El jurado de la última Mostra de Venecia decidió otorgar el León de Oro a esta opera prima del venezolano Lorenzo Vigas, cuyo mayor mérito consiste en jugar disciplinadamente las cartas de un cierto cine social latinoamericano que ha hecho del distanciamiento, la crueldad i el tremendismo sus principales señas de identidad. Basada en una historia de Guillermo Arriaga –guionista de las primeras películas de Alejandro G. Iñárritu–, Desde allá no esconde sus filiaciones: uno de sus productores es Michel Franco, director de la flageladora Después de Lucía, y su protagonista es Alfredo Castro, principal emisario de la fustigadora obra del chileno Pablo Larraín.

Afectando un distanciamiento hanekiano, Desde allá aspira a conquistar una verdad de raigambre realista a través de sus tiempos muertos, sus planos generales y sus pasajes callejeros. Sin embargo, previsible hasta la médula, la película es un ejercicio de puro constreñimiento formal y narrativo. El film relata la improbable relación que entablan un chico de origen humilde y un hombre de mediana edad que se excita desnudando a jovencitos a cambio de dinero y que trabaja puliendo dentaduras postizas (una obvia metáfora sobre la naturaleza simulada, ficticia, del aparente orden social). La película –una radiografía de una sociedad clasista y cargada de prejuicios– se divierte zarandeando al espectador con calculadas dosis de esperanza y fatalismo. Algunos golpes van directos al estómago del espectador, fruto de la violencia que recubre la epidermis del relato. Otros llegan a traición, cuando Vigas decide hacer añicos los espejismos de ternura con los que comercia la película.