El cineasta japonés, autor de una obra maestra como Nadie sabe (2004), volvió con esta película a uno de sus temas predilectos: la infancia, o más bien, las relaciones paterno-filiales, los vínculos que unen a padres e hijos, y que no se establecen únicamente por la sangre, o no necesariamente a través de ella. Planteando una situación terrorífica para cualquier padre, la de descubrir que su hijo no es en realidad el suyo, sino el fruto de un cambio fortuito a la hora de nacer, en el hospital, Kore-Eda plantea una reflexión sobre esos hilos invisibles que unen a hijos y padres, y qué ocurre con esos afectos, esos amores, esas vinculaciones, cuando se rompen o se ponen en duda de manera tan brutal. Como casi siempre en su trabajo, Kore-Eda no plantea respuestas ni soluciones, sino que se pregunta con el espectador cómo sería la vida si descubriéramos algo así, una hipótesis que le sirve, que nos sirve, para plantearnos en qué consisten los vínculos que establecemos con nuestros padres o con nuestros hijos: ¿son costumbre, son hábitos, son amor, son afectos, son genéticos, o son una mezcla de todos y ninguno? GdPA

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