El cineasta británico Peter Greenaway lleva años, quizás décadas, repitiendo para quien quiera escucharle (y hay incluso quien le paga por decirlo) que el cine está muerto. Y sin embargo, y sin que parezca caer en lo evidente de su contradicción, insiste en filmar y filmar, estrenando películas que, para los más perversos de la crítica, no son sino la demostración más plausible de la certeza de su afirmación, al menos en cuanto a lo que su propio cine se refiere. En todo caso, siempre es interesante seguirle la pista a uno de los que en su momento fuera un nombre esencial de la posmodernidad y el dialogo del cine con formas análogas, porque nunca se sabe hasta dónde puede llegar su capacidad para reinventarse y sorprender. GdPA

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