Después de trabajar como director de fotografía en títulos como Arraianos o El quinto evangelio de Gaspar Hauser, el barcelonés Mauro Herce da el salto a la dirección con esta lacónica y crepuscular odisea oceánica que somete los viejos relatos de marinos –con el Moby Dick de Herman Melville como referente ineludible– a un proceso de depuración dramática en el que la épica y la psicología son sustituidas por una misteriosa sinfonía de herméticos rituales. En este sentido, la puesta en escena de Dead Slow Ahead parece responder a un esquivo principio de extrañamiento. Sin apenas planos de situación, el monumental carguero en el que transcurre el film nunca deja de resultar un escenario desconocido, hostil, inabastable, varado en una suerte de no-tiempo. Las perspectivas parciales del buque y los planos picados dibujan un intrigante rompecabezas de difícil solución. Un asombroso zoom de alejamiento sobre un gigantesco tanque donde trabaja un operario obliga al espectador a redefinir mentalmente las coordenadas espaciales del film. Y algo parecido ocurre en la filmación de una fiesta-karaoke: los flashes lumínicos, la oscuridad y las perspectivas tangenciales convierten los rostros hieráticos y las bromas sexuales de los operarios en gestos inextricables.

Una auténtica aventura para los sentidos, Dead Slow Ahead propone un vertiginoso juego de proporciones. ¿Cuántos operarios cabrían en el interior de uno de los gigantescos ganchos que llenan los depósitos del carguero? ¿Qué equivalencia podemos establecer entre la exuberante inmensidad del océano, capturada en pictóricos planos generales, y el rostro concentrado de un marino, magnificado en primer plano? Y, a la postre, ¿cuál es el lugar del ser humano en este desafío mecánico a la naturaleza? En este film donde lo digital/virtual no parece tener lugar, la relación entre los hombres y la maquinaria adquiere una cualidad fantasmagórica, arcaica. En una secuencia memorable, las voces de unos marinos que hablan por teléfono con sus familias se superponen al laberinto de tubos y engranajes del interior del buque (estampas que remiten a Syndromes and a Century, de Apichatpong Weerasethakul). El viejo conflicto entre el ser humano y el mundo industrializado –que ya fascinó al Charles Chaplin de Tiempos Modernos o al Robert Flaherty de Louisiana Story– todavía resuena en un confín inhóspito del planeta.