En un sensacional artículo publicado el 2 de marzo de 2012 en The New York Times, el gran crítico norteamericano J. Hoberman describía a Zulawski en los siguientes términos:
«El Sr. Zulawski es un autor a quien uno debería acercarse con trepidación. Sus películas viven a un paso de un abismo llameante, con los actores (y el espectador) temblando al borde del precipicio. Filmadas de forma característica con una cámara móvil, frenética y habitualmente subjetiva, con unos colores saturados que ilustran el brillo de una alucinación inducida químicamente, estas películas pueden resultar difíciles de soportar y aun más difíciles de olvidar. (…) La películas de Zulawksi transcurren en el seno de un torbellino emocional: para sus personajes, todo amor toma la forma de lo que los surrealistas llamaron el ‘amor loco'». Texto completo.
En su blog Con los ojos abiertos, perteneciente a la red de Otros Cines, el crítico argentino Roger Koza apuntaba ayer lo siguiente acerca del cine de Andrzej Zulawski, tomando como eje de su reflexión el último film del maestro polaco, Cosmos:
“Mientras veía el último film de Zulawski en Locarno algo me resultó evidente: muy pocos directores podían hacer a esta altura del partido películas como Cosmos. En ese film se constaba un cine libre, demencial, sin temor alguno de apropiarse narrativamente de la asociación libre como un sistema de montaje de signos; esa película irreverente no tenía nada que ver con esa estética global cada vez más homogénea que circula en los festivales; Cosmos era la prueba de otro orden estético, y de un director lunático que podía obtener del caos otro tipo de cine. ¿Quién podría filmar así? ¿Quién puede entre los nuestros tomar una novela delirante como Cosmos y hacerla brillar en imágenes y sonidos? Un poseído, y entre los pocos que quedan, hay uno menos en las filas”. Texto completo.
En un memorable artículo publicado en diciembre de 2012 en Miradas de Cine, el crítico español Óscar Brox, uno de los mayores especialistas en la obra de Zulawski en nuestro país, describía al director de La posesión de la siguiente manera:
«En los ochenta, escribes, Zulawski consiguió su sueño imposible: reunir dinero suficiente para levantar con facilidad nuevos proyectos. No. Te gustaría tachar eso que acabas de escribir. En realidad, ese imposible consistió en el encuentro, fulgurante y definitivo, con la que sería su modelo de mujer zulawskiana: Sophie Marceau. Recuerdas L’amour braque, con el tiempo tu película favorita, la ternura con la que arropa la primera aparición de Marie. Junto al fuego, terriblemente sola, extiende las manos en busca de un poco de calor mientras las lágrimas surcan sus mejillas. Estamos ante la película más exagerada, más radicalmente libre, que Zulawski rodará en su vida. Una visión de El idiota de Dostoievski llevada hasta el disparate; una película donde los personajes vulneran, una y otra vez, la cuarta pared; donde se escupe a la cámara; donde los gangsters bailan claqué, las putas recitan lecturas marxistas y los personajes nunca tocan del todo el suelo. Tú, en cambio, recuerdas que la ternura siempre aparece por encima de la violencia. Evocas a Marie, una vez más, con el pulgar en la boca; a León, el idiota, atacado por sus brotes epilépticos mientras busca algún lugar al que agarrarse. Porque esa es la clave de la película: todos los personajes buscan algo que los sujete, pero nunca lo encuentran. El filme avanza como un cómic febril, a la espera de que sus protagonistas terminen consumidos en su espiral autodestructiva. Como en Lo importante es amar y La posesión, en L’amour braque flota la incertidumbre de no saber a qué, y con qué, agarrarnos. Así, los personajes, parásitos enamorados, sanguijuelas que se devoran las unas a las otras, terminan solos, abandonados, en mitad del escenario». Texto completo.