Carles Matamoros (San Sebastián)

Mientras la competición por la Concha de Oro tocaba ayer fondo con As You Are (Miles Joris-Peyrafitte), un trasnochado y tremebundo drama juvenil construido según los patrones del “cine-Sundance”, la sección Nuev@s Director@s exhibía dos propuestas pequeñas, imperfectas, enormemente sugestivas: Porto (Gabe Klinger) y Lumières d’été (Jean-Gabriel Périot). Ambas confirman el talento de sus creadores y nos invitan a compartir un breve encuentro entre un hombre y una mujer en una ciudad extranjera para sendos directores: Oporto para Klinger (un brasileño afincado en Estados Unidos) e Hiroshima para el francés Périot. Sus planteamientos estéticos no pueden ser más distintos, pero los dos relatos logran escapar de los corsés del “cine de festivales” desde la emoción y la empatía.

En Porto, quizás la obra más libre a la par que bella de lo que llevamos de certamen, Klinger filma su particular oda al celuloide y a la ciudad portuaria portuguesa a través de tres formatos (8, 16 y 35 milímetros) que conviven en la ficción. El director brasileño (que debutó tras las cámaras con el documental Double Play: James Benning and Richard Linklater) tenía la intención inicial de emplear un formato distinto para cada uno de los tres bloques en los que se estructura su relato, pero su montaje definitivo se deja llevar por la intuición permitiendo que imágenes con texturas distintas choquen entre sí, tal y como lo hacen los recuerdos dispares en nuestra memoria. La noche compartida por dos jóvenes desconocidos –la francesa Mati (Lucie Lucas) y el estadounidense Jake (Anton Yelchin)– será el corazón de un film de narrativa tenue, vaporosa, que parece existir solo para evocar esas horas fugaces de felicidad. Aunque los amantes sepan que para ellos no existe un mañana, se resistirán a olvidar lo vivido, por lo que la película invocará una y otra vez fragmentos de ese encuentro hasta reconstruirlo desde tres puntos de vista: el de Jake, el de Mati y el de Jake y Mati.

Las fugas, los sueños y los deseos de los dos personajes se manifestarán también en imágenes sin que el film busque distinguir entre lo real y lo imaginario o entre pasado y presente. La elección del formato será, eso sí, esencial para evocar ciertos instantes vívidos: el rojo del paraguas de Mati atravesado por las luces nocturnas de la ciudad solo podrá invocarse en 8mm, mientras que la mirada de los amantes en la cama será inimaginable sin el scope en 35 mm. Klinger filmará con el mismo tacto el entorno en el que transcurre la acción; una Oporto de la que veremos estampas que nos descubrirán sus bares, sus barcas, su puerto… Tampoco se olvidará del viento, la luz o la niebla en sus calles. Serán varios planos desvaídos, casi de otro tiempo, que definirán el tono y el imaginario de un relato pasional que le debe tanto a Philippe Garrel y a Wong Kar-wai como a Chantal Akerman, a quien está dedicada la película. ¿Es posible que las inesperadas muertes de la directora belga (que grabó una breve voz en off para el film) y del actor Anton Yelchin hayan dejado un poso melancólico en las imágenes de Porto? Sea como fuere, y pese a lamentar las debilidades de su guión (ciertos diálogos son resabidos y forzados), nada frena la agradecida vitalidad del segundo film de Klinger, que se despide en sus créditos finales con varias tomas felices filmadas en Super 8 por su propio equipo de rodaje. Es imposible no contagiarse de tamaña pasión cinéfilo-vital.

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El breve encuentro en la Hiroshima de nuestros días que plasma Lumières d’été no es entre amantes, sino entre Akihiro, un documentalista japonés que reside en París, y Michiko, una joven risueña que parece conocer de primera mano los efectos que provocó la bomba atómica en su ciudad. La conversación entre ambos estará precedida por un intercambio previo entre el protagonista y una superviviente del ataque nuclear, a quien Akihiro entrevistará para un reportaje de la televisión francesa. El relato meticuloso de los hechos de la hibakusha, que Jean-Gabriel Périot filmará durante una quincena de minutos, supondrá una conmoción para el protagonista, que tras la grabación abandonará durante unas horas sus obligaciones laborales. En su vagar por las calles, encontrará a Michiko, que bien podría ser el fantasma de la hermana fallecida de la superviviente, pero que también es una conversadora entusiasta con la que viajará a una localidad costera.

Las aparentes influencias de varios cineastas japoneses en la película (particularmente de Hirokazu Koreeda y del Kiyoshi Kurosawa luminoso de Journey To The Shore) pesarán en algunas escenas que caen en lo tópico, pero no impedirán que Lumières d’été avance con delicadeza y determinación hasta su discreta clausura. El film, que poco tiene que ver con la anterior Une jeunesse allemande y con el resto de la obra previa del director francés, vendrá a advertirnos que la memoria histórica es indisociable de la memoria personal. Al fin y al cabo, se trata de un cuento veraniego en el que el paseo, la charla y las actividades compartidas (con Michiko y con un pescador y su nieto) acabarán transformando a Akihiro, que saldrá de la zona de confort distanciada del documentalista y abrirá su mente a quienes le rodean. Solo entonces Michiko podrá desaparecer.