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A LOS NIÑOS BELLEZA. Rocío Caliri, Melina Marcow. 68 minutos. Argentina (2015). Con Paolo Sambrini, Cristián Jensen, Elsa Juri, Victoria Cipriota.
Adaptación de la obra de teatro El niño de la codirectora Melina Marcow, A los niños belleza puede verse como una invitación al diálogo entre las diferentes artes. Del origen teatral, se conserva la unidad de espacio (casi todo transcurre en una mansión de familia burguesa) y unos diálogos entre explicativos y poéticos que apuntan hacia lo literario: la película se abre con un padre que afirma que los alaridos de su esposa parturienta “parecen gritos de dolor pero son el preámbulo a un mundo de amor”. Un vaticinio de amor que se disolverá en un conglomerado de aflicción (por la muerte de la esposa), desconfianza (entre señores y criados), incompetencia sentimental, frustración y odio. De un modo parecido a lo que ocurre con el augurio de felicidad, los ecos teatrales irán desapareciendo a manos de lo que podríamos considerar una vigorexia formalista: un empeño en reivindicar lo cinematográfico en cada plano, en cada gesto. Así, en busca de un marcado distanciamiento, las directoras Caliri y Marcow hacen malabarismos entre el plano general y el plano detalle, exprimen las posibilidades del fuera de campo (para evocar una interesante aura de misterio), juegan con los cuerpos desenfocados y las miradas a cámara… Por el camino, el film pierde algo de vitalidad, pero su temática siniestra (en la que caben los experimentos con niños) encaja con este tratamiento gélido.
Construida como un drama intimista que funciona como caja de resonancia de cuestiones sociales, A los niños belleza logra sus mejores momentos al hacer colisionar conceptos antitéticos. A una escena de sexo marcada por lo animalístico le sigue una pequeña evocación del amor platónico; la arrogancia de un médico falible (que no hubiese desentonado en La mort de Louis XIV de Albert Serra) choca con la devoción religiosa de los empleados. Aunque, a la postre, es la noción de la lucha de clases –en una Dinamarca de principios del siglo XX– la que termina tomando las riendas de esta película turbia, esquiva y elíptica, en la que los ecos de Bergman u Oliveira aparecen canalizados a través del imaginario de Carlos Reygadas, o de un Yorgos Lanthimos al que le hubieran vetado el sentido del absurdo. En definitiva, estamos ante una película que sabe repartir sus cartas, pero que halla sus límites en el cálculo y previsibilidad de su partida. Manu Yáñez
CEUX QUI FONT LES RÉVOLUTIONS À MOITIEN’ONT FAIT QUE SE CREUSER UN TOMBEAU. Mathieu Denis & Simon Lavoie, 183 minutos. Canadá (2016). Con Charlotte Aubin, Laurent Bélanger, Emmanuelle Lussier-Martinez, Gabrielle Tremblay.
La incendiaria apuesta de Mathieu Denis y Simon Lavoie –que acaba de ganar el premio máximo de la sección Vanguardia y Género en el BAFICI de Buenos Aires– es tan esta ambiciosa como su título y su duración (más de tres horas). La película arranca con cinco minutos de pantalla negra y música sinfónica pomposa. Luego veremos a cuatro veinteañeros de Quebec (cuyos nombre de guerra son Tumulto, Klas Batalo, Justicia y Nuevo Orden) que se plantean cometer hechos vandálicos contra el sistema que los oprime. El film mezcla ficción con imágenes documentales de las protestas callejeras (y las violentas represiones policiales) del movimiento estudiantil Maple Spring que tuvo su epicentro en Montreal en 2012, mientras también flirtea con el videoarte y el agitprop.
Todo vale en esta propuesta contestaria y radical: desde formatos de pantalla que cambian a cada momento hasta carteles que invaden la campaña y frases pintadas en los cuerpos desnudos. Este largometraje expone el descontento y el desencanto, la fuerte brecha generacional entre los jóvenes y sus padres en una extraña mezcla que va del Godard de La Chinoise a la experimentalidad visual de Peter Greenaway. Grandilocuente, recargada, algo caótica y derivativa, se trata de una película lleno de potencia, audacia y, sí, sentido subversivo y búsqueda de provocación. Diego Batlle