Esta ópera prima se destaca claramente por su alegría, generosidad, efervescencia y, sí, su frescura. Varios de estos términos han sido usados hasta el cansancio para definir las comedias, pero en este caso le sientan increíblemente bien. Se trata de una high school comedy acerca del típico chico nuevo que llega a una escuela y al que nadie le presta atención y que empieza a formar un grupo de pertenencia con otros “descastados” del colegio. Es Freaks and Geeks, en versión afrancesada, digamos… El espíritu de John Hughes y del primer Judd Apatow sobrevuela esta historia de Benoît, un chico tímido de 13 años que llega de una ciudad de provincia y tiene que empezar una nueva escuela en París en la que, literalmente, nadie le presta la mínima atención. De hecho, cuando alguno lo hace es finalmente para aprovecharse de él, como es el caso de los clásicos “chicos populares” de colegio que en esta ocasión no son terriblemente agresivos sino apenas un tanto chulescos, molestos e irritantes. Una de las grandes decisiones de la película es que los problemas de Benoît nunca son excesivamente tremendos, sino los clásicos inconvenientes de ser “el nuevo del colegio”, que debe encontrar su lugar en el “ecosistema”.

Para llegar a eso –y tras un desengaño amoroso con una chica también nueva que llega al colegio desde Suecia– Benoît termina conociendo a otros personajes, igualmente descastados como él, con los que poco a poco va formando una suerte de comunidad o familia sustituta, con la que encuentra su lugar en el mundo. El grupito de amigos incluye al bizarro Joshua, al supernerd Constantin y a una chica con una dificultad física, Aglaee, que es casi la voz cantante de la banda. Su primo –otro loser ya más grande que ve TV y juega a los videojuegos todo el día, de esos que uno ve en las posteriores películas de Apatow–, completa por momentos el batallón de amigos que encuentran uno en otro algo parecido a un lugar de pertenencia y de felicidad compartida.

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El novato transmite y contagia esa felicidad: el humor es constante e ingenioso (muy alejado del humor más bien básico que muchas veces tiene la comedia francesa), los personajes son queribles a más no poder, las escenas funcionan todas con un timing propio de un profesional en la materia y hay momentos musicales de lo más divertidos que recuerdo haber visto en mucho tiempo. Sí, es cierto que El novato no representa una “nueva búsqueda” en la materia y que, en cierto sentido, es una aplicación perfecta, en Europa, de un tipo de comedia que en los Estados Unidos se viene haciendo muy bien en las últimas décadas, pero lo novedoso dentro de la competencia es que ese tipo de films sí son originales en ese contexto.

La película es de una ternura que desarma, de esos films que provocarán intentos de remake probablemente fallidos, ya que esos chicos, con esas particularidades y ese perfecto beat cómico que la historia tiene de principio a fin no es fácil de copiar, repetir o imitar. Es la película perfecta para cualquier chico o adolescente que cambió (o cambiará) de colegio o de ciudad, que no se sintió cómodo fácilmente entre los nuevos amigos y que se vio enfrentado a situaciones complicadas en su adolescencia. Pero más que nada es un film sobre la amistad, una celebración de ese lazo que nos ayuda –entonces y después también– a hacer nuestras vidas un poco menos complicadas y mucho más disfrutables.

Esta crítica fue originalmente publicada en Otros Cines.