María Adell (Berlín)

En The Human Hibernation, ópera prima de la artista multidisciplinar y directora de arte Anna Cornudella, los seres humanos deben adaptarse, por motivos que el filme nunca aclara, al ritmo de las estaciones. Por su parte, en La hojarasca, primer largometraje de la canaria Macu Machín, dos hermanas que viven en la península y vuelven a la isla que abandonaron hace tiempo deben aclimatarse al tiempo pautado y cíclico de la vida rural: la recolección de la almendra, la producción de vino, la quema de la hojarasca que crece sin control… Son dos obras, pues, que abordan la relación entre los seres humanos y el medio natural, y que apuestan por una forma híbrida, entre el documental y la ficción, que ofrece una visión estilizada de la realidad, de los cuerpos, los paisajes y los animales.

Estos son los puntos de conexión de dos películas muy distintas, cuya distancia estilística y tonal se puede medir a partir de la diversa procedencia y objetivos de las cineastas. The Human Hibernation es el resultado de un proyecto de investigación artístico-científica que Cornudella desarrolló entre 2019 y 2020, y que plantea un escenario limítrofe entre la distopía y la utopía: un mundo en el que los seres humanos hibernan varios meses al año y comparten de forma equitativa el espacio y los recursos naturales con los animales. Así, la cineasta reflexiona, de forma provocadora, sobre las consecuencias positivas de una posible semi-extinción humana, y flirtea con la ciencia ficción en clave lo-fi. De su lado, La hojarasca es un film asentado en la historia personal de la cineasta, un ejercicio de exorcismo familiar protagonizado por la madre y dos tías de la directora. Machín, que vivió en Argentina durante una década, explora en profundidad el legado de su familia situando a las tres hermanas protagonistas, Carmen, Elsa (la madre de la cineasta) y Maura, en los espacios que compartieron cuando eran niñas.

The Human Hibernation es tan radical en su fondo como en su forma. La utopía animalista de Cornudella –una fantasía en la que el Antropoceno y el especismo han sido sustituidos por una Arcadia salvaje, frondosa y exuberante (escenificada entre áreas boscosas del estado de Nueva York y zonas rurales de Cataluña)– se despliega a partir de una mirada entomológica, que pone al mismo nivel el rostro de Clara, la protagonista, el apareamiento de dos caracoles o los esfuerzos de una hormiga por mover un trozo de comida. Cornudella combina esta aproximación sensual y cercana a la naturaleza, las personas y los animales –las vacas son las auténticas coprotagonistas de la historia– con elaborados planos generales que se asemejan a hermosos retablos de inspiración pictórica. El cine de Andrei Tarkovsky es uno de los referentes más evidentes de esta pausada y contemplativa meditación sobre la tensa relación entre el ser humano y su entorno, pero en su deriva fantástica resuenan ecos tanto de Apichatpong Weerasethakul –la superficie de una laguna deviene un espejo que Clara (¿o deberíamos decir Alicia?) podría atravesar–, como de David Lynch, al que el film homenajea en un inspiradísimo guiño al Club Silencio de Mulholland Drive, aunque con un público mayoritariamente bovino.

En todo caso, los referentes que maneja Cornudella son sólo posibles vías de acceso o atajos para acercarse a una obra misteriosa y absolutamente original, inclasificable. En su ópera prima, la barcelonesa maneja con maestría el lenguaje híbrido de la no ficción –Clara va cruzándose con personas que cuentan historias reales–, a la vez que ahonda en el modo en el que los seres humanos habitamos el planeta, proponiendo alternativas que pueden parecer provocadoras, pero que en un futuro cercano tal vez no lo sean. La posibilidad de una hibernación humana, y de una inversión del lugar que ocupamos como especie hegemónica, puede que aún esté lejos, pero The Human Hibernation se atreve a imaginarla a través de imágenes evocadoras, difíciles de olvidar, como las del somnoliento despertar de la comunidad de hibernantes, en la que se muestra a las personas surgiendo, aún aturdidas por los meses de sueño, de las entrañas de la tierra, de agujeros y cavernas repartidos por el frondoso bosque.

En los créditos de La hojarasca, dos mujeres avanzan con dificultad por un paisaje nocturno y tormentoso, azotado por el viento. Ellas son Elsa y Maura, las hermanas que abandonaron, hace años, el pequeño pueblo de la isla de La Palma en el que crecieron y al que ahora regresan para ver a su hermana, Carmen, y resolver temas relacionados con la herencia familiar. Este plano general instaura, desde el mismo inicio del filme, un tono lúgubre, que se hace muy evidente en las escenas nocturnas que transcurren en interiores, pero también en algunos exteriores en los que fenómenos naturales como una densa niebla o un intenso viento otorgan a las imágenes una cualidad fantasmal. La hojarasca constituye una recreación, en parte ficcionada, de un acontecimiento real: el reparto de las escasas y devaluadas propiedades y terrenos familiares entre las tres hermanas. Machín parte de espacios, personajes y situaciones asentadas firmemente en lo real –hay numerosas escenas que muestran el día a día de las hermanas recolectando almendras, comiendo, o desbrozando un terreno repleto de malas hierbas– para elaborar una ficción altamente estilizada.

Cabe apuntar que La hojarasca juega con elementos del fantástico en varios frentes. La premisa narrativa presenta inicialmente a las hermanas como una amenaza foránea. Luego, en el terreno de la plástica, el plano en claroscuro de Elsa al encender una vela remite al tenebrismo del Barroco. Y, por último, los nombres de las propiedades a repartir perfilan un aura fantasmagórica: el Llano de las Ánimas, la Casa Vieja, el Risco Alto… Machín juega, con excelente intuición, con el componente mitológico, atávico, de un espacio que parece detenido en el tiempo, de un territorio rocoso y árido que parece la localización idónea para todo tipo de historias y leyendas populares. Es por ello que, cuando el volcán estalla –la película incorpora en la ficción la erupción del volcán de La Palma, como hizo Oliver Laxe con los incendios de O que arde–, la explosión tiene un significado tanto físico como simbólico. Las rencillas, reproches y palabras cautivas durante años brotan de forma torrencial, como la lava del volcán. Se trata de un proceso de depuración sentimental que Machín y sus tres actrices no profesionales recrean con delicadeza y una apabullante verdad, dando pie a momentos conmovedores, como las caricias y palabras de afecto que Carmen y Maura comparten sentadas en la cama de esta última. Como Hors du temps, la película que Olivier Assayas ha presentado en esta Berlinale, La hojarasca reflexiona sobre el peso de la herencia familiar, aunque, a diferencia del francés, Machín construye su reflexión desde una perspectiva de género, presentando ese legado como una maldición (tal vez de origen patriarcal) que amenaza con romper el triángulo de sororidad formado por Elsa, Carmen y Maura. La erupción del volcán actúa, pues, como símbolo de otro desbordamiento mucho más íntimo: el de las emociones y los afectos que fluyen finalmente, como la lava, entre las tres hermanas.