Página web del Festival de Gijón

LA NOVELISTA | Hong Sang-soo | Corea del Sur | 2022 | 92 min.

En La novelista, un director de cine llega a una ciudad para presentar su nuevo trabajo, o para preparar el siguiente. No se distingue una situación de la otra porque esta historia ya nos la han contado muchas veces: el hombre no puede parar de filmar; si se despega de su cámara, aunque solo sea durante un instante, siente que le falta el aliento. Por otra parte, cualquier impedimento para concretar un proyecto se percibe como una excusa de mal pagador. Una escritora, harta de las quejas de un cineasta, le espeta: “Si quieres hacer una película, ¡hazla!” Y así opera Hong, sin perder el tiempo en las banalidades que le podrían alejar del propósito de seguir emitiendo señales de vida.

Venimos, conviene recordarlo, de In Front of Your Face, cuya tosca textura digital nos alertaba de la relevancia de las formas a la hora de comunicar una idea, un discurso. La protagonista de aquella historia, Lee Hyeyoung, estaba a las puertas de rodar una película; sin embargo, el cobarde director del film desaparecía dejando en el aire la gestación de la criatura fílmica. Y entonces, ¿qué quedaba? Pues solo reírse para intentar purgar la amargura generada por un indeseable. En La novelista, Lee vuelve a llevar la voz cantante, solo que ahora interpreta a una novelista que, tras una serie de encuentros más o menos fortuitos, llega a la precipitada conclusión de que el siguiente paso (no artístico, sino más bien vital) debe ser la creación de un cortometraje. “¿Y cómo se va a titular?”. “No lo sé, de momento pongámosle La novelista, y después ya lo cambiaremos. O no”. Porque las cosas se hacen, y punto. Porque, a veces, lo único que se necesita para que una película exista es una actriz y una cámara.

En La novelista, los largos planos-secuencia-sobre-trípode marca de la casa no requieren de ningún zoom para romper la monotonía visual. El cine de repeticiones de Hong siempre encuentra esas ligeras variaciones sin las que este macro-experimento dejaría de respirar. El universo fílmico del maestro sigue consolidando esta etapa en la que las mujeres no solo acaparan el protagonismo, sino que además se niegan a bajar la guardia ante la permanente amenaza de que los hombres, tan frágiles, tan inseguros, recuperen un lugar de privilegio. En esta ocasión, lo que alumbra Hong es un acto cinematográfico que, alérgico a toda afectación y grandilocuencia, refleja toda la carga y la alegría de vivir. Hasta la escena post-créditos haya un sentido pleno. Al final, todo se reduce a lo más esencial, aquello que no admite segundas lecturas: un ramo de flores improvisado durante un paseo, por ejemplo. ¿Y si todo fuera una excusa para que la cámara de Hong, ahora iluminada con mil colores, mirara a Kim Minhee de frente y le dijera: “Te quiero”? Víctor Esquirol

RIMINI | Ulrich Seidl | Austria, Francia, Alemania | 2022 | 114 min.

En Rimini, primera parte de un díptico que completa la película Sparta, el austriaco Ulrich Seidl se presenta fiel a su mirada crítica y desencantada del mundo, pero al mismo tiempo construye un personaje desde la cercanía y la complicidad, lo que constituye una bienvenida rareza y una novedad en sus habituales planteamientos. El querible antihéroe es Richie Bravo (el también austríaco Michael Thomas, que ya había trabajado con Seidl en Import/Export), un cantante melódico con look de vikingo y voluminosa barriga que supo tener tiempos de gloria y hoy es un alma en pena. Tras la reciente muerte de su madre y con un padre postrado en un geriátrico, Richie viaja al balneario italiano del título fuera de temporada para ganarse la vida con shows en restaurantes y auditorios de hoteles decadentes, alquilando su casa llena de memorabilia y ofreciendo sus servicios como gigolo a mujeres de avanzada edad.

Todo parece servido para un nuevo festival de bajezas humanas y regodeo en el patetismo, pero no es tan así. Esta vez Seidl regala a un personaje a su manera entrañable. Richie es un borrachín, un pequeño estafador y jamás se ha ocupado de su hija, pero al mismo tiempo sobrelleva su decadencia artística, física y económica con una dignidad y una nobleza de espíritu que lo diferencia de la galería de monstruos que suele recorrer la filmografía de Seidl. Incluso las ancianas que todavía lo adoran y las mujeres pagan por tener sexo con él (las escenas son muy explícitas en lo que constituye una audacia en un cine contemporánea que suele huir de los cuerpos envejecidos) escapan en general del espíritu despiadado y burlón que suele (o solía) ostentar el director.

Con intérpretes impecables (empezando por un Thomas que remite al Gérard Depardieu de El cantante o al Bradley Cooper de Ha nacido una estrella) y con un extraordinario diseño producción que celebra la cara kitsch, ridícula y decadente de Rimini, Seidl construye un film fascinante, aunque con un desenlace bastante controvertido y discutible, que de todas maneras no llega a arruinar la historia. En la primera escena, cuando Richie va en busca de su padre para asistir al funeral de su madre, aparece también en escena su hermano. Y precisamente ese hermano será el protagonista de Sparta, la segunda película del díptico ambientada en Rumania. Para un director que ya hizo una trilogía como la de Paradise, este tipo de propuestas “hermanas” resultan a esta altura algo habitual. Diego Batlle

ARMAGEDDON TIME | James Gray | Estados Unidos | 2022 | 114 min.

Armageddon Time propone al espectador un viaje al barrio neoyorquino de Queens en 1980, periodo clave en la educación ética y moral de James Gray, el director del film. Pero, en términos históricos e ideológicos, la película no se queda ahí, ya que el relato engarza la memoria de los supervivientes del Holocausto con una reflexión sobre el enquistamiento del neocapitalismo que campa a sus anchas en nuestro presente. El protagonista del film es un niño llamado Paul Graff (Banks Repeta). No se especifica su edad, pero si atendemos a su condición de alter ego de James Gray (quien nació en 1969), podemos intuir que el chico ronda los once años. Entre costumbristas escenas colegiales (en las que Paul monta numeritos pata mostrarse como un chico malo) y circenses postales familiares (tan impetuosas como las de Toro salvaje), Gray compone un retrato de la amistad del protagonista con Johnny (Jaylin Webb), el único niño afroamericano de su clase, con el que pasea en largos planos de seguimiento que remiten tanto a ‘Rebeldes’ de Francis Ford Coppola como a ‘Los 400 golpes’ de François Truffaut. Por su parte, la madre y el abuelo de Paul, interpretados por Anne Hathaway y Anthony Hopkins, representan a una clase media yanqui que, prendada de los valores del judaísmo, tal como los diseccionaba Stefan Zweig en El mundo de ayer, sueña con labrar para sus descendientes un futuro vinculado a la creación artística.

Con este conjunto de personajes sublevados o resignados, Gray construye una teoría sobre lo que significa sobrevivir en un mundo que impone fronteras tácitas (en la jerarquía social, en materia de raza y género, en el ámbito político) pero que deja en manos del individuo una pequeña puerta abierta para el afecto verdadero y para la expresión de la rebeldía. Esta contradicción esencial –la necesidad de cabalgar sobre el sistema manteniendo un espíritu libertario– queda brillantemente encapsulada en la tierna e igualitaria relación que mantienen el pequeño Paul y un abuelo que se desvive por su nieto. En una escena que merece pasar a la historia de los grandes momentos intergeneracionales del cine del siglo XXI –junto a algunos diálogos de Gran Torino de Clint Eastwood y de Boyhood de Richard Linklater–, Gray invita al personaje de Hopkins a transmitir a su nieto una ética contraria a la insolencia de los poderosos, así como un sentido de la justicia comprometida con la defensa del más débil.

Como de costumbre en la obra de Gray, la música contemporánea –en este caso, la cadencia reggae del tema Armagideon Time de The Clash– comparte espacio sonoro con temas de Mozart, Bach o Chaikovski. Una combinación de factores que ilustra los brillantes cambios de marcha de la película, que arranca en un estado de excesiva exaltación, pero que luego, cuando el film perfila un giro crepuscular, se asienta en un tono más sosegado. Es en este territorio meditativo en el que las ideas de Gray sobre el peso de los condicionantes familiares, sobre los anhelos de transgresión social y sobre el valor de la creación artística resuenan con gran hondura. Habría que acudir a Two Lovers o a la clausura de Z. La ciudad perdida para hallar una representación tan depurada del imaginario de Gray, un autor empeñado en mantener viva la llama de un cine a la vez popular y elevado, emotivo y político, histórico y plenamente contemporáneo. Manu Yáñez

UN ÉTÉ COMME ÇA | Denis Côté | Canadá | 2022 | 137 min.

El canadiense Denis Côté se ha caracterizado desde siempre por un cine incómodo hasta la irritación, pero nunca se arriesgó tanto como con Un été comme ça, una película que, por su temática, sus personajes, su punto de vista y varias de sus escenas, lo tiene todo para ser incinerada desde la corrección política, el feminismo y los cultores del “buen gusto”. En la película, Léonie (Larissa Corriveau), Eugénie (Laure Giappiconi) y Gaëlle, que se hace llamar Geisha (Aude Mathieu), aceptan participar de una suerte de estancia de 26 días en una hermosa casa con parque ubicada junto a un lago para abordar sus problemáticas ligadas con las adicciones y compulsiones sexuales. El proyecto no está visto como una terapia clásica en busca de una “cura”, no tiene demasiados elementos represivos (incluso pueden salir una vez al mundo real, consumir algo de alcohol y usar 90 minutos diarios el teléfono móvil) y está coordinada por una trabajadora social llegada desde Alemania llamada Octavia (Anne Ratte Polle) y por Sami (Samir Guesmi ), el único hombre en el lugar. Así planteadas las cosas, se busca una experiencia humana lo más franca y genuina posible.

Pero no todo (o casi nada) sale como estaba planeado por Octavia y Sami, que tienen sus propios entuertos afectivos y empiezan a sentir de forma cada vez más íntima los alcances de la experiencia. Por su parte, las tres participantes apenas pueden contener sus manifestaciones extremas del deseo. La dinámica del lugar y la interacción entre los personajes están, para mi gusto, muy bien construidas y desarrolladas, pero Côté nos enfrenta también a escenas muy provocadoras, como el encuentro sexual que, en una de sus salidas, mantiene Geisha con los distintos integrantes de un equipo de fútbol. ¿Que la mirada a estas formas poco convencionales de (hiper)sexualidad femenina es enteramente masculina? Sí. ¿Eso invalida los alcances del film? Yo creo que no. Podrán compartirse o no el punto de vista, el tratamiento psicológico de cuestiones complejas como los abusos familiares, la adicción al porno o la forma en exponer los cuerpos, así como las distintas decisiones artísticas del realizador canadiense, pero incluso con (o principalmente por) sus permanentes zonas de riesgo, Un été comme ça resulta una rara avis, una bienvenida rareza.

Perturbadora y desconcertante hasta lo intolerable en varios de sus pasajes, la historia de Côté me generó un rechazo inicial que con el correr de los días –y con esos primeros efectos ya sedimentando– se transformaron en algo mucho más interesante y hasta debo admitir que fascinante. Como esa celebración en la que ya muy cerca del final todos bailan al ritmo de ese hermoso clásico soul que es Across 110th Street, de Bobby Womack, lo sórdido y perverso puede convertirse luego en una experiencia más lúdica y sensible. Mientras discutimos las diversas aristas de Un été comme ça en particular y de su filmografía en general, vuelvo a destacar la libertad artística de un director decididamente transgresor, sin pruritos ni oportunismos, en tiempos en los que la verdadera libertad artística está en riesgo por imposiciones de la corrección política. Diego Batlle