Manuel Garin, autor de ese imprescindible libro titulado “El Gag visual”, asegura en el mismo —con precisa lucidez— que los finales de las películas de Keaton anticipaban y complementaban de algún modo el uso cómico de la elipsis de posteriores cineastas como Lubitsch. Es bien sabido que el gag keatoniano parte tanto del hombre frente a la máquina como del universo frente al caos: Keaton subvierte la organización de la sociedad a través del gag y, en este sentido, a la hora de alcanzar el esperado final feliz (el matrimonio, la familia), “hay en su manera de acabar las películas una especie de resignación estoica, que accede a la convención del happy end tratando de boicotearla a la vez”. Keaton se plantea cómo filmar aquello que no se quiere contar y la secuencia final de El navegante es uno de los ejemplos más paradigmáticos de esto: tras toda una aventura en el océano entre un joven enamorado y su (también en cierto modo) incompetente partenaire, ambos se introducen en un submarino salvador donde la chica da su primer beso al chico. Este beso, más allá de asentar las bases de una relación futura, augura el caos que le espera con su nueva pareja y lo hace a través de un simple movimiento de cámara: un gag giratorio donde un Keaton emocionado acciona accidentalmente una palanca y el universo se vuelve, literalmente, del revés. No es éste el único hallazgo de una película que fue uno de los grandes éxitos comerciales de Keaton y que fusiona forma y fondo como pocos lo habían hecho antes: a través de la fractura (irrisoria) de ambas superficies. La Filmoteca de Córdoba ofrece este miércoles una buena oportunidad para la sumersión. ER

Programación completa de la Filmoteca de Andalucía.