En la extraña carrera de Tim Burton –desde sus originales inicios hasta sus impersonales últimas películas–, Ed Wood aparece al mismo tiempo como un punto de inflexión y como una cumbre expresiva. Maestro del pastiche posmoderno, de la cita innoble, Burton tocó el cielo con una película en la que encontró a su perfecto alter ego en el considerado extraoficialmente como peor cineasta de la historia. El infatigable entusiasmo de Ed Wood (encarnado por un Johnny Depp de ojos electrizados) remite a la energía con la que Burton estaba intentando infiltrar su personal universo en el seno de Hollywood. Además, el espíritu gregario del clan Wood resonaba en la relación fraternal entre Burton y Depp, en la que se coló un extraordinario Martin Landau (tristemente fallecido) en la piel del fantasma del cine pasado. Visto con perspectiva, el problema es que Burton ganó la partida de Hollywood y, como buen vencedor, no pudo volver a identificarse plenamente con una figura tan melancólica, soñadora y marginal como la de Edward D. Wood Jr. Manu Yáñez

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