Página web de Punto de Vista, Festival Internacional de Cine Documental de Navarra.

CONVERSO. David Arratibel. 61 minutos. España (2017). Sección Oficial – La Región Central.

La segunda película del cineasta pamplonés David Arratibel, tras su primer trabajo, Oírse (presentado en la sección Zabaltegi del Festival de San Sebastián en 2013), continua la linea de cine personal iniciada con aquella primera película, que partía de su propia experiencia como enfermo de acúfeno para adentrarse en las vidas de otros que, como él, sufrían también la presencia de ese sonido constante en su propio oído, una barrera entre el mundo y lo más íntimo, una presencia invisible pero siempre presente. En este caso, Converso imprime su sello personal de forma indirecta, y algo juguetona, o incluso irónica, desde su título, que juega con el posible doble sentido de la película, introduciendo una duda sobre la condición del propio director de creyente, o no, en la fe católica. Una incertidumbre que planeará a lo largo de todo el metraje. Porque, siguiendo esa línea de exploración de lo invisible, Converso es una película sobre algo tan complicado de retratar, e incluso de entender de forma racional, como la fe, y el proceso de conversión a la religión.

Arratibel utiliza el dispositivo cinematográfico casi como una excusa, al menos inicialmente, para enfrentar una realidad que, en su vida cotidiana, había tratado de esquivar durante años: la conversión al catolicismo de varios miembros de su familia. Su madre, sus dos hermanas, y su cuñado pasaron del ateísmo, el agnosticismo, incluso la militancia comunista a una fe arrebatada y capaz de transformar sus vidas de forma radical. El converso del título no hace solamente referencia a la posible conversión del director, que nunca se aclarará (no es ese el objetivo de la película), sino también al ejercicio sobre el que se sostiene todo el film: la conversación, el gesto de conversar, de enfrentar a través del dialogo el misterio de la conversión de sus familiares, como proceso para entender y aceptar el cambio vivido en el seno del grupo. Converso se estructura así como una serie de conversaciones y encuentros a través de los que su familia explica su proceso, su cambio radical. Unas conversaciones que, además, van recomponiendo los puentes que la conversión había roto en la familia. Converso se aparece así no solo como una película sobre el Misterio, en mayúsculas, sino sobre todo como una película acerca de la palabra como aquello que da sentido y ordena la vida. En el fondo, estamos ante una película sobre la ausencia de un padre, que cada miembro de la familia tratará de rellenar de una forma distinta: unos con la palabra de Dios, otros, como el cineasta, con la palabra filmada. Gonzalo de Pedro Amatria

THE CHALLENGE. Yuri Ancarani. 69 minutos. Italia, Francia, Suiza (2016). Programa VOLAR.

El videoartista y cineasta italiano Yuri Ancarani retrata en este film el universo de la halconería en la alta sociedad de Qatar. En el fondo, estamos ante un retrato del particular universo de aquellos países árabes que viven asentados sobre una cierta contradicción, entre sus tradiciones más arraigadas y un neoliberalismo exacerbado. No hay nada más curioso que ver cómo aquello que, en teoría, en el mapa geopolítico, más se opone a lo norteamericano (los países árabes, el mundo musulmán), termina abrazando, y por momentos llevando al extremo, el neoliberalismo y el capitalismo que se impulsó desde los Estados Unidos. Comprar un halcón de alas magníficas y de bello pico cuesta veinte mil dólares, según la puja que se muestra en un momento de The Challenge. En cierto sentido, el hobby que disecciona la película define un cierto ordenamiento mundial. Una realidad que Ancarani observa desde un extraño y ambiguo punto de vista, entre el elogio y la ridiculización: guiado por la fascinación, el cineasta, un poco a la manera de Ulrich Seidl, nunca llega a juzgar el extravagante comportamiento de sus sujetos. Se impone lo que podríamos llamar un relato estético, marcado por las luces de los faros de unos jeeps que circulan por el desierto, o por las imágenes captadas por una cámara situada sobre uno de los halcones. A la postre, en The Challenge, la crítica y la ironía deben buscarse en los gestos, en la propia acción, en las situaciones que se retratan: el choque cultural se revela, por ejemplo, en la escena en que un grupo de hombres mira el fútbol en impresionantes televisores, dentro de unas tiendas tapizadas con alfombras persas en medio del desierto. Carlota Moseguí y Violeta Kovacsics

CIDADE PEQUENA. Diogo Costa Amarante. 19 minutos. Portugal (2016). Sección Oficial – La Región Central.

Rodando con su propia familia, el cineasta portugués Diogo Costa Amarante compone en Cidade pequena una suerte de poema rural sobre el momento en que un niño descubre la presencia de la muerte, la finitud de la vida, y los procesos físicos, aleatorios e incontrolables, que determinan la presencia de la vida en la tierra. El joven protagonista regresa un día a casa atemorizado de la escuela: la profesora les ha explicado que la vida se acaba cuando el corazón se para, y esa noche, el pequeño Frederico no podrá dormir, aterrorizado por la idea de su propio corazón deteniéndose sin previo aviso, paralizado por la enormidad del misterio que se abre frente a él. Compuesto por una serie de postales fijas que bordean el retrato cotidiano, pero que se desbordan en lo irreal a través de pequeñas manipulaciones visuales, Costa Amarante parte del trabajo con su sobrino, y de un diálogo de voces diversas, para abordar una suerte de autobiografía ficcionada que cobra vida a través de las imágenes de su ciudad de infancia. En Cidade pequena no hay nada evidente, y todo se maneja de forma sutil, como buscando entre la oscuridad y en el trabajo del encuadre y la composición la solución al problema que plantea, a mitad de metraje, la canción de F. R. David: “Words don’t come easy, to me, how can I find a way, to make you see, I love you” (“Las palabras no me llegan fácilmente, cómo puedo encontrar una manera de hacerte ver que te quiero”). Ese, y no otro, quizás sea uno de los retos del propio cine: hacer ver sin palabras lo que no puede explicarse. Como el tiempo, la muerte, el miedo, el amor, o el final irrevocable de la inocencia. Gonzalo de Pedro Amatria

TREBLINKA. Sérgio Tréfaut. 76 min. Portugal, Rusia (2016). Con Isabel Ruth, Kiril Kashlikov. Sección Oficial – La Región Central.

Un tren cruza la Europa del Este contemporánea, franqueando, a una velocidad mortuoria, los gélidos paisajes de Rusia, Ucrania y Polonia. La atmósfera glacial del exterior (casi inerte) no es tan distinta al interior del convoy: estamos ante un tren fantasma, en el que viajan las víctimas de los campos de exterminio nazi. El Holocausto empezó con un tren. Un tren que se desplazaba de día y de noche, transportando más y más víctimas, durante los siete días de la semana, en las cuatro estaciones del año. Por ese motivo, el director portugués Sérgio Tréfaut ha utilizado este monstruoso vehículo de metal para ubicar su film-ensayo sobre la pérdida de la memoria histórica de la Shoah. Un hombre y una mujer ponen el cuerpo y la voz al personaje colectivo. Por un lado, las voces narrarán extractos de las memorias de Chil Rajchman –traducidas al español como ‘Treblinka’–, basadas en la estancia de diez meses del superviviente judío en el campo de exterminio homónimo. Mientras escuchamos el escalofriante testimonio, las figuras humanas que lo relatan –casi siempre desnudas y desprotegidas– perderán progresivamente su corporeidad. El director de Alentejo, Alentejo plasma la siniestra evaporación de los sujetos filmando sus cuerpos a través de su reflejo en los espejos o en los cristales de las ventanillas. Poco a poco, las entrañas del tren se convierten en una alucinación, un espejismo vago, imposible de recordar, como las atrocidades que transcurrieron en esos paisajes donde, pese a todo, la naturaleza volvió a florecer. Carlota Moseguí