(Imagen de cabecera: The Staircase)

Como cada lunes, me dirijo religiosamente a la página de Spotify de Crims, el afamado podcast catalán presentado por el periodista Carles Porta. En él, como dice el locutor, se pone “llum a la foscor” (“luz a la oscuridad”) reconstruyendo crímenes reales a partir de las investigaciones y los procesos judiciales que los acompañaron. El programa, ganador del Premio Ondas al mejor espacio radiofónico de 2021, se enmarca en una tendencia en auge durante estos últimos tiempos: el true crime. Ya sea en formato de serie o película documental, a través de podcasts como el de Porta o mediante canales especializados en plataformas online como Twitch o YouTube, el contenido audiovisual dedicado a este género ha ido creciendo exponencialmente. No es que se trate de un concepto novedoso; de hecho, la estela del relato true crime puede rastrearse a lo largo de los siglos en la literatura y otros medios. Su tradición se remonta a la popularidad de los folletines o penny dreadfuls y a las baladas victorianas. Sin embargo, pareciera que el clima audiovisual actual, tan atomizado como masificado, sumado al interés connatural del ser humano por lo escabroso (lo “oscuro”), le ha proporcionado al género la atmósfera y el espacio idóneos para prosperar. Así, no es de extrañar que periodistas, narradores audiovisuales y aficionados varios hayan querido sumarse al carro del sensacionalismo intrínseco del true crime para aportar una perspectiva actual.

Cuando se especula sobre los motivos del éxito de esta tendencia, suele ponerse el foco en el ámbito de la recepción. Es decir, ¿por qué a la gente le interesan este tipo de relatos? En cambio, rara vez vamos a la raíz del fenómeno: ¿Qué es, en realidad, el true crime? El propio término apunta dos máximas: por un lado, se trata de una narración criminal; por el otro, esta se enraíza en la vida real. ¿Pero es realmente así? Tomemos como ejemplo un caso reciente: The Staircase. Hasta este año, este título remitía a un documental de Jean-Xavier de Lestrade, filmado en 2004, en el cual un equipo francés seguía, a lo largo de un proceso judicial, a un escritor acusado de asesinar a su mujer. La serie documental sobre el caso de Michael Peterson, considerada una de las precursoras del true crime contemporáneo, fue escogida por la plataforma HBO para ser revisitada en formato de miniserie. Protagonizada por actores de la talla de Colin Firth o Toni Colette, The Staircase (2022) revisa no solamente lo que ya se mostraba en el documental, sino que le añade una segunda capa, inevitablemente ficcionada. A través de ella se rellenan huecos del caso, presentando hipótesis del pasado familiar y del momento del crimen, imposibles de demostrar solamente con pruebas y testimonios. Aunque lo más destacado es que Colette interprete (muy brillantemente) a la muerta… muy viva, claro. Más allá de la etiqueta de “basada en hechos reales”, la serie se presenta como un producto de entretenimiento y debe ajustarse a los patrones narrativos y dramáticos de la ficción.

“El misterio Von Bülow”.

En realidad, esto sucede con cualquier producto derivado del true crime. La premisa puede estar vinculada a un “crimen real”, pero la forma tiende a comprometer la supuesta rigurosidad objetiva en pos de las licencias creativas. Estudiemos dos casos evidentes, alejados de la contemporaneidad: las películas El misterio Von Bülow (Barbet Schroeder, 1990) e Impulso Criminal (Richard Fleischer, 1959). Ambas narran casos que podrían ser carne de un capítulo de Crims. Sin embargo, tanto Schroeder como Fleischer se sirven de recursos muy alejados de la compostura imparcial del true crime documental, abrazando plenamente los mecanismos de la ficción. Como sucede en The Staircase (2022), El misterio Von Bülow cede gran parte de su batuta narrativa a la propia víctima. Interpretada por Glenn Close, será la voz en off de Sunny quien explique su envenenamiento desde la cama en la que se encuentra en estado vegetativo. A través de este hilo narrativo, la película lleva al espectador a navegar por escenas del pasado del matrimonio von Bülow, hasta llegar al juicio en el que se dirime el supuesto intento de asesinato cometido por el marido, Claus (Jeremy Irons). Sunny no llega a despertar, pero Schroeder deja que sea ella misma quien nos cuente su historia.

Por otra parte, en Impulso Criminal –película basada en los asesinatos cometidos en 1924 por Richard Loeb y Nathan Leopold, un caso que también inspiró Asesinato… 1-2-3 (2002) de Schroeder– Richard Fleischer está más interesado en la psique de los jóvenes asesinos, interpretados por Bradford Dillman y Dean Stockwell, que en el caso en sí. De hecho, la mayor parte del film se centra en establecer la relación entre ellos, para lo que el crimen parece funcionar como un mero accesorio narrativo. Solo en su tramo final la película se traslada al plano judicial, centrándose en la estrategia del abogado de los jóvenes. Sin embargo, más que para tratar los hechos desde una cierta imparcialidad, el desenlace parece estar confeccionado para el lucimiento de Orson Welles, quien encarna al defensor.

“The Thin Blue Line”.

Se podría argumentar que dichas licencias dramáticas, que pareciera que se alejan de lo que consideramos true crime, se dan exclusivamente en las obras de ficción. Sin embargo, cabría preguntarse dónde deja eso, por ejemplo, a las dramatizaciones que encontramos en los podcasts, los grandes triunfadores del género, que enfocan esa presunta “realidad” como si de teatro radiofónico se tratara. En Serial, el podcast creado en 2014 por Sarah Koenig –un influyente precursor en el ámbito del true crime sonoro–, la directora y presentadora se encarga de conducir al oyente, cual flautista de Hamelin, por los misterios, giros y revelaciones de cada caso criminal. Y lo mismo ocurría con el documentalista Jean-Xavier de Lestrade en la The Staircase original, con Elías León Siminiani en El caso Alcasser (2019) o con Errol Morris en la indispensable The Thin Blue Line (1988). A la postre, es la mirada externa del autor, que organiza los materiales en busca de una tensión narrativa, la que orquesta un abordaje a la verdad apegado, de igual forma, a las nociones de objetividad y entretenimiento.

Así pues, ¿cuán true puede ser un true crime? En cualquiera de sus formatos, y aun cuando el relato se inspire en un caso real, y sean los investigadores, jueces y testigos quienes describan los hechos, apenas llegamos a tener una versión parcial de los mismos. Una mirada a lo real filtrada por un autor o autora. En el proceso de hilar los testimonios, enfatizar ciertos aspectos, descartar otros… ¿Qué acaba creándose, si no justamente una ficción? Puede que la promesa de una cierta veracidad tenga que ver con la denominación y el éxito del género, pero a fin de cuentas lo que buscamos en estos productos audiovisuales, en realidad, es que nos cuenten una buena historia.