Iker Zabala (Zinebi, Bilbao)

En el documental Si pudiera desear algo, Dora García, reciente ganadora del Premio Nacional de Artes Plásticas, pone en diálogo las revueltas feministas de Ciudad de México y el proceso de creación musical de La Bruja de Textoco, cantante mexicana trans. El contraste entre ambos universos es evidente: los grupos de mujeres conquistan el espacio público y se expresan con indignación, mientras que la artista trabaja de forma sosegada e incesante en su espacio doméstico y en el estudio de grabación. García enmarca Si pudiera…  –estrenada en la sección Beautiful Docs de Zinebi– en un proyecto más amplio, denominado Amor Rojo, que según la artista se nutre más del sentimiento que de la razón. Este proceder visceral se percibe en las grabaciones con cámaras de teléfonos de las movilizaciones feministas mexicanas. En contrapartida, las filmaciones, realizadas a lo largo de cinco años, son sintetizadas por el montaje en un flujo compacto, que parece transcurrir en una única jornada, hecho que otorga a la película una pátina melancólica de tiempo detenido: el futuro parece que nunca acaba de llegar.

Si pudiera desear algo articula su retrato de las marchas feministas en torno a dos ejes. El primero es marcadamente visual: se nutre de las pintadas en paredes y las pancartas que la multitud porta. Al respecto, García se detiene ante el edificio Okupa Kuba, un refugio de mujeres víctimas de la violencia y que, según explicaba la directora en el coloquio posterior a su estreno en Zinebi, es una suerte de Capilla Sixtina de la historia feminista reciente, con los nombres de las mujeres asesinadas escritos en paredes atiborradas de pintadas que devienen la síntesis expresiva del movimiento. El otro eje de este retrato colectivo toma forma en la banda de sonido, que se alimenta de los cánticos y proclamas que se entonan en las movilizaciones. De hecho, en ocasiones, la duración de los planos aparece supeditada a la faceta sonora, pues la imagen se mantiene hasta que el cántico cesa.

“Si pudiera desear algo” de Dora García.

Por su parte, en la otra mitad del film, García estudia el proceso creativo de La Bruja de Textoco, que trabaja en una revisión del tema Wenn Ich Mir Was Wünschen Dürfte (su traducción es el título del film), popularizada en los años 30 del pasado siglo por Marlene Dietrich. La compositora toma cada instrumento por separado y la película se convierte en el testimonio de la construcción de la canción, que aparece en su forma definitiva en los créditos finales (y se convierte en un himno instantáneo). En paralelo a este proceso de creación musical, Si pudiera… traza una reflexión sobre la identidad de género. La Bruja afirma que su transformación no tiene forma de brecha vital, sino que se trata de un proceso paulatino, cotidiano. Cuando toca el violín, la Bruja se sitúa al lado de un espejo redondo. Así, las nociones de identidad y creación, hermanadas por el trabajo pausado y permanente, acaban resonando en la morosa construcción de la pieza musical. Por último, en cuanto al ensamblaje de las dos partes del film, pese a no resultar evidente, se hace patente cuando, al anochecer, una de las pocas manifestantes que quedan en la calle se pone a bailar… al son de la canción de la Bruja. La acción combativa de naturaleza física se hermana con la creación artística con poso reivindicativo.

Por su parte, en la escurridiza e inclasificable Concierto para la batalla de El Tala, el argentino Mariano Llinás propone una reflexión sobre el carácter aglutinador del cine. Al igual que el film de García, Concierto… forma parte de un proyecto más amplio, en este caso es el primer episodio de La saga de los mártires unitarios. En este primer capítulo, el director de La flor se centra en unos pocos músicos que, empleando los instrumentos de maneras diversas y creativas, recrean de forma dramática un episodio bélico de la historia argentina, la mencionada batalla de El Tala de 1826, dentro de las guerras civiles de la nación suramericana. Llinás, como de costumbre, exhibe las bambalinas del proceso de creación de la película: el equipo de filmación, y el propio director, se cuelan en las imágenes del concierto. Pero, más allá de lo musical y lo fílmico, Concierto… despliega una vertiente literaria. De repente, en la imagen, aparece un tomo de las memorias del Gobernador Gregorio Aráoz de la Madrid. Alguien lo coge, lo abre y, a posteriori, el texto, escrito sobre una pantalla en blanco, se apodera de la representación, dando cuenta del enfrentamiento entre De la Madrid y el caudillo riojano Juan Facundo Quiroga. Llinás convierte este recurso de apariencia simple y tosca en una fuente de dinamismo. Las letras se suceden a ritmos diversos, surgen en lugares insospechados del encuadre, o hay veces en que los pasajes más líricos se muestran como si fueran un poema. A eso cabe añadir que la historia –narrada tres veces por otros tantos personajes implicados en el pasaje histórico– es sumamente atractiva, abarcando heroísmo bélico, misterio, zombies (!) y memoria nacional, un poso narrativo que aparece dramatizado por la brillante partitura de Gabriel Chwojnik.

Mariano Llinás y su equipo.

En Concierto…, los dispositivos de representación se superponen con fluidez, demostrando que el cine es capaz de poner en relación la tradición oral, lo musical y el espectáculo escénico, ya sea a través de una lectura dramática o de un acto performático (protagonizado por dos esgrimistas). Se podría pensar que, en Concierto…, la exploración de diversas formas de representación se impone a la articulación de un discurso emocional. Pero lo cierto es que Llinás, al igual que Dora García en Si pudieras…, encuentra fórmulas alternativas para percutir en la emoción humana.