Por Manu Yáñez
Ganador de la Biznaga de Plata al Mejor Cortometraje Documental del Festival de Málaga, Diámbulo se presenta como una meditación en torno a los misterios y evocaciones del sueño. A medio camino entre el ensayo y el diario personal, el cortometraje de 29 minutos se nutre de los recuerdos de su director, Javier Garmar, de sueños relatados por amigos y conocidos, y de documentos procedentes de una investigación en torno a lo onírico.
Diámbulo toma como premisa narrativa un sueño –un niño que se acerca a un puente y echa a volar– que parece salido de Waking Life, el film rotoscopiado de Richard Linklater. Sin embargo, en Diámbulo no hay animaciones, aunque sí viejas películas caseras, fragmentos de otros films, fotografías de Sophie Calle, videos de youtube… Expandiéndose de forma inconexa a través de múltiples sueños y concentrándose en torno a las figuras de la memoria y los ciclos vitales, Diámbulo se aferra a la libertad estructural del inconsciente para relacionarse con la obra de Chris Marker o Agnès Varda. En la siguiente entrevista, realizada por e-mail el 26 de abril, conversamos con Javier Garmar acerca de la producción, origen, evolución e influencias de Diámbulo.
¿Qué implica para un trabajo como Diámbulo ganar la Biznaga de Plata al mejor cortometraje documental del Festival de Málaga?
Más allá de la alegría personal porque haya interesado un trabajo tan íntimo, con la inseguridad que eso conlleva, y sin olvidar que el corto ha estado en otros festivales, un premio de un festival grande como Málaga implica mayor visibilidad, por ejemplo, esta entrevista. Y claro, el premio en metálico, que servirá para seguir haciendo cine (lo mejor que sepa).
¿Cómo fue el desarrollo y producción del corto? ¿Contasteis con alguna ayuda institucional?
Sí, tuvimos una pequeña ayuda de la Comunidad de Madrid. En este sentido, lo que más agradecí diría que fue tener plazos que cumplir. Diámbulo es una producción que, en principio, no requería más que mi cámara, las historias de amigos y familiares, y mis impresiones, así que si no me lo quitan de las manos podría haber estado hasta el 2032.
En Diámbulo existe una interesante tensión entre el vaivén inconexo de materiales e historias y una fuerza cohesionadora encarnada por la voz en off. ¿Cómo trabajaste ese equilibrio?
Las historias/sueños que se cuentan pueden parecer inconexos, como a trozos, pero el punto de vista, cuya expresión más evidente es la voz en off, hace que desemboquen en los mismos temas: la muerte, la desaparición, el olvido…
¿Cómo se fue construyendo el corto? Más allá de su circularidad y sus recurrencias temáticas, tiene un desarrollo muy orgánico, como de work in progress.
La primera vez que apreté el rec de la cámara no fue con la idea de hacer nada en concreto. Estaba aburrido en un habitación de hotel que compartía en Shangai con un amigo, cuando le pedí que me contase lo que había soñado esa noche, mientras yo grababa su cama. Ese plano en el que algo íntimo salía en un entorno ajeno se quedó rondando en mi cabeza. La misma dinámica de grabar camas de gente cercana de manera un poco intuitiva siguió sin orden ni concierto durante años. La concreción vino después, tras la muerte de los padres de varias personas a las que había preguntado por sus sueños.
¿Cómo surgió tu fascinación por los sueños? ¿Supiste desde un principio que querías abordar el tema desde una perspectiva ensayística?
En realidad siempre me ha aburrido un poco cuando alguien me cuenta un sueño. Es algo tan íntimo, sensorial y extraño que es muy complicado de compartir. Como cuento al principio del corto, todo empezó cuando me di cuenta de que la escena que abre y cierra Emetreinta era un sueño que había tenido muchas veces: un niño sale de casa, camina hasta un puente y empieza a flotar sobre él. Cuando lo recordé, una vez terminado aquel corto, empezaron las preguntas y en lugar de evitar que me contasen sus sueños, empecé a pedirle a la gente que me los relatase.
La idea de un cine onírico suele relacionarse con la obra de Lynch o Fellini, pero Diámbulo me ha parecido que se relaciona más con el cine de Chris Marker. ¿Reconoces su influencia?
Puede que haya conexión con Chris Marker, muchas veces el origen de las miradas de uno son inconscientes. Pero otras influencias son plenamente conscientes. En mi caso, para Diámbulo, estas serían Jay Rossemblat, Sophie Calle –cuya obra aparece en la película– o algunos cortos de Agnes Varda.
El uso de la música de Vivaldi junto al trabajo de voz en off me ha trasladado por momentos a Dogvile de Lars von Trier. ¿La conexión es consciente o pura casualidad?
Es casualidad. La pieza de Vivaldi estaba casi desde el principio, su cadencia acompañando la escena del vuelo sobre el puente. Pero además es que en el salmo que canta el contratenor se agrupan las ideas sobre las que se desarrolla el corto: el sueño, la muerte, los hijos, la herencia.