Página web de Márgenes, Festival de Cine Independiente de Madrid

VORTEX. Gaspar Noé | Francia-Bélgica | 2021 | 142 min.

Sobre el papel, la idea de llorar viendo una película de Gaspar Noé parece una incongruencia. Y, sin embargo, parece que los tiempos arremolinados que nos está tocando vivir han acabado haciendo mella en el director de Irreversible. De hecho, su nueva película, Vortex, ya ha sido etiquetada como “la Amour de Noé”, la película que humanizaría al monstruo, aunque las pulsiones formalistas siguen ahí. Así, todas las imágenes de Vortex se nos presentan en pantalla partida, en un deslumbrante dispositivo que construye el formato panorámico a partir de la duplicación del 4:3. En la imagen escindida, un marido saluda afectuosamente a su mujer y ella devuelve el saludo. Plano y contra-plano en simultáneo: el cuadro izquierdo lo ocupa él; el derecho, ella. Esta descripción parece apuntar a un nuevo ejercicio de virtuosismo formal por parte del creador de Enter the Void, sin embargo, Vortex consigue respirar gracias al respeto con el que Noé trata a sus personajes, una actitud singular en la obra de un cineasta proclive al ensañamiento y la crueldad para con sus criaturas.

En su nuevo trabajo, Noé no se traiciona a sí mismo: ahí está la fotografía de claroscuros y colores saturados, la cámara que parpadea y traza movimientos sobrehumanos, a medio camino entre el hundimiento sórdido y el vuelo lisérgico. Lo que ocurre es que el foco está siempre sobre dos personajes en una etapa (no) vital que irremediablemente nos aleja de las pulsiones pueriles que han marcado sus últimos títulos. Dario Argento (impresionante en su francés balbuceante) y Françoise Lebrun dan vida al fin de la vida. A él, cada esfuerzo físico se le hace cada día más insalvable; a ella la cabeza se le va y la traiciona. Y, por si fuera poco, un agravante generacional: el del hijo incapaz de ayudar a sus progenitores. Muchos momentos de Vortex son llenados con silencios, con el errático deambular de dos personas para las que el mundo se ha convertido en un angustioso laberinto. El juego con el doble punto de vista y con ese montaje marca de la casa, en el que se producen constantemente saltos de pocos segundos en el transcurso de los hechos, ayuda a destruir las nociones de espacio y tiempo.

La intención es que el espectador se sienta igualmente perdido; atrapado en un espacio en el que los recuerdos y los logros se aglutinan en una innegable manifestación del síndrome de Diógenes. Pero el propósito general también pasa por fusionar el propio aparato fílmico con el objeto de estudio. Una imagen que en realidad son dos, como un sueño dentro de otro sueño. Juntos en la pantalla y separados en el cuadro: como quien comparte el hogar con alguien que se está yendo. Cada hemisferio de esta partición está dedicado a uno de los protagonistas centrales de este drama familiar: dos seres que se aman, pero que también recelan el uno del otro. A veces Vortex busca la armonía conjugando planos idénticos tirados desde distintos puntos; a veces, se empapa de la tensión hogareña contraponiendo el movimiento de la parte izquierda con el estatismo de la derecha. Y viceversa. Eventualmente, la mirada del director se queda bizca con la marcha de uno de los seres amados. Se pierde el sentido de la profundidad; se pierden las ganas de vivir. Se confirma el carácter de réquiem filmado de la película, de esquela en movimiento. Pasado el placer extático-epiléptico de Climax y Lux Æterna, Gaspar Noé llora. Víctor Esquirol

MEMORIA. Apichatpong Weerasethakul | Colombia, Tailandia, Reino Unido, México, Francia, Catar, Alemania | 2021 | 136 min.

En los albores de un nuevo día, en la penumbra de su habitación, una mujer insomne se descubre golpeada por un ruido seco, un estallido absorbente, una explosión interior. Este sonido, que toma por sorpresa los oídos de los espectadores de Memoria, se convertirá en la Estrella del Norte de la nueva película de Apichatpong Weerasethakul, un sonido que guiará a la protagonista del film, llamada Jessica e interpretada por Tilda Swinton, desde Bogotá hasta la región amazónica de Colombia, en el tránsito de lo urbano a lo rural que se ha convertido en uno de los rasgos distintivos del cine del director tailandés. De hecho, Memoriapuede verse como una relectura asordinada, extremadamente sobria, de las obsesiones del ganador de la Palma de Oro de Cannes por Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas.

En Memoria, se especula con la posibilidad de que los animales puedan poseer el alma de los seres humanos, pero aquí no hay tigres espiritualizados o peces reencarnados (como en Tropical Malady o Tío Boonmee…) sino que la comunión entre el animal y el humano se resuelve en una bella subtrama en la que el personaje de Swinton (un trasunto de la protagonista de Yo anduve con un zombie de Jacques Tourneur) cree ser perseguida por un perro callejero que podría haber maldecido a su hermana, quien se recupera de un accidente en un hospital. El relato fantástico se manifiesta como posibilidad, como línea de fuga, siempre bajo un prisma eminentemente realista. En su nuevo trabajo, el director de Blissfully Yours renuncia a los elementos que, en el pasado, han dotado a su cine de una cierta exuberancia y ‘espectacularidad’: los malabarismos coloristas, las figuras monstruosas, la representación gráfica de lo místico y lo folclórico… En Memoria, Apichaptong festeja la dimensión mágica y poética de lo real con la misma audacia con la que Jacquest Tati celebró, desde un espíritu democrático e integrador, la omnipresencia de los humorístico en la experiencia humana. Desnudando su puesta en escena hasta extremos insospechados, el tailandés convierte cada elemento de la representación –cada línea de diálogo, cada gesto, cada atmósfera– en una fuente inagotable de sentidos poéticos, alusiones políticas, fabulaciones surrealistas y vías para la comunicación entre los seres y las cosas.

En Memoria, Apichatpong se distancia de la idea de la transmigración de las almas (entre diferentes cuerpos) y explora la posibilidad de la transmisión de los recuerdos (en el ámbito sonoro); intercambios siempre cargados de una intensa fuerza afectiva. Así, puestos a imaginar, ¿existe una manera más directa de acercarse al sentir íntimo de otro individuo que rememorando, y sintiendo, el primer abrazo que este recibió de su madre al nacer? Sobre este universo de posibilidades fabulísticas y conmovedoras discurre el apoteósico tramo final de Memoria, en el que, de la mano de un hombre capaz de “recordarlo todo” (interpretado por Elkin Días), al personaje de Swinton y al espectador se le abren las puertas de una percepción de corte trascendental. Sumido en la más dulce y vertiginosa epifanía, este crítico se descubrió transportado a un estado originario desde el cual mirar lo real con nuevos ojos, como si fuera la primera vez. Habrá quién lo interprete como una experiencia religiosa, aunque parece más razonable considerarlo como el resultado de la magia cinematográfica del director más importante del cine contemporáneo. Manu Yáñez

FUTURA. Pietro Marcello, Francesco Munzi y Alice Rohrwacher | Italia | 2021 | 110 min.

Si dejamos a un lado el ensimismamiento característico de la obra de Paolo Sorrentino, cabría afirmar que el cine italiano contemporáneo orbita, en su mayor parte, en torno a la crisis socioeconómica y política que afecta a la nación transalpina. Un compromiso con lo real que reverbera con fuera en la obra de Pietro Marcello, Francesco Munzi y Alice Rohrwacher. En obras como Bella y perdida o Martin Eden, Marcello ha dado cuenta del vacío moral y la decadencia cultural de una Italia desmemoriada. Por su parte, en ficciones como Calabria, mafia del sur o en un documental como Asalto al cielo, Munzi ha dirigido la mirada a un pasado de valores familiares e idealismo político que pone en evidencia el desaliento de la Italia actual. Por último, Rohrwacher, autora de un cine intimista y fabulístico, ha encontrado en el extravío de la Italia de Berlusconi el trasfondo perfecto para sus cuentos morales. Ahora, estos tres autores unen fuerzas en Futura, un documental itinerante que atraviesa la geografía italiana con la intención de construir una radiografía del estado de ánimo de la juventud actual.

Tomando como referente Encuesta sobre el amor de Pier Paolo Pasolini, Marcello, Munzi y Rohrwacher intentan abarcar todos los recovecos de la sociedad italiana, de unas jóvenes practicantes de equitación a los habitantes de los barrios marginales de Nápoles, de los estudiantes de una prestigiosa escuela de música a los chicos de un centro de acogida de inmigrantes. Una transversalidad en la que, pese a la disparidad de miradas, termina imponiéndose una visión del porvenir marcada por la inquietud y la incertidumbre, ingredientes propios de la experiencia juvenil que aquí aparecen reforzados por una paupérrima coyuntura nacional (muchos testimonios apuntan al deseo de abandonar el país y buscar suerte en el extranjero) y por la difícil situación generada por la pandemia de Covid. En su ir y venir por la geografía italiana, Futura da cuenta de las singularidades de cada uno de sus directores, pese a que, en lo referente a su textura visual, el film se presenta uniformizado por el empleo de película de 16mm (un formato habitual en la filmografía de Marcello y Rohrwacher). Así, por ejemplo, en los pasajes dirigidos por Marcello, los mejores del conjunto, se imponen unas formas inquisitivas: el director de La bocca del lupo pega la cámara a los rostros de sus interlocutores y, con un tono de voz que aúna la rudeza y el cariño, formula preguntas sobre el significado del porvenir, la cultura, el deseo de emancipación…

Por su parte, Rohrwacher celebra, en off, ese territorio de misterio y transformación que es la juventud, y hace esfuerzos por ampliar el abasto del retrato social: entrevista a jóvenes procedentes de familias privilegiadas que expresan su absoluto desinterés por la transgresión, pero también a una familia de gitanos en que los hijos celebran la consecución de libertades respecto a la generación de sus padres (ya no están obligados a casarse en la adolescencia). Y luego, en una secuencia emocionante, la directora de Lazzaro feliz evoca los trágicos acontecimientos acaecidos en Génova durante la cumbre del G8 de 2001, cuando unos estudiantes que ocuparon un centro educativo fueron brutalmente desalojados por las fuerzas del orden. La cineasta, al igual que Marcello y Munzi, expresa, a través de su retrato de la juventud italiana, el deseo de ver un futuro de mayor equidad, responsabilidad y consciencia, unos anhelos que chocan con un mundo que, según la mayoría de testimonios que recoge el film, está dominado por adultos incapaces de ponerse en la piel del otro, ni siquiera de aquel otro que ellos mismos fueron. Tomamos nota. Manu Yáñez

AFTER BLUE. Bertrand Mandico | Francia | 2021 | 120 min.

Como sucede con las grandes historias, la narración de After Blue parece invitar al canto. En el nuevo trabajo del francés Bertrand Mandico, este canto se ejecuta a partir de una coral de voces y caras que se solapan y complementan para dar forma al prólogo de la película. ¿Cuándo? En un futuro muy lejano. ¿Dónde? En el planeta After Blue, lugar de residencia de la humanidad después de la destrucción de la Tierra. El hombre, nos cuentan, fue el causante de tal calamidad, y ahora solo queda la mujer. Una de ellas toma la palabra, y el protagonismo. Su nombre es Roxy, pero en el pueblo la conocen como Toxic. Ambos nombres se repiten una y otra vez, como si juntos formaran el estribillo de una canción que no acaba de concretarse a lo largo de las más de dos horas de duración. Y es que todo es exceso en el nuevo trabajo de Mandico. La película es monumental, se mire cómo se mire; maratoniana, si se prefiere, solo que aquí la larga distancia se corre con la gestión suicida de energías con la que se afrontan los 100 metros lisos.

¿Qué es After Blue? ¿Una aventura espacial? ¿Un coming of age? ¿Una fábula familiar? ¿Un western post-apocalíptico? ¿Un musical encubierto? Es todo esto, y mucho más. Del mismo modo, las referencias que vienen a la cabeza se amontonan, pisándose las unas a las otras, formando un conglomerado cuyos componentes acaban siendo indistinguibles. Ahí están los brillos y las neblinas líquidas con las que John Boorman dio vida a la Leyenda Artúrica, el kitsch de Mike Hodges en Flash Gordon, el delirio visual y la escritura de personajes del Alejandro Jodorowsky que va de Fando y Lis a La montaña sagrada. Ahí está, cómo no, Panos Cosmatos (Beyond the Black RainbowMandy), ese sublime reciclador de la materia oscura de los años 80. En esta misma línea, resulta fácil acordarse de Hélène Cattet y Bruno Forzani, brillantes (re)intérpretes del giallo y el polar.

Con After Blue, el autor de Les garçons sauvages se consagra como infatigable creador (y mezclador) de imágenes y sonidos imposibles. Todo parece nuevo, todo recuerda a la excitación de esa primera vez en que nos enfrentamos a una experiencia para la que nadie nos había preparado. Como si fuéramos alienígenas en un mundo todavía por explorar. Todo en After Blue está sujeto al poder transformador que surge de la interacción entre imágenes. El rostro de una mujer nos lleva a otro, y este al de un hombre, y este al de un ser de género no binario. Del mismo modo, la partitura omnipresente, tan importante como las líneas de diálogo, pasa del órgano a la batería, de los coros celestiales a los ritmos disco, de lo sinfónico a lo punk. Esta película bien podría ser la poción preparada por un alquimista cósmico; el resultado de remover, con genio furioso y libido disparada, los procesos con los que operan nuestros sentidos. Fuertes pulsiones lovecraftianas laten también en este cuento que parece llegado de una dimensión muy lejana y extraña. Una dimensión regida por leyes que llaman al caos, presidida por geografías de cromatismo absurdo y habitada por una vegetación que desafía a cualquier lógica. Un reino imposible de ver, escuchar y entender (como lo era, por ejemplo, el de Mamoru Oshii en Angel’s Egg); un reino que no puede ser reproducido fielmente por ninguna palabra ni ninguna imagen, pero que a lo mejor sí por la unión excesiva de todas ellas. Víctor Esquirol