”. La risa como germen catártico, sublevado y transgresor. Fernando E. Juan Lima

L’APPRENDISTATO. Davide Maldi. 84 minutos. Italia. Con Mario Burlone, Lorenzo Carpani, Enrico Colombin.

“Italia es una República democrática fundada en el trabajo”. Éste es, literalmente, el primer artículo de los “principios fundamentales” de la nación transalpina, casi una cuestión de orden moral. En L’apprendistato, de Davide Maldi, la frase en cuestión deviene un requisito indispensable para aprobar y pasar de curso. Nos hallamos en la que parece ser una prestigiosa escuela de hostelería, cuyos alumnos son un grupo de chavales preadolescentes. Todo está en orden en L’apprendistato… y ahí está el problema. Como en todo buen oficio, los guardianes de sus esencias inciden en el respeto y obediencia que los recién llegados deben profesar hacia los veteranos. Para escalar en la pirámide laboral, dicen, deben respetarse las normas del juego. Importan los méritos acumulados, pero también (o quizá más) la antigüedad. Esto último cala de tal manera que la propia película parece contagiarse de esta misma vejez. El tratamiento de la imagen y el sonido, así como las elecciones en el vestuario de los personajes y el diseño de los decorados, hacen que nuestra mente viaje hacia épocas pretéritas… y que, involuntariamente, acepte como normales las reglas de conducta de antaño.

Es solo con la irrupción de elementos que parecen anacrónicos (ese smartphone que el protagonista usa para iluminar los pasillos del centro en el que claramente está confinado) cuando conseguimos volver a un presente que cuesta situar geográficamente. Lejos de la “civilización”, los “aprendices” se verán sometidos a una disciplina que no necesita llegar a niveles militares para anular la voluntad de los chavales. En una de las escenas más reveladoras de L’apprendistato, los alumnos se toman un descanso de las clases prácticas y se embarcan en una lección teórica sobre la constitución italiana y los anhelos vitales. Es ahí, en esa charla filosófica en la que al profesor nunca se le llega a ver la cara, donde se revelan los “amables” mecanismos de control del sistema. En este contexto próximo al horror, la esperanza la pone el actor Luca Tufano. En su mirada dispersa, en su sonrisa pícara, y en su oído atento al fuera de campo descubrimos la voluntad de un alma no sometida. Así pervive la esperanza de que, algún día, este chico sea capaz de concretar aquello que le define como tal: reírse de la autoridad, cuestionarla, burlar sus tentáculos… y así, por fin, escapar de ellos. Víctor Esquirol

PORT AUTHORITY. Danielle Lessovitz. 94 minutos. Estados Unidos-Francia (2019). Con Fionn Whitehead, Leyna Bloom, McCaul Lombardi.

La historia de amor entre Paul (Fionn Whitehead), un muchacho que llega con una mano atrás y otra adelante a Nueva York; y Wye (la actriz trans Leyna Bloom, auténtica revelación) es el eje de esta ópera prima ambientada en la escena kiki (la cultura drag ball amateur). El protagonista llega a la estación, su media hermana no ha ida a buscarlo, es golpeado brutalmente en el metro, no le queda más remedio que instalarse en un refugio para vagabundos y trabajar para unos tipos inmorales que se dedican a expulsar a inquilinos que no pagan la renta. Cuando Paul conoce a Wye, que vive con una comunidad de bailarines gays, surge una atracción mutua, pero –claro– las duras condiciones, las contradicciones íntimas, los miedos y los prejuicios harán que el camino sea por demás intrincado y lleno de obstáculos. Una película cargada de buenas intenciones y con algunos pasajes donde surge una verdadera conexión emotiva entre los personajes y con el público, Porth Authority es también bastante previsible en su estructura dramática. La salvan, sobre todo, sus queribles personajes. Diego Batlle