En la última década, como en una respuesta natural a la grandilocuencia del cine épico de aventuras, el thriller ha ensayado repetidamente una estrategia de recogimiento dramático, un camino hacia un frenesí intimista en el que trabajar los matices de la gestualidad y la psicología humanas. De esa corriente han surgido películas tan diversas como Última llamada (2002), Cellular (2004), Buried (Enterrado) (2010) o Locke (2013). En la vibrante opera prima del cineasta gallego Dani de la Torre, encontramos ese mismo deseo de confinar la energía cinética del thriller entre cuatro paredes, en este caso las del coche que conduce un director de sucursal bancaria llamado Carlos (Luis Tosar), que se verá atrapado en una imposible encrucijada: debe entregar una importante suma de dinero a su “secuestrador telefónico” si no quiere que estallen las bombas que se esconden bajo los asientos del automóvil en el que va junto a sus hijos.

La premisa da pie a una efectiva carrera contra el tiempo, en la que la inteligencia del villano pone a prueba el ingenio del protagonista. Sin embargo, desde buen principio, la película flaquea en dos aspectos notorios. Por una parte, la necesidad que tiene el guionista Alberto Marini de inyectar dramatismo al relato desemboca en una subtrama familiar (con divorcio incluido) demasiado afectada y un tanto desdibujada. Y en cuanto al tono, la película se resiente de uno de los mayores problemas del cine de género español: el exceso de histeria. Es enormemente inusual encontrar una cinta de género española modulada adecuadamente a partir de súbitos acelerones y largas frenadas. La isla mínima sería la feliz excepción a la regla. Incluso películas interesantes como la primera parte de la saga de REC o La celda sucumbían a esta sobredosis de histerismo.

Elvira Mínguez (izquierda), aportando temple a "El desconocido".

Elvira Mínguez (izquierda), aportando temple a “El desconocido”.

Así, con el espectador un tanto anestesiado por una perenne exaltación, El desconocido se sostiene gracias a la correcta interpretación de Luis Tosar, que cumple incluso en los momentos más trágicos, y sobre todo gracias al personaje de la artificiera a la que da vida Elvira Mínguez. Presentada a través de un virtuoso plano secuencia en el que la cámara baila alrededor del personaje y termina alzándose a los cielos, el personaje de Mínguez, con su pétreo sentido de la profesionalidad, parece salido de una película de Kathryn Bigelow (Le llaman Bodhi, En tierra hostil), o quizás una pariente lejana del Tommy Lee Jones de El fujitivo, o también una heredera de los héroes cotidianos de Howard Hawks. Es gracias a estos actores que la película consigue enhebrar adecuadamente sus imponentes set pieces de acción, donde la cámara se mueve entre coches en marcha como vimos, por primera vez, en La guerra de los mundos de Steven Spielberg.

Impecable a nivel técnico, El desconocido sufre de nuevos problemas cuando su subtexto –las malas praxis bancarias que desembocaron en la crisis financiera– salta a la superficie sin mesura. En su recta final, la película cree necesario aclarar sin matices que el protagonista es un hombre bueno, totalmente redimible. Todo el misterio que va sembrando la trama en su decidida progresión choca con “el-momento-de-las-explicaciones”, otro enclave conflictivo en el marco del cine de género español. Con un cierto temor a dejar al espectador intrigado, El desconocido apuesta por una claridad que tiende a subrayar sus conclusiones. Así se cierra la odisea de un banquero enterrado por la crisis y salvado por su honestidad.