El hijo de Saúl es la ópera prima de Nemes, que acabaría llevándose el Óscar a Mejor Película Extranjera. Se sitúa en el Auschwitz del año 1944, donde un prisionero judío, miembro de los ‘Sonderkommando’, trata de salvar el cuerpo de un niño que toma como su hijo y darle un entierro propio de su religión. Nunca abandonaremos a ese protagonista y la película se convierte, gracias a esa decisión, en uno de los ensayos sobre la puesta en escena más contundente de los últimos años. Es cierto que la cinta peca en ocasiones de ser un “best of” del Holocausto y de querer introducir absolutamente todas las variantes posibles de los relatos de supervivencia en un campo de concentración, pero también que ese viaje al infierno funciona como pocas veces, en gran parte debido a ese uso meditado de la cámara y el sonido del que Nemes hace gala. En cualquier caso, y aun con sus peros, El hijo de Saúl es definitivamente una de esas obras que definen el año y, además, que lo hacen a través de la diferencia y la consecuencia en un tema cuya representación es especialmente compleja. Endika Rey

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