El gran Vázquez”, presentada a concurso en la Sección oficial del Festival de San Sebastián para disgusto de muchos, cuenta la increíble vida del dibujante Manolo Vázquez, creador de personajes tan olvidados como Anacleto, agente secreto, Las hermanas Gilda, o La familia Cebolleta, espejos deformantes de la vida recta en tiempos de la dictadura. Si en su segundo trabajo la ufología y las transmigraciones a Júpiter funcionaban como única vía de escape para dos trabajadores atrapados en el siniestro bienestar controlado de la España franquista de los años setenta, en “El gran Vázquez” es la vida desordenada y tramposa de Vázquez, interpretado por Santiago Segura, la que dibuja el que quizás fuera el único camino posible de subversión en tiempos de orden y moral: la estafa, la tomadura de pelo, la bigamia, y una vida siempre más allá de lo correcto y con un pie en el surrealismo y lo imposible. Como “Platillos volantes”, “El gran Vázquez” es también una película profundamente triste bajo su apariencia de comedia de aire casposo y convencional. Que nadie se llame a engaño, porque sin ser perfecta en su resolución, pero sí tremendamente sincera en su retrato del pillo como quintaesencia genética de nuestra Iberia contemporánea, honesta en el cariño que despliega hacia los protagonistas, “El gran Vázquez” es mucho más que una comedia de paso. Una película capaz como pocas de sostener una incómoda sonrisa oblicua en el rostro del espectador, la risa helada de quien se ve retratado en alguno de los personajes y sus miserias evidentes. GdPA

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