“Nosotros experimentábamos los acontecimientos en un orden, y percibíamos la relación entre ellos como causa y efecto. Ellos experimentaban todos los acontecimientos a la vez, y percibían una intención que los subyacía a todos”. (La historia de tu vida, Ted Chiang)

¿Y si te dijera que ya has leído estas líneas? Como si empezaras por el principio, pero en realidad estuvieras a final de página. Convirtiendo el propio gesto de leer en algo puramente performático, todo el texto existe ya en tu mente. Probablemente te costaría asimilar la idea: nuestra concepción del tiempo y de la experiencia vital es eminentemente lineal. Para justificar un cambio de paradigma y aceptar otro orden posible, necesitamos alguna forma de explicación, un preámbulo. Solo así podríamos llegar a interiorizar una alteración de la percepción, solo así podríamos entenderla e integrarla en nuestras lógicas existenciales.

Los estrenos de Tenet y Estoy pensando en dejarlo, los más recientes trabajos de Christopher Nolan y Charlie Kaufman, parecen haber avivado el interés por las temporalidades alternativas en el ámbito de lo cinematográfico. En el caso de Nolan, si bien el director de Origen tiende a centrarse más en el componente espectacular de estas alteraciones –buscando el efecto mind-blowing del cine de atracciones contemporáneo–, vemos como su propuesta es, en el fondo, bastante simple. La linealidad no se modifica, solo varía el sentido, a través de una presentación simultánea de un movimiento hacia adelante (forward) y hacia atrás (backwards). Se invierte el desplazamiento físico de los personajes y el curso narrativo del relato, aunque cabe advertir que apenas hay una resignificación del contenido del film: las conspiraciones, los obstáculos a superar y los roles de cada personaje son los mismos en modo forward o backwards. En cuanto a Kaufman, su aproximación a una temporalidad no lineal pasa por la invocación del subjetivismo y el surrealismo, todo ello empaquetado en un angst existencialista en el que prima más la sensación de desorden que la necesidad de comprender los mecanismos de la propuesta temporal.

Por su parte, en el relato corto citado en el arranque de este texto, el escritor norteamericano Ted Chiang, como los alienígenas “heptápodos” de su cuento, toma el lenguaje como herramienta para modificar la percepción del lector. Presentando un relato en futuro, la protagonista (y los lectores con ella) accede a los episodios de toda una vida por párrafos. Sobre esta matriz de experiencias, el personaje transita hacia atrás y adelante de forma aparentemente arbitraria, aunque poco a poco va tomando forma algo parecido a una red de pensamiento capaz de condensar toda una vida. “Antes de que aprendiera a pensar en heptápodo B, mis recuerdos crecían como una columna de ceniza de cigarrillo dejada por la franja infinitesimal de combustión que era mi consciencia, que marcaba el presente secuencial. Después de aprender heptápodo B, nuevos recuerdos aparecieron como bloques gigantes, cada uno abarcando años enteros, y aunque no llegaron en orden ni aterrizaron uno junto al otro, pronto compusieron un periodo de cinco décadas”.

Tanto en el texto de Chiang como en su adaptación fílmica, firmada por Denis Villeneuve en 2016 bajo el nombre de Arrival (La llegada), los conceptos de lenguaje y mediador (esas figuras sobrenaturales y extraterrestres que llegan a la Tierra) se revelan como los elementos clave de la alteración perceptual. Según la lógica de estas narraciones dislocadas, así como en la vida real, la mirada y el rango de experiencias del ser humano está marcadamente limitado. Por sí solos, los protagonistas de estas ficciones apenas podrían atisbar el misterio de su existencia. Por ello, en algunas de estas obras fractales surge un “intermediador” capaz de abrir las puertas de la percepción de los personajes, una figura “exterior” que resitúa a los protagonistas en un nuevo escenario espacio-temporal.

El alienígena, como ser que cumple con el requisito principal de situarse fuera de nuestra realidad natural, tiene la llave para comunicar esa nueva percepción de la experiencia temporal, aunque la intermediación requiere de un interlocutor privilegiado (en el caso de Arrival, una eminencia en lingüística encarnada por Amy Adams; en el cuento de Chiang, la primera persona del relato). Con la comunicación, llega la comprensión, y con ella, una narración organizada en parágrafos (des)ordenados. Dentro de esta misma lógica, el cineasta David Lowery explora, en A Ghost Story, la posibilidad de que “la nueva temporalidad” pueda ir ligada a la idea del más allá. Aquí, el ente sobrenatural que conecta al espectador (ya no un personaje) a otro plano de realidad es el fantasma, que transita por unos espacios ya conocidos pero a través de una temporalidad inestable. Así, en A Ghost Story, la desmemoria de lo que es uno mismo (la inconsciencia de la propia identidad, la ausencia de una intención vital) se combina con la posibilidad de acceder a futuros lejanos y pasados remotos. Lo único que se mantiene constante, dentro de los cambios inevitables de contexto, es el lugar donde se ha asentado el espíritu, las coordenadas de lo que en algún momento en la Historia fue su hogar.

Pero mientras en el audiovisual encontramos una cierta pauta predeterminada, marcada por una concepción demiúrgica de la dirección y el montaje, en el medio gráfico hallamos un territorio de mayor libertad. Así es la “panopsis” que propone el historietista Benoît Peeters, que toma en consideración variables como el ritmo de paso de página por parte del lector, o la posibilidad incluso de revertir este avance, volviendo a páginas anteriores, o avanzar un puñado de páginas a la vez. Bajo este nuevo prisma de lectura, el concepto de recorrido temporal queda inevitablemente alterado, como demuestra Here (2014) de Richard McGuire. La premisa de esta novela gráfica se asemeja bastante a la de A Ghost Story, donde un único espacio concentra todo un fluir histórico a través de sí, aunque aquí el fantasma somos nosotros: tenemos acceso a distintas temporalidades que aparecen señaladas por unos mínimos indicadores de año y por cambios de estilo ilustrativo. Volviendo a Arrival y su idea de transmisión de conocimiento, McGuire actúa como “heptápodo”, confiando en nuestras nociones de lingüística (o, en este caso, de lectura gráfica) para percibir, en todo su esplendor, el simultáneo no transcurrir del tiempo.

En la experiencia temporal de nuestra realidad existe una suposición pocas veces cuestionada: las cosas tienen un principio y un final, y la dirección del tiempo nos lleva del primero al último de forma constante, sin retorno. Las historias que consumimos tienden a adaptarse a esta percepción. Sin embargo, en el cine, la literatura y el cómic, de vez en cuando, surgen creadores con incógnitas, intuiciones, preguntas sin respuesta, autores que se plantean la posibilidad de trascender, ni que sea por un instante, los imperativos de la linealidad.